Al fondo del salón de estar, frente a la ventana, los sillones perfectamente alineados, quizás sueñen con ser banco de parque, taburete de bar, sillín de bicicleta loca, butaca roja de cine o de teatro, trono de príncipe de cuento donde princesas sin coronas duermen para soñar con aquel primer beso que las despierta a la vida. Allí, en el rincón, castigados a ser sitial preferente, parecen estar constantemente atizando las brasas frías que trae y lleva la caricia del viento que, como un niño travieso, juega entre los visillos de la ventana, parece que los hace bailar al compás de la música improvisada de D. Luis, anciano septuagenario que se entretiene tarareando no se sabe bien que canción o que cuplé, alguien opina que es un bolero que cantaba “La Piqué”, y que tenía que ver con un historia de desamor y un tatuaje. Al fondo del salón de estar, en la primera fila de asientos tan correctamente ordenados, lo cotidiano era entablar conversaciones en voz muy baja, casi cuchicheando como se habla cuando se está en el cine.
- Mira aquella nube…
- ¡Mírala!...
Parece una mujer preñada.
- Siii…
- Mira aquella otra.
Tiene la forma de un elefante de espuma.
- No, no… Es, es...
Un hipopótamo de humo... ¿No ves que ya no tiene trompa?
La conversación se interrumpe cuando alguien tose
repetidamente carraspeando la garganta. Como alertados por cantos de sirenas,
alarma de un corazón bañado de tantos olvidos, vuelven la cabeza y fijan
la mirada en el carrito metálico empujado por una joven con uniforme y
delantal blanco, muy blanco, tan blanco como la antigua inocencia de
quienes con su mirada parece empujarlo hasta el centro del salón. Es un navío
de velas blancas que llega a puerto, o un frágil barquito de papel olvidado al
filo de la memoria. Es el carrito de los zumos, del vaso de leche, del
paquetito individual de cinco galletas María y su cestillo con frutas de
temporada. Son las 11:30.
Entonces, en la sala, los sillones van lentamente
cambiando de posición sin necesidad de brújula ni rosa de los vientos que
marque un nuevo rumbo, a la vez un nerviosismo colectivo, a duras penas
disimulado, se adueña de las manos y de la voluntad de aquellos hombres y
mujeres.
Es el mismo ritual que diariamente se repite a las
17:30. Aprovechando que en esas horas es cuando, alguno
de ellos, reciben la visita del familiar. Es la liturgia cotidiana que apenas
dura lo que una misa rezada. A los 15 minutos la rutina vuelve a ser la
zarza que todo lo ata. Un instante de silencio que se pasea entre sus
bocas, se entornan los labios y se vuelven a abrir los ojos del
alma.
Una voz, la misma de todos los días, anuncia:
- ¡Vamos a
dibujar!... ¡Venga nos ponemos todos aquí, en esta mesa. Vamos a colorear
estas láminas tan bonitas!
Entre ellos hay quien es capaz de
convertir garabatos en pinceladas dignas de la destreza del más hábil de los
pintores, y sin querer -ni saberlo- juegan a ser niños cazadores de mariposas,
exploradores del país de las hadas, niñas que bordan libélulas de cristal en
pañuelos con encajes de agua… Otros dicen que no les gusta dibujar porque nunca
aprendieron a escribir, dando por sentado que la escritura es la forma de
dibujar las palabras.
En la primera fila de los sillones, al fondo del salón, Ana y
José, reanudan su conversación. Después de casi 60 años juntos continúan
hablándose, mirándose a los ojos, sintiendo escalofríos cuando, por casualidad,
se rozan las manos. Continúan siendo unos desconocidos desde que la
memoria y la voluntad decidieron alejarse de ellos. El vacío que
dejaron se llenó de soledad y de las sombras que envuelven los recuerdos
hasta convertirlos en olvido.
- Mira, mira… ¿A que
se parecen aquellas sombras?
- ¡No, no son
sombras, son nubes!
- Son trocitos de
papel de seda que bailan en la luz apagada de la tarde.
- ¡Que bien
hablas!... Pero no…Son nubes.
- Son las
sombras de poemas escritos en el viento, en el aire de la mañana, en la brisa
que empuja el ala del sombrero para que vuele libre entre el azul y la nada.
- ¡Que bien
hablas!... Me das tanta envidia…
Sentados en sus tronos siempre están esperando, esperando sin
perder la esperanza, esperando que un aire de ensoñación les cierren los
ojos, o quizás que un milagro de la Virgen de calendario logre
resucitarlos de su muerte en vida. Al fondo del salón, Doña Demencia Senil y
Don Alzheimer, se esconden furtivos entre temblores, reumas,
incontinencias, diabetes, esquizofrenias, depresiones… Como si quisieran
alargar la sombra del silencio hasta el infinito y confundirse entre el
blanco delantal de la enfermera y el baile del aire en los visillos. El tiempo
solo les sirve para olvidar, se quedan allí, sentados, cosiendo
frases mudas y palabras sin acentos a pensamientos que vienen y van. De vez en
cuando, solo de vez en cuando, la proximidad de algún rostro amable y cercano
hace que se les empañen los cristales de sus gafas, o que un temblor de
mariposa nerviosa anide entre sus dedos, es entonces cuando alguna lágrima
se detiene en filo de sus ojos, lágrima que les hará sentir su ajena
realidad: que están vivos.
- Dame la mano…
!Dámela!
- Ya sé, ya sé. Me
quieres dibujar un corazón en la palma.
- Sí, un corazón de
amapolas rojas como la sangre, un corazón de hojitas de laurel y cáscara de
limón…
- ¡Que bien huele tu
corazón!
El tiempo ha dejado de convertir los sentimientos en
recuerdos. Los rostros se desdibujan, se difuminan, se hacen niebla, los
nombres se olvidan. El tiempo arrastra consigo los latidos, las miradas y las
horas. Te empuja a un sueño profundo y cuando despiertas ya es tarde…Olvidas
que olvidaste, que me olvidé que te olvidé.
El tiempo no espera, no llora. Engaña, entierra, desgarra. No
piensa, solo sigue su camino, deshace la memoria, borra las huellas, convierte
poco a poco la luz de la vida en gris niebla.
Mil zarzas invisibles les crecen en los pies, y de los
bolsillos del pijama asoman racimos de moras, de zarzamoras donde se
cuelgan los recuerdos, se enredan sentimientos y las imágenes de un
presente sin pasado, de un futuro al que se llega sin vivir el presente...
Zarzas, moraszarzas que rompen la luz con espinas de niebla... niebla de
nadie... niebla de zarzas, zarzas en la niebla.
Al fondo del salón de estar… Allí en el rincón...
Paradoja, o "mentirijillas" constatables:
Con respeto para los abuelos que dia a dia son atendidos en la Unidad de Estancia Diurna -Centro de Día- subvencionado por la Junta de Extremaura y gestionado por el Ayuntamiento de Usagre.