martes, 2 de diciembre de 2014

ZARZAS EN LA NIEBLA.


Al fondo del salón de estar, frente a la ventana, los sillones perfectamente alineados, quizás sueñen con ser banco de parque, taburete de bar, sillín de bicicleta loca, butaca roja de cine o de teatro, trono de príncipe de cuento donde princesas sin coronas duermen para soñar con aquel primer beso que las despierta a la vida.  Allí, en el rincón, castigados a ser sitial preferente, parecen estar constantemente atizando las brasas frías que trae y lleva la caricia del viento que, como un niño travieso, juega entre los visillos de la ventana, parece que los hace bailar al compás de la música improvisada de D. Luis, anciano septuagenario que se entretiene tarareando no se sabe bien que canción o que cuplé,  alguien opina que es un bolero que cantaba “La Piqué”, y que tenía que ver con un historia de desamor y un tatuaje. Al fondo del salón de estar, en la primera fila de asientos  tan correctamente ordenados, lo cotidiano era entablar  conversaciones en voz muy baja, casi cuchicheando como se habla cuando se está en el cine.

-  Mira aquella nube…
-  ¡Mírala!...  Parece una mujer preñada.
-  Siii…
-  Mira aquella otra. Tiene la forma de un elefante de espuma.
-  No, no… Es, es... Un hipopótamo de humo... ¿No ves que ya no tiene trompa?

La conversación se interrumpe cuando alguien tose repetidamente carraspeando la garganta. Como alertados por cantos de sirenas, alarma de un corazón bañado de tantos olvidos,  vuelven la cabeza y fijan la mirada  en el carrito metálico empujado por una joven con uniforme y delantal blanco,  muy blanco, tan blanco como la antigua inocencia de quienes con su mirada parece empujarlo hasta el centro del salón. Es un navío de velas blancas que llega a puerto, o un frágil barquito de papel olvidado al filo de la memoria. Es el carrito de los zumos, del vaso de leche, del paquetito individual de cinco galletas María y su cestillo con frutas de temporada. Son las 11:30.

 Entonces, en la sala, los sillones van lentamente cambiando de posición sin necesidad de brújula ni rosa de los vientos que marque un nuevo rumbo, a la vez un nerviosismo colectivo, a duras penas disimulado, se adueña de las manos y de la voluntad de aquellos hombres y mujeres.

Es el mismo ritual que diariamente se repite a las 17:30.  Aprovechando que  en esas  horas  es cuando, alguno de ellos, reciben la visita del familiar. Es la liturgia cotidiana que apenas dura lo que una misa rezada.  A los 15 minutos la rutina vuelve a ser la zarza que todo lo ata. Un instante de silencio  que se pasea entre sus bocas, se entornan  los labios y se vuelven a abrir  los ojos del alma. 


 Una voz, la misma de todos los días, anuncia:
- ¡Vamos a dibujar!... ¡Venga nos ponemos todos aquí, en esta mesa. Vamos  a colorear estas láminas tan bonitas!

    Entre ellos hay quien es capaz de convertir garabatos en pinceladas dignas de la destreza del más hábil de los pintores, y sin querer -ni saberlo- juegan a ser niños cazadores de mariposas, exploradores del país de las hadas, niñas que bordan libélulas de cristal en pañuelos con encajes de agua… Otros dicen que no les gusta dibujar porque nunca aprendieron a escribir, dando por sentado que la escritura es la forma de dibujar las palabras.

En la primera fila de los sillones, al fondo del salón, Ana y José, reanudan su conversación. Después de casi 60 años juntos continúan hablándose, mirándose a los ojos, sintiendo escalofríos cuando, por casualidad, se rozan las manos.  Continúan siendo unos desconocidos desde que la memoria y la voluntad decidieron alejarse de ellos. El vacío  que dejaron se llenó de soledad y de las sombras que envuelven los recuerdos hasta convertirlos en olvido.

-  Mira, mira… ¿A que se parecen aquellas sombras?
-  ¡No, no son sombras, son nubes!
-  Son trocitos de papel de seda que bailan en la luz apagada de la tarde.
-  ¡Que bien hablas!... Pero no…Son nubes.
-  Son las sombras de poemas escritos en el viento, en el aire de la mañana, en la brisa que empuja el ala del sombrero para que vuele libre entre el azul y la nada.
-  ¡Que bien hablas!... Me das tanta envidia…

Sentados en sus tronos siempre están esperando, esperando sin perder la esperanza, esperando que un aire de ensoñación les cierren los ojos,  o quizás que un milagro de la Virgen de calendario logre resucitarlos de su muerte en vida. Al fondo del salón, Doña Demencia Senil y Don Alzheimer, se esconden furtivos entre temblores,  reumas, incontinencias, diabetes, esquizofrenias, depresiones… Como si quisieran alargar la sombra del silencio hasta el  infinito y confundirse entre el blanco delantal de la enfermera y el baile del aire en los visillos. El tiempo solo  les sirve para olvidar, se quedan allí, sentados,  cosiendo frases mudas y palabras sin acentos a pensamientos que vienen y van. De vez en cuando, solo de vez en cuando, la proximidad de algún rostro amable y cercano hace que se les empañen los cristales de sus gafas, o que un temblor de mariposa nerviosa anide entre  sus dedos, es entonces cuando alguna lágrima se detiene en filo de sus ojos,  lágrima que les hará sentir su ajena realidad: que están  vivos.

-       Dame la mano… !Dámela!
-       Ya sé, ya sé. Me quieres dibujar un corazón en la palma.
-       Sí, un corazón de amapolas rojas como la sangre, un corazón de hojitas de laurel y cáscara de limón…
-       ¡Que bien huele tu corazón!

El tiempo ha dejado de convertir los sentimientos en recuerdos. Los rostros se desdibujan, se difuminan, se hacen niebla, los nombres se olvidan. El tiempo arrastra consigo los latidos, las miradas y las horas. Te empuja a un sueño profundo y cuando despiertas ya es tarde…Olvidas que olvidaste, que me olvidé que te olvidé.

El tiempo no espera, no llora. Engaña, entierra, desgarra. No piensa, solo sigue su camino, deshace la memoria, borra las huellas, convierte poco a poco la luz de la vida en gris niebla.

Mil zarzas invisibles les crecen en los pies,  y de los bolsillos del pijama asoman  racimos de moras, de zarzamoras donde se cuelgan los recuerdos, se enredan sentimientos  y las  imágenes de un presente sin pasado, de un futuro al que se llega sin vivir el presente... Zarzas,  moraszarzas que rompen la luz con espinas de niebla... niebla de nadie... niebla de zarzas, zarzas en la niebla.

Al fondo del salón de estar… Allí en el rincón...

Paradoja, o "mentirijillas" constatables:
Con respeto para los abuelos que dia a dia son atendidos en la Unidad de Estancia Diurna  -Centro de Día-  subvencionado por la Junta de Extremaura y gestionado por el Ayuntamiento de Usagre.