martes, 22 de septiembre de 2009

AVISO DE TORMENTA


El horizonte parece más cercano cuando viene cargado de lluvia; a gritos la voz del trueno se raja y reclama su trono de confusión y de miedo… agua en la mañana. La tormenta ha llegado cosiendo a rayos la seda azul del cielo con el gris cambiante y efímero del nubarrón… sus filos son de luz.

Entona la borrasca su canción de aire y de agua, su balada de amor y desamor sobre la tierra seca que sueña con ser mojada. Y sobre esa tierra bulle el agua con su baile sordo, su baile de vida alborota la vida de la flor y la muerte de la piedra. Es la esperanza del amor imposible, de los versos furtivos de un poeta loco que sueña con palabras infinitas para describir morirá mañana junto al barro.

Cantan los jilgueros que ya no se escriben cartas los amantes, que el viento no se araña con las espinas cuando se mueve entre los rosales; que hormiguea la desazón en la piel de la ciudad y del campo… que anda el mundo lleno de gente temerosa porque les angustia la palabra “crisis”. Y ríen las alondras porque saben que los dados de los “dioses” del mundo están trucados, que siempre, cuando son lanzados al aire, quedan con la cara de la “nada” en su parte de arriba… sale la nada en el tapete verde de la vida.

Avisa el Messenger que tengo un nuevo correo en la bandeja de entrada, y responde la tormenta con un quejido tosco que hace temblar los cristales de la ventana. Besa la lluvia la fría superficie transparente por donde resbala, como los niños en el tobogán del parque…a diestra y a siniestra, en la primera y en la cinco, las noticias, las eternas y cotidianas contradicciones de los periodistas, de los mil dioses absurdos que amenazan a un mundo que no les necesita. Esos mil dioses agoreros que se visten y desvisten con las noticias que nos ahogan cada vez que pronuncian la palabra “crisis”.

Peregrina el silencio entre los acordes de Cold Play y Antonio Flores. Peregrina sin trazar un rumbo cierto, como si las cosas que merecen ser calladas no tuvieran más remedio que dejarse oír en la tormenta, como si estallaran las cuerdas vocales de un piano gigantesco en Montparnasse, sobre las terrazas de La Closerie des Lilas o del Dôme, tratando de despertar a cualquier precio los ensueños de Picasso.