martes, 3 de marzo de 2015

LLUEVEN PIEDRAS (surrealismo literario?)

Esta es la triste historia triste de un ser que no fue. El relato de una criatura sin dicha que se esconde en algún lugar entre el alma, el tiempo y los sueños.

Más allá de donde la soledad se siente sola, por donde intenta huir en busca de compañía, e incluso más allá de donde el olvido se olvida de sí mismo, y jamás es recordado, más allá existen lugares vacíos de todo y repletos de nada, sitios que perdieron la magia, en los que la realidad se confunde con la amarga amargura de sueños que no se hicieron realidad, y que, al igual que los niños no nacidos, quedaron en el limbo imposible de la fe más antigua.




Es en estos parajes desiertos, entre montañas, rocas y peñascos, acantilados y precipicios, desfiladeros y cuevas horadadas profundamente más allá de las entrañas del tiempo, es donde habita y sufre su existencia este ser que antaño fue alguien, y hogaño desconoce acaso si es. Ignora por qué terminó en ese lugar abandonado y más lejano que cualquier otro de cualquier sitio.

Malvive en una caverna que bien podría haber sido el oculto y digno sepulcro de un rey, está flanqueado por colosales paredes de piedra que se elevan como murallas, y apenas dejan una estrecha abertura para permitir que la luz de un sol apagado forme una tenue penumbra que parece que siempre huye hacia lo lejano y mas oscuro, que no alcanza a dar ni luz ni color al interior de las estancias reales, man teniéndolas siempre opacas, oscuras, sombrías.

Nunca sonríe. Se le olvidó un atardecer cuando se dejó envolver por el tiempo, que dicen todo lo cura, y todo lo deja atrás. Atrás, más allá del recuerdo, de su recuerdo, solo estaba él, pero poco importa porque tampoco se recuerda. Además, en este lugar no hay razones para sonreír. Ninguna. Ni siquiera el valioso hecho de estar con vida.

Desde la entrada de aquella gruta, entre la negrura del interior y la penumbra del exterior, se presiente un profundo vacío repleto de silencios, un vacío que rebosa austeridad, es como si el entorno se vistiera del hábito del fraile Trapense al que le fue arrancada la lengua, entumecido los pies y tapados con barro los oídos. Nunca llegó ni vio el fondo de aquella estancia oculto por la falta de claridad.



Jamás estuvo tentado ni se atrevió a dar un paso más allá de donde la penumbra perdía su nombre y se tornaba en oscuridad. Siempre tuvo miedo a tropezar caer y quedar allí, malherido, para siempre.

Quizá por esto, hace ya mucho, aunque no sabe medir el tiempo, empezó tirar piedras desde lo alto de la montaña, ladera abajo, las observaba caer, rebotar, rodar sin freno. Llegó un día en el que no encontró más piedras allá arriba. Fue entonces, solo entonces, cuando las fue sacando del interior de aquel sepulcro para lanzadlas, con todas sus fuerzas, al abismal vacío, cada vez que se sentía mal, o que acontecía algún hecho que le dolía profundamente porque regresaba un perdido y odiado recuerdo a su mente. Cogía un guijarro, el primero que encontraba, lo apretaba con fuerza en su puño, y lo lanzaba, observaba como se perdía en la negrura, era un intento de quitarse con él parte de su desdicha. El eco de los golpes de la piedra rodando y chocando con quien sabe que, retumbaba quebrando el pesado silencio.

En una ocasión, sumido en sus pensamientos y lamentos, arrojó por error algo muy valioso, quizás un cáliz de oro del altar de aquella tumba de rey. El objeto, al volar en su parábola se cruzó con un casual rayo de luz que lo hizo brillar. Fue en ese momento, inalcanzable ya, cuando se dio cuenta de su estupidez. De repente, como si su mente hubiese sido iluminada por aquel furtivo fulgor del objeto al caer en el vació, comprendió lo intangible de su miseria.
El inmenso montón de piedras, sinónimo de frustraciones y penas, desconsuelo y pesadumbre, abatimiento, congoja y pesar, aflicción y angustia, sufrimiento y desolación que había acumulado con el tiempo, era incalificable en su descomunal y colosal dimensión. Encontrar algo allí era como vislumbrar un atisbo de esperanza en un alma en pena. Aún así, se dispuso a una búsqueda perdida. Y perdió. Quedó hundido, atrapado en la grandiosidad que acentúa su pequeñez, en la realidad que confirma su insignificancia, en la soledad de un abismo sin fondo, del que no puede, sabe, acaso si desea, salir.

La criatura, el ser, el ente, el alma sin cuerpo, o el cuerpo sin tiempo, el yo insatisfecho que cada cual esconde en un sepulcro o en una cueva, el deseo reprimido que se hace oscuridad para que nadie pueda ver  su tamaño, o su belleza o fealdad... Todo lo bueno y lo que no lo es, todo, queda convertido en piedra arrojadiza a ese pozo donde un mar de olas silenciosas con cuerpo de nada en vez de agua, vuelan trenzando  los momentos y los infinitos lamentos o las sonrisas perdidas de la vida.

Hoy, al escribir este relato que parece no tener sentido, y tu leerlo, aún sin saber. a ciencia cierta, de que va esta historia, yo, al menos, he logrado que ya no lluevan piedras a mi alrededor.