TRAS EL "PARÓN DEL VERANO" EN EL BLOG DEBIDO A OTRAS OCUPACIONES Y OTROS QUEHACERES QUE ME HAN TENIDO OCUPADO, RETOMO MI ACTIVIDAD LITERARIA Y LO HAGO DANDO CONTINUIDAD AL RELATILLO QUE DEJÉ INCOMPLETO Y QUE POR ESPETO A MIS SEGUIDORES Y LECTORES AMIGOS ME COMPROMETO A CONCLUIR CON LA PUBLICACIÓN DE PRÓXIMAS ENTREGAS.
LAS HERMANAS CONTINÚAN TRAS LOS CRISTALES DE SU VENTANA Y DE LOS DE SU IMAGINACIÓN, ILUSIONES Y RECUERDOS DESGRANANDO PARTE DE LA HISTORIA QUE LES HA TOCADO VIVIR....
En
el patio central de la inmensa casona, que antaño fue convento
venido a menos tras la cruel guerra civil... todas las guerras son
malas, en las guerras no hay vencedores ni vencidos... los que se
creen vencidos siempre gozaran del prestigio de su valentía por
enfrentarse a los vencedores, y estos, tendrán siempre tatuado en
sus conciencias espantosos crímenes. Las guerras siempre engendran
odios, miserias, abusos y malos sentimientos que se esconden en las
alcantarillas como ratas que traen y llevan enfermedades, tiña,
roña, avaricia, crueldad, mezquindad y porquería.
Las
dos ancianas no se libraron de aquella guerra. La vivieron en primera
persona porque nacieron en una familia pudiente, influyente y
respetada de aquel pueblo de casas blancas que se fue pintando de
rojo y horror. A Concha se le ponía la piel de gallina cuando se le
mencionaba algo referido a aquellos años... a Margarita se le
llenaban los ojos de lágrimas porque se acordaba del vecino al que
fusilaron en las tapias del cementerio, ella jamas pudo enterrar
aquel sentimiento de reproche y odio que hacía que su alma, desde
aquel momento, fuese impura.
En
aquel patio central, que servía de distribuidor de diversas
estancias, las ramas del limonero movidas por el soplo del viento se
dejaban llevar lentamente por los astros titilantes. La Luna
aprovecha el momento y asoma la cabeza de entre las hojas más altas,
lanzaba su hechizo queriendo convertir a los seres vivientes en
actores furtivos que se esconden en la noche, y a los felinos en
grandes ratones que llevan ácido muriático en el vientre y van a
morir a veinte metros de la cocina. Las hojas de los árboles dejan
de ser hojas y se tornan plumas sanguinolentas de un pájaro
dentirrostro atrapado por una comadreja.
El
poder de la Luna cuando silba el aire se hace grande, fuerte y
mágico.
Las
hermanas conversaban, parecían nacidas para el chisme. Concha
intentaba recordar si Amparo vestía aún ropa de quebranto.
Margarita le contestó, mientras limpiaba sus gafas, que según las
vecinas, la viuda guardaba luto cerrado.
-
Pues a mí no me consta - replicó Concha. –
Mira
que eres tonta. Ella sale de noche, como toda la gente del pueblo.
¿Acaso puedes pretender, hermana, distinguir una oscuridad dentro de
otra oscuridad?
La mujer vivía encerrada. No se fijaba en los espejos para no reparar en su persona. El cabello se le desparramaba, cubriendo sus ojos. Tropezaba con los perros. Se olvidaba de sí misma. Las flores se volvían en su contra. No importaba que ella les fuera a hablar con dulce voz y que les echara una cucharada de azúcar en el agua de riego. Los jacintos, nardos, amapolas y azucenas perdían la compostura en su presencia, su silueta era la de una sombra arrastrada y delgada que parecía atraer sobre sí los rayos olvidados por la tormenta en los laberintos nublados del cielo.
Un
día de lluvia lenta y perezosa logró serenar las aguas de su
espíritu y sin darse cuenta se dejó llevar por la música de la
radio… “Airosa caminaba la flor de la canela”. La voz neutra
del locutor hablaba del éxito de la compañía circense en sus
actuaciones por España, Rusia, Francia, Italia. Ella se preguntaba
cómo un circo con la carpa llena de remiendos podía despertar la
admiración del culto público europeo. Ir
y ver a un hombre, haciendo equilibrios sobre una cuerda, mientras
abajo le aguardaba el vacío; o sea, observar a un artista ganándose
la vida al filo de la muerte, bien valía el pecado de un mal
pensamiento.
Así
funcionaban la vida y la muerte en el circo.
Concha
estaba decidida a cambiar de conversación, fue entonces cuando
comentó a Margarita que José Carlos y Mari Carmen, que llevaban
más de tres años de noviazgo, se habían vuelto a separar, en esta
ocasión decidieron hacerlo con un largo beso debajo del árbol de
la esquina, sabían que serían observados por los cien ojos que tras
las ventanas aleteaban como libélulas inquietas. Margarita hizo un
gesto de aburrimiento; sabía que muy pronto iban a estar otra vez
juntos. Los casos de arreglos y desarreglos de los novios tenían
siempre un final tan previsible… Él, en las próximas fiestas,
bailaría con otra mujer la rumba y el pasodoble ante la vista de
todos, y ella actuando bajo los efectos del despecho arrojaría
migas de pan a los peces desde el puente, del que decían que era
romano, con la cabeza inclinada sobre el pecho de un hombre
forastero. Ambos sufrirían por dentro; sus corazones se volverían
negros como papeles devorados por el fuego y les saldría por los
ojos la sombra alargada de los celos. Al rato, cuando ya creía todo
pueblo que esta vez la separación era definitiva, volvían a al
árbol donde se despidieron y tras un largo largo se cogían de la
mano y dando saltitos de alegría caminaban calle Convento arriba
para ir a darle las gracias al Cristo. Y después de un tiempo, otra
vez la ruptura, y luego la reconciliación, y el adiós… Y el
volver a estar juntos.
Los
del pueblo sabían de memoria las historias de amor y los romances,
estaban al tanto de, que en el pueblo nadie dejaba plantado a nadie
por mucho tiempo, cada garbanzo tenía su habichuela...
-
Me han contado que Amparo se pone a aullar cada noche - cambió de
tema Concha-.
-
¡Por Dios…entristecer a la vecindad de esa manera, ni que fuera
una loba!
La
viuda seguía, a través de la radio, el día a día de las
actuaciones del circo y se dio cuenta de que la fama de su
funambulista iba creciendo. Ni la mujer que comía flores venenosas,
ni el individuo que cabeza abajo subía y bajaba escaleras y se
columpiaba en el trapecio más alto de la carpa, despertaban el
interés de la prensa como su funambulista… este, fijaba su
atención en los rostros atónitos y pálidos de sus compañeros
quienes, cada tarde antes de la función, le rogaban que abandonara
de una vez por todas aquel número suicida.
El
atardecer llegaba con la lentitud sobre el pueblo, era un manto de
oscuridad que llegaba por la ermita de la Virgen de la Cruz y se
extendía hasta el cementerio.
Ni
un alma por la calle. Apenas cuchicheos, solo los silbidos del aire en
las esquinas.
-
Han dicho en el bar de la plaza de abastos que el circo llegará el
sábado.
-
¿Estás segura?, ¿Ya ha pasado un año?
Amparo,
muy nerviosa, casi salida de si, se preparó para ir al circo. Una
mujer que va al circo se viste con colores fuertes, casi iluminados y
como tomados del cielo recién estrellado. Amparo trazó una línea
azul sobre sus grandes ojos, acentuó sus figura con una camisa con
cierta transparencia, era de seda verde a la que se le había caído
el botón de nácar del cuello.
Se
esperaba que el bullicio bajo la carpa fuese como el de mar salido de
sí mismo porque de tanta agua y sal no cabe en su sitio.
El
maestro de ceremonia presentó al domador de tigres, después
aparecieron las gemelas contorsionistas, quienes se llevaron los
aplausos de la multitud.
¿Y
el funambulista?
¿Se
lo tragó la tierra?
El
público aguardó impaciente su aparición.
..... continuará
..... continuará