jueves, 26 de abril de 2012

EL RELOJ DE LA VIDA.


Los  que tenemos algunos años nos acordamos de que antes, cuando éramos más jóvenes, nuestros padres daban cuerda a su reloj de pulsera, era como un ritual, y cuando por olvido no se hacía  se paraba el reloj parecían  que sentían rabia y descontento por tener que preguntar la hora y girando en  aquel universo redondo ajustar las manecillas al tiempo real. Ahora los relojes no tienen cuerda, funcionan unos con pilas, otros con la luz, otros con las pulsaciones  del propio cuerpo…  otros por arte de magia, así que cuando se paran, o si hace poco que lo tenemos,  usamos la garantía y nos lo sustituyen por uno nuevo y hasta nos piden disculpas por los posibles “contratiempos”  que nos ha podido causar los desajustes de la máquina. Pues  bien todo esta parrafada viene para adornar lo que realmente os quiero decir: “Mi reloj es de los antiguos y se está quedando si cuerda”.

Ayer visité al relojero, y si me descuido me deja en el taller para hoy comenzar la reparación, pero se dio cuenta que tenía mucho trabajo pendiente,  ha preferido que sea el próximo lunes 31 de Abril (bonita fecha) para parar mi manecilla de las horas y la de los minutos, para parar mi tiempo atándolo a una nube, al objeto de limpiar mi cielo de contaminantes, de cauterizar los recuerdos gastados, de quemar las sensaciones baldías, de arrancar las amapolas silvestres y los cardos  espinosos… Mi relojero detendrá mi tiempo, y después me  desanudará de  las nubes para que la lluvia caiga limpia, suave y gozosa sobre la tierra árida con la que se amasa la vida. Tengo miedo.

Sueño que después de que las manillas de mi reloj estén en hora  sigan funcionando por mucho tiempo, tanto que pueda ver como mi hija consigue ser becaria de la Fundación Gala, (es ahora mismo su prioridad y su anhelo) tanto que consiga junto a Juan llenar nuestra huerta  en la Rivera de Usagre de lechugas, tomates, espinacas… y coger las guindas, los higos, las cerezas … Escuchar a Josefa o a Paco avisando para tomar el café de media tarde… Visitar a mi hermana en su apartamento junto al mar, a mi sobrina siendo quien ella decida ser, a José Antonio andando por sí mismo y afrontando la vida con seguridad y la alegría que te produce aceptarse como se es.   

Tengo miedo, tanto como se siente cuando vas a la ver si te ha tocado los millones de la primitiva o de la lotería de navidad y por un momento piensas  “mira que si me ha tocado”
 A mí me toco la lotería cuando nací, porque al llegar a la vida no elegimos la familia en la que vamos a estar… yo en eso he tenido suerte, mucha suerte, la misma que con los amigos, la otra familia, a esta si se la elige, pero también hay que tener un poquito de fortuna para que la elección sea la correcta… aunque se tarde treinta años y haya que regresar a la penumbra de la oración, a las risas por los pasillo, a asaltar -con nocturnidad y alevosía-  el comedor de los superiores…

Ya que he nombrado a los que están presentes en todas mis horas y mis minutos, no puedo olvidar de los que también lo están segundo a segundo,  mis compañero de trabajo, con ellos, como con la vecindad en nuestra calle o en nuestro bloque, he vivido de todo, con unos mas y con otros menos… me gané a pulso la fama que cada uno quiso darme sin conocerme... pero los que me sí se atrevieron a conocerme ahora me quieren y yo los quiero a ello, con esos me quedo,  los demás no son más que un tiempo muerto…  Tengo miedo.

 Los jacintos, los narcisos, los tulipanes de mi patio ya se han deshojado, ahora es la rosa mosqueta,  la que pinta la pared de blanco, de puro blanco y la glicinia la que se hace cielo azul,  de azul de atardecer de primavera… Son tantas las emociones, tantas las sensaciones, tantos los arañazos de los rosales que sigo teniendo miedo aunque los relojeros, a los que confio mi reloj,  son los mejores.
Nos vemos, nos sentimos, nos recordamos.