lunes, 9 de julio de 2012

EL DOLOR DEL OLOR DE LA ROSA


Hay momentos en la vida que sientes como el olor de las rosas se disipa enredándose en las curvas invisibles del aire, hay veces que el azul del cielo se torna del color de los ángeles guardianes, se vuelve  transparente,  distante,  alto… más alto. Cuando las luciérnagas tiemblan en la oscuridad y huidizas galopan a lomo de los corceles oscuros de los silencios, es cuando la ausencia, como si se tratase de un velo transparente de tul y seda, te envuelve el alma y se entretiene en acongojar a tu espíritu, a tu voluntad, a esa fuerza interior que juega a enredar el pasado con el futuro para huir del presente. Hay momentos en el que el olor de las rosas se hace dolor, ala de mariposa, destino incierto de libélula que en su vuelo teje invisibles caminos por las orillas del aire…

 El olor de las rosas, transparente, distante, alto… Tan alto como el grito mudo de la nube que engaña al aire cambiando de forma, que disimula la tormenta escondiendo al rayo, que se hace agua, nieve, granizo… flor de ceniza, campana, hora en reloj adelantado, vida por vivir y sueño ya soñado.

Extraño el olor de las rosas, echo de menos la inocencia  temerosa  de quien reza para que se cumpla un deseo, de quien hace girar su intuición y supone que lo que ha de acontecerle es el resultado de la suma de infinitos “no”.

Mira. Mira como el agua, que andaba buscando la salida al laberinto del alma de las nubes, se deja caer  y dibuja nuevos horizontes a los límites del olor de la espina del tallo de la rosa.