Estaba allí, al fondo del salón de estar, sentado en uno de los sillones que se alineaban frente a la ventana y quizás soñaban con ser banco de parque, taburete de bar, sillín de bicicleta loca, butaca roja de cine o de teatro….eran tantos. El, con la mirada puesta en el carrito metálico que empujado por una joven vestida de blanco se dirigía al centro del salón, el carrito de los zumos, del vaso de leche, del paquetito individual de cinco galletas maría, el carrito de de las 11:30. Estaba esperando, seguro que siempre está esperando, esperando sin perder la esperanza, esperando que un aire de ensoñación o quizás de ilusión se apodere de su cuerpo y su alma y lo haga resucitar de su muerte en vida. El con su Alzheimer, sus temblores, su reuma, su incontinencia, su diabetes, su…. parecía recitar en su mirada estrofas nuevas de su antigua vida, parecía hablar consigo mismo e imaginar que yo escuchaba lo que decía; en su silencio yo escuchaba y él me decía:
El tiempo se burla de las voces del pasado, invade las sombras, se cuela en los recuerdos, y se marcha convertido en olvido.
El tiempo convierte sentimientos en recuerdos, los rostros se pierden, los nombres, se olvidan.
El tiempo arrastra consigo latidos, miradas y horas. Te arrastra, cuando despiertas ya es tarde, y olvidas que olvidaste que olvidaste...
El tiempo no espera, no llora; engaña, entierra, desgarra. El tiempo no piensa, solo sigue su camino.
El tiempo deshace los recuerdos, borra las huellas, acaba poco a poco con el mar de la memoria. Y los huecos se vuelven abismos, de esos en los que se caigo cada vez que me sientan en este sillón mirando a la ventana.
El tiempo que yo sepa, solo sirve para olvidar.
Se quedó allí, sentado; quizás, cosiendo frases mudas y palabras sin acentos a pensamientos que vienen y van y, de vez en cuando, solo de vez en cuando, la proximidad de algún rostro amable y cercano empañará los gruesos cristales de sus gafas.