jueves, 12 de abril de 2012

NI FRIO NI CALOR...AUSENCIA, NO TE MIRO...LUEGO, NO EXISTES.


Hoy, como casi todos los días, la vida comienza con fuerza. Dolor, hambre, soledad, sufrimiento... Rebosa un dolor insano, anticrístico, que va a la contra de toda moral y toda buena costumbre. Estoy seguro que es porque siente miedo. Se sienta en su banco, en el de siempre, detrás de los tres cipreses que hacen de rincón a la fuente donde sacian su sed las palomas más intrépidas y más blancas del jardín. Los cartones siguen ahí, nadie los ha robado, mira siempre hacia delante, hacia delante, o quizá hacia atrás, al lado, al lado del lado, se sienta y piensa en su futuro incierto, se mira en el cristal verdoso de la botella que anoche le sirvió de Orfidal... Su imagen es la de siempre: quebrada, ausente, distraída... se mira sin sufrir, como siempre, como siempre, sin sufrir.

En veinte minutos logra juntar el dinero para un café caliente, bien caliente, en veinte minutos de mano extendida en brazo estirado, en cuerpo encorvado, en alma ausente...!Dios!. Hoy, tras el primer sorbo, de pronto, se da cuenta que llega el buen tiempo. De sorpresa, se hace sentir en la copas mas altas de los árboles del parque, en las papeleras de las esquinas... Siente envidia de las aves que se elevan, que emprenden su vuelo hacia un rumbo lejano, él las ve partir gateando por el aire, en el inmenso azul. Pronto las hojas dejaran de crecer, el sol se despertará con toda su fuerza y golpeará su cara, se cubrirá con la gorrilla verde y azul, la que lleva en la visera la publicidad de un bar de mala reputación, pero incluso así el sol le dará de lleno, le molesta un poco aquel pensamiento a temporal y distante, pero no se preocupa por que tiene su café caliente en la mano derecha, las hojas permanecen quietas, tranquilas, respirando, solo respirando, sin hacer nada más, nada más, prefieren omitir cualquier movimiento, solo respiran. Él ve a la gente que pasa con un caminar apresurado que no puede explicarse, mientras, le da unos sorbos al café que aún está caliente, como a él le gusta. El calor... Comienza a sudar, de pronto las hojas caen y caen, no paran de caer, se secan, el sol se esconde asustado por algo que no se entiende, y a momentos sale demostrando su poderío supremo, pero las nubes lo dominan... Las hojas caen y no dejan de caer. Él sigue tomando su café, hacía tiempo que no sentía un café tan caliente, quizá nunca había tomado un café así, se lamenta de no haberlo hecho antes, está buenísimo, piensa, intenta recordar a la gente que le dio el dinero para comprarlo, trata, en vano,de reconocerla entre la multitud que esperan, detenidas en la acera, que el semáforo cambie de color. El cielo se cierra por completo, sin dar lugar a ninguna expectativa, ningún sueño ni esperanza, y comienza a llover, llueve como si nunca hubiese llovido, llora, el cielo sufre, está herido por alguna razón que nadie sospecha ni conoce, él lo mira, el café se moja, no le importa, sigue tomándolo mientras enciende un cigarrillo que alguien ajeno, desconocido, despreocupado y generoso le dio por con lástima, fuma y fuma, procurando no mojar el cigarro, llueve y llueve. Las aves vuelven, de repente deja de llover, él lo agradece con una mirada cómplice a las nubes que se alejan, deja los cartones a un lado y sigue fumando. Saborea el último sorbo de café, se termina el cigarro.

Los cipreses estallan de tan verdes y tan limpios, él intenta sacarle la última calada al cigarrillo, le gana, deja el vaso y la colilla en la papelera del rincón, sigue sentado en su banco, mira a quienes con prisa injustificada pasan a su lado, los mira a los ojos... Nuevamente: !Dios!...el alma ausente de un cuerpo encorvado, con un brazo estirado y la mano extendida...Veinte minutos y tendrá otro café, otro cigarro. Las aves se elevan, emprenden su vuelo hacia un incierto destino, imprevisibles en su rumbo, las ve partir, elevarse en el inmenso azul, las hojas dejan de crecer, el sol sale con toda su fuerza... El mendigo se alegra, simula una sonrisa y piensa que sobrevivió a otro duro año.