domingo, 26 de octubre de 2014

""" EL TONTO """. (una historia escrita y contada en siete ratitos). TERCER RATITO

Tercer ratito.
Los días en los que su mente es capaz de distinguir entre el bien y el mal,  la luz  de  la sombra,  lo cercano y lo lejano,  los  señala con un círculo rojo en su calendario, y hasta puede sentir como Dios se muestra insensible ante su desesperanza y tanta  soledad, ausente como la mora de la zarza en invierno, lejano como el canto de la cigarra en pleno verano, aún así siente su presencia cerca, tan próxima como la tinta del tatuaje a la piel, tan cercana como los cipreses del cementerio a la muerte; pero los días en los que el cielo es de plomo y humo, juega a provocar el enfado de sus vecinos gritando repetidamente, es una letanía sin sentido la que por su garganta rompe la tranquilidad del aire y de quien lo escucha dar voces. Corre y corre moviendo los brazos para imitar el aleteo de los pájaros, Plaza arriba,  Plaza abajo, se detiene en la reja de la fuente mira al cielo y vuelve a correr hasta el Ayuntamiento simulando el vuelo del gorrión, o de la paloma, o de abejaruco. Seguramente no se atreve pedir, a quienes le observan desde la indiscreta ventana del Bar Rubio, una alas  prestadas para emprender el vuelo y alejarse hasta el más escondido lugar el universo, allí donde la tolerancia es la reina de todas las miradas, de todos los sueños, de todas las vidas.

Otros días precisa alzarse sobre él mismo y por encima de los demás para reclamar un atisbo de razón  y así distinguir lo utópico de lo real, y comprobar que al mundo le es indiferente que llores o que rías, que grites o abraces a tu propia chaqueta para sentir un poco de compañía. Son ocasiones en las que necesita dar tiempo a que su ayer se le esconda en el bolsillo, y que alguien quiera jugar a encontrarlo.
El sol está alto, de pequeño le enseñaron protegerse de él: anuda los cuatro picos de un pañuelo y lo encaja en su cabeza, nunca ha usado otra cosa. Su mollera es apepinada, con un flequillo despeinado de pelo oscuro, recio, indómito, no ofrece buen asiento a gorros y sombreros. Su tío Rafael le regaló una boina vieja para que la usara los domingos, Andrés, para que no se le gastara ni se le pusiera parda por el sol, decidió colgarla en una alcayata al lado del calendario, nunca se la puso. Su frente es larga y huidiza, las cejas negras, muy pobladas y casi unidas entre sí, lo ojos pequeños y juntos, la boca grande y algo floja. Al mirarle, muchos piensan que no es de extrañar que sea como es.

A ratos andando, a ratos corriendo, o volando como el gorrión real, continúa alejándose calle   El Guijo  arriba,  cuando llega al Atrio de la Iglesia ya está dispuesto para la pelea, y, como buen soldado, en la Batalla de Lepanto y navegar en el mismo barco que el escritor, a colorear la gris historia de un loco enamorado que se hizo caballero y se batió en desigual duelo con molinos de viento y gigantes imaginarios, o quizás decida hacerse piloto para desviar el rumbo del avión y evitar su choque en unas torres que decían que eran  gemelas, o convertirse en rosa de los vientos para equivocar el curso de su historia, o en cambiarse por un salmón y así poder alejarse mar adentro o río arriba.
En ocasiones su mente está a punto de estallar. Llena de pensamientos estrafalarios en los que la realidad y la fantasía se mezclan… ¿O están ausentes? ¡Que más da!... Hay veces en  las que los recuerdos son la sombra de los sueños por soñar. Se siente indefenso, a la espera de alguien que le dé la mano, que lo abrace y  recomponga su razonamiento, que arregle su pasado roto y le ayude a adentrare en un futuro en el que no sea indiferente que llore o que ría.

                                                           (Fin del tercer ratito)