martes, 7 de octubre de 2014

UNA FORMULA MAGICA

Por un momento vamos a suponer que el día no está gris, que hay cien, mil, un millón de bombillas alumbrando y que las sombras no florecen sombras sino luciérnagas temblonas que se entretienen en el aire jugando al corre que te pillo.

Ahora que la luz casi deslumbra, ataremos las nubes para que no se vuelen, y así disfrutar imaginando la sensación de que son un mullido colchón, y que está ahí por si caemos no sufrir daño alguno. Y escaparemos de presentimientos oscuros daremos la libertad a las mariposas que tenemos guardadas entre la piel y el horizonte de los sueños más alegres para que suban al cielo... Al mirarlas, quien sepa imaginarlas, le dibujaran en los labios cien sonrisas que vuelvan a iluminar de nuevo el día.


Para gastar el tiempo mientras las horas deciden vestirse de blanco y luz, buscaremos en los mares un pez volador para subirnos a él cuando presintamos que la desgana quiere escaparse del pozo triste y profundo de la soledad. Un pez volador fiel, porque siempre nos llevará de nuevo al cielo, ahí arriba, entre las mismas nubes que antes atamos a nuestros dedos como si fuesen globos redondos redondos.

Y por último, cerraremos los paraguas -que tantas veces usamos para protegernos- no por incómodos o inútiles, tampoco para quedarnos desnudos y sin protección , sino para  aprender a acurrucarnos entre los brazos y el pecho de quienes nos quieren, y aprendamos a acudir a ellos cada vez que sintamos como la soledad y el gris del día nos rodean. 



Con esta fórmula mágica verás que ya no existen más días grises.