sábado, 26 de julio de 2008

Con olor a sal.


Hacía bastante tiempo que no me asomaba al mar. La idea de pasar un día, solo un día, en la paya me resultaba pobre, escasa, casi pintoresca...será que cada vez que hemos ido siempre ha sido por más tiempo; no obstante, ya la tarde antes, estaba algo intranquilo, podía recordar las últimas veces que fuimos, lo que hicimos, por donde paseamos, incluso lo que comimos en el chiringuito... pero esos recuerdo eran lejanos, como si desde entonces se hubiesen gastado mil siglos de tiempo... Mi hija era pequeña, el chico aún no vivia con nosotros así que de esta ultima vez hasta ahora han pasado eso....mil siglos.
Madrugamos, y sin prisa pero sin pausa nos encaminamos hacia Torre del Mar. Ya por el camini nuestra charla en ocasiones nos llevó al recuerdo de los recuerdos lejanos a los que antes me refería, y a la vez a traer a la vida otros que andaban difuso por los negros túneles de las vivencias pasadas. El camino es largo, el mar no está a un tiro de piedra precisamente, dos horas de viaje y la brisa fresca y salada nos saludaría; en el horizonte cuando tras el laberinto de curvas y de los mil cartesles que indican que estas pasando por el ría Guadalmedina (yo no he visto nunca un rio tantas veces cruzado por una carretera...prometo que la proxima vez que viaje hasta Málaga voy a contar las veces que el dichoso cartel anuncia tan transitado rio) a lo lejos una linea de edificios altos, escuálidos y frios, separan el ocre de la tierra del azul del cielo y del gris acobaltado del mar.
El tráfico permitía mirar de vez en cuando y observar la ténue neblina con la que el mar parecía desperezarse en la mañana soleada; por fín la playa...por dentro la incertidumbre se tornaba alborozo, sí, una alegría interna dificil de describir con palabra y que solo es comparable a esa emoción tan personal e íntima que se siente cuando ves por primera vez un cuadro...y te gusta.
Allí estábamos, buscando el sitio ideal donde clavar nuestra sombrilla....extender las toallas y darnos la primera mano de crema...Alli, mirando hacia ningun sitio....porque el que mira al mar mira hacia ningún sitio...intentando llenar los pulmones con esa brisa húmeda y chispeante... si yo, al menos lo digo por mí, cuando llego a la playa siempre -y no sé porqué- intento respirar mas hondo y más prolongadamente, me siento como un ladrón de perlas de aire, un ladrón de perfumenes de algas, un ladron de brillos de sol y agua, un ladón de musica de arena y sal.
Después, una vez terminado el laico ritual de sombrilla, toallas, crema....etc, te sientes atraido a mojarte los pies, te acercas al agua con recelo, como pensando de antemano que la temperatura del agua no va a ser de tu agado.. luego miras hacia un lado y hacia otro tratando de descubir si alguien observa, tratando de averiguar si ajenos y extraños estan en tu misma situación... en definitiva tratando de ocultar ese rubor, sin sentido, que nos invade en los momentos más intimos, y sin duda para mi el dirigirte a la linea del mar, sentir el contacto de tu piel con la arena y las piedrecitas de la playa y el posterior contacto de la espuma blanca del agua con tus pies, es un momento íntimo, en el que sin darte cuenta de ello te estas uniendo a la naturaleza, te estas integrando en ese universo del que formamos parte sin ser, casi siempre, consciente de ello.
El dia se presenta alegre, el sol va describiendo su amplia curva por el lejano cielo, y frete a mi, el azul verdoso, y los mil destellos que me hacen pensar en el ir y venir de las olas...las olas, en difinitiva, no es agua que viene y que va...las olas son los pensamientos del mar.