miércoles, 29 de julio de 2009

LLEGADA A ESTAMBUL


Estaba nervioso, sabía que debíamos ser muy diligentes al

llegar a la estación de Atocha, llegaríamos con el tiempo justo para coger un taxi que nos llevara al aeropuerto

y hacer cola en el mostrador de facturación.

¿Cuánto tardamos en llegar a la T-1 de Barajas?

-Entre 20 y 25 minutos, depende del tráfico.

Contestó el taxista.

Pues solo disponemos de 10, como máximo 15…

-¡Vamos a intentarlo!. Contestó sonriendo.

Efectivamente, en 16 minutos mal contados estábamos en la puerta de la T-1.

La cola en el mostrador de facturación era considerable; sólo respiramos

con tranquilidad cuando un empleado se dirigió a nosotros para hacernos

alguna indicación referente al equipaje y nos entregó unos precintos indicativos… para agilizar la facturación… nos dijo.

Ya un poco más tranquilos nos fuimos turnando para fumar un cigarrillo en la sala de fumadores que estaba

muy próxima a aquella hilera de personas y maletas, se parecía a las filas de las procesiones de hormigas obreras que

cargan diminutas migas de pan, granitos de trigo o cualquier otra semilla, a diferencia que nosotros tirábamos de

las maletas, las empujábamos y las arrastrábamos…en fin.

Al rato, frente a la puerta de embarque, tras ser cacheados, mirados por rayos X, y supongo que incluso fotografiados sin nuestro consentimiento, la sensación

era la misma… las mismas caras, la misma hilera de personas, unas nerviosas otras disimulándolo, otras comprando agua,

o chicles, personas que de ser trasparentes nos dejarían ver la emoción contenida, la ilusiones compartidas, la esperanza

que los próximos días fuesen inolvidables, o al menos….felices.

Después de cuatro horas y media de vuelo, con cambio de hora incluido, sobrevolábamos Estambul. Mi idea sobre aquel lugar nada tenía que ver con la realidad que, tras la ventanilla ovalada del avión, se dibujaba en mis retinas…era grande, grande y claro, claro y con una luz azulada y dorada… esa misma sensación me inundó cuando ya en el autobús la realidad de la ciudad me era más cercana. Los edificios altos, las viviendas parecerían dispuestas como cuando hacemos el Belén y las casitas del pueblo las apilamos en la ficticia loma de una montaña de corcho. Las avenidas eran anchas y largas… mis ojos quería abarcar todo el paisaje, como queriendo memorizar el lugar, buscando detalles, reparando en los cientos de alminares de las mezquitas…una por barrio –supongo-; todas parecidas, todas similares y todas parecían como recién construidas… estábamos en el Estambul de Asia Menor, en la antigua Constantinopla y de repente el Bosforo, a lo lejos, muy lejos el Mar Negro, y al otro lado, más próximo el Mar de Marmara…atrás se quedaba Asia, adelante nos esperaba Europa.

Tras un recorrido de 45 minutos llegamos al Barco, antes, el crucero fue por las avenidas y calles de Estambul, rozando sitios emblemáticos, lugares con un encanto especial, mezquitas, jardines, palacios…todo se agolpaba como a la espera de irse ordenando … La primera impresión sobre la ciudad , que parecía abrirse a mis ojos y mis emociones como si fuese un inmenso tulipán, fue la de sorpresa…aquel espacio, aquella armonía entre la luz, el color, las emociones y el asombro sobrepasaba infinitamente mis expectativas.