martes, 14 de octubre de 2008

FIN DE SEMANA EN GRANADA

Los ciclámenes comienzan a verdear en el tiesto, las hojas tiernas se abren paso en el ocre mortecino de la tierra apretada. ¡Son bonitos los ciclámenes!. Son como alas de ángeles niños que se desperezan a la magia de la vida… son como deseos que se hacen visibles a los ojos de quienes soportan el ruido de alfileres clavadas en el alma… como lágrimas de nieve que se tiñen con el color del aire, con el olor del agua, con el tacto del zumbido de la abeja que llega tarde al racimo de uvas que se desangra lentamente colgando de su madre parra.
¿A que viene todo esto?....!ya!...sí… viene a que el pasado fin de semana Juan y yo hemos estado en Granada…y es que Granada es un ciclamen. De Granada se han escrito y dicho tantas cosas que seguro que las que pueda yo escribir o decir serán de tampoco interés como el ciclamen que olvidé cuando palidecieron sus hojas con la subida de las temperaturas al comenzar el verano. Granda es un ciclamen que comienza a asomarse al balcón de Pablo y que ya casi se deja ver en el arriate de la casa de Javier.

Con Pablo hemos vivido la tormenta en la orilla de la playa… él, viento suave que esconde ráfagas de huracán cuando se nubla su cielo, agua mansa que se adorna con encaje de espuma blanca hasta hacerse ola, agua salada que vuela con el ímpetu de las antiguas luces de faros inundando de recuerdos el futuro de los acantilados mas cercano…Pablo, con dos agujeritos en las palmas de las manos, con un roto en los bolsillos de su pantalón por donde se le escapa el dinero con deseo de hacer feliz a los demás. Pablo, cuenco tibetano que eclipsa con sonido y oraciones sus anhelos más lejanos… cuenco tibetano de siete metales que vibra en la palma de la mano y expande su eco hasta el rincón de los deseos que los demás van olvidando. Pablo que mira sin mirar…que habla sin hablar y enmudece cuando grita, dibujando un sonrisa en forma de corazón.

Granada, ciclamen abierto entre cipreses, soldados que guardan la humedad de la tierra para que sus pétalos sean caballitos azules.

Con Javier hemos experimentado el vuelo sin motor…una caída al vació de un alma preñada de caracolas y conchas desgastadas de tanta agua y tanta sal. Javier, horizonte donde el color se transforma en grito, en medusa bailarina, en signos de oro perdidos en el laberinto donde se suma lo humano a la divino. Perfil, figura humana que vuela entre sábanas y desciende hasta el infierno de la pasión de un cristo sin cara, ajeno, encorbado... descendido a los infiernos de un lienzo colgado en una pared recien pintada. Javier con boca de pincel de donde brotan palabras disfrazadas de color…color que se quiebra en mil pedazos y se hace rosario de horas sentado frente al caballete, llenando y vaciando las manos de libélulas y caballitos de mar…sirena envuelta en agua de ola, ola de cantarinas sirenas nacidas de una antigua canción celta… Javier, que pone caras para evitar ser retrato fiel de propia imagen, para diluirse en contornos rojos y malvas en la túnica de algún ángel caído. Cien cuadros que pinte cien latidos que se le escapan…cien caricias a la nada, cien noches sin sueños y sin hadas blancas.

¡Como me gustaría copiar tus cuadros en mis paredes!...!como me gustaría ser un espía para descubrir el secreto de tu inspiración!.

Pablo, Javier…sabéis que os debo algo y que Juan se suma a esa deuda…no puedo pagaros más que con palabras, con signos de admiración e interrogaciones que se vuelven paréntesis, comas y puntos…Letra a letra la deuda que tengo con Granada la iré pagando siempre que los ciclámenes vuelva a enturbiar con sus colores vuestro balcón y vuestro arriate.