miércoles, 11 de febrero de 2015

AQUÍ... SIN SABER DONDE.




Estoy sentado al borde de no sé qué sitio.  Hay agua y corre aire. El agua  va y viene y el aire es viento parado, detenido en la punta del junco como la libélula cuando descansa  guardando el  equilibrio entre la nada y el todo. Debajo de mis pies crecen los crisantemos que esconden, tristes, entre su olor a margarita soltera y marchita, la rabia de ser flor de muerto desamparado en tumba ajena… Oración inconclusa  sin el amén final, letanía inacabable enredada entre el verde del ciprés y el negro del luto efímero.

Aquí las palabras no tienen valor alguno, sólo valen su peso en aire cuando forman parte del rezo incansable de vírgenes sin alas. Se esconde la esperanza entre los vuelos asustadizos de las promesas con las que se alimentan las noches largas, las largas noches de auroras enteras y hermosas como el interior de la rosa blanca.

Estoy aquí.


El cortejo triste, triste cortejo de tristezas tristes, pasa a mi lado, al borde de no sé qué sitio ni de qué momento… Soy valiente, tanto que me resguardo tras las apagadas ascuas de sueños casi imposibles,  delante de las  ilusiones que no florecieron y sólo llegaron a ser  sombras tan claras como el perfil del nardo, o de la triste margarita o del corazón de la rosa blanca.

Estoy aquí y me siento cortafuego entre la soledad y el miedo.

Espero que llegue, por el sur del norte, o por el este del oeste, me  da igual, el mago que con su poder junte las orillas del agua y el aire. Son canicas de cristal, espinas de lluvia clavadas en el papel de seda que envolvió el mejor de los regalos, lo que el fascinador de la vida tatuó en las palmas de mis manos con una tinta que es solo visible a mis ojos.

Tendrá que venir el mago y sujetar mis pies hasta que  el borde de este sitio sea un lugar seguro y conocido, donde el agua y el aire borden en el horizonte los vaivenes de la vida.


 Mientras, aquí estoy.