viernes, 4 de septiembre de 2015

(Relato) TRAS LA VENTANA (Quinta mirada)

TRAS EL "PARÓN DEL VERANO" EN EL BLOG DEBIDO A OTRAS OCUPACIONES Y OTROS QUEHACERES QUE ME HAN TENIDO OCUPADO,  RETOMO MI ACTIVIDAD LITERARIA Y LO HAGO DANDO CONTINUIDAD AL RELATILLO QUE DEJÉ INCOMPLETO Y QUE POR ESPETO A MIS SEGUIDORES Y LECTORES  AMIGOS ME COMPROMETO A CONCLUIR CON LA PUBLICACIÓN DE PRÓXIMAS ENTREGAS. 
LAS HERMANAS CONTINÚAN TRAS LOS CRISTALES DE SU VENTANA Y DE LOS DE SU IMAGINACIÓN, ILUSIONES Y RECUERDOS DESGRANANDO PARTE DE LA HISTORIA  QUE LES HA TOCADO VIVIR....

           En el patio central de la inmensa casona, que antaño fue convento venido a menos tras la cruel guerra civil... todas las guerras son malas, en las guerras no hay vencedores ni vencidos... los que se creen vencidos siempre gozaran del prestigio de su valentía por enfrentarse a los vencedores, y estos, tendrán siempre tatuado en sus conciencias espantosos crímenes. Las guerras siempre engendran odios, miserias, abusos y malos sentimientos que se esconden en las alcantarillas como ratas que traen y llevan enfermedades, tiña, roña, avaricia, crueldad, mezquindad y porquería.

        Las dos ancianas no se libraron de aquella guerra. La vivieron en primera persona porque nacieron en una familia pudiente, influyente y respetada de aquel pueblo de casas blancas que se fue pintando de rojo y horror. A Concha se le ponía la piel de gallina cuando se le mencionaba algo referido a aquellos años... a Margarita se le llenaban los ojos de lágrimas porque se acordaba del vecino al que fusilaron en las tapias del cementerio, ella jamas pudo enterrar aquel sentimiento de reproche y odio que hacía que su alma, desde aquel momento, fuese impura. 


          En aquel patio central, que servía de distribuidor de diversas estancias, las ramas del limonero movidas por el soplo del viento se dejaban llevar lentamente por los astros titilantes. La Luna aprovecha el momento y asoma la cabeza de entre las hojas más altas, lanzaba su hechizo queriendo convertir a los seres vivientes en actores furtivos que se esconden en la noche, y a los felinos en grandes ratones que llevan ácido muriático en el vientre y van a morir a veinte metros de la cocina. Las hojas de los árboles dejan de ser hojas y se tornan plumas sanguinolentas de un pájaro dentirrostro atrapado por una comadreja.
El poder de la Luna cuando silba el aire se hace grande, fuerte y mágico.

         Las hermanas conversaban, parecían nacidas para el chisme. Concha intentaba recordar si Amparo vestía aún ropa de quebranto. Margarita le contestó, mientras limpiaba sus gafas, que según las vecinas, la viuda guardaba luto cerrado.
- Pues a mí no me consta - replicó Concha. –
Mira que eres tonta. Ella sale de noche, como toda la gente del pueblo. ¿Acaso puedes pretender, hermana, distinguir una oscuridad dentro de otra oscuridad?

               La mujer vivía encerrada. No se fijaba en los espejos para no reparar en su persona. El cabello se le desparramaba, cubriendo sus ojos. Tropezaba con los perros. Se olvidaba de sí misma. Las flores se volvían en su contra. No importaba que ella les fuera a hablar con dulce voz y que les echara una cucharada de azúcar en el agua de riego. Los jacintos, nardos, amapolas y azucenas perdían la compostura en su presencia, su silueta era la de una sombra arrastrada y delgada que parecía atraer sobre sí los rayos olvidados por la tormenta en los laberintos nublados del cielo.
           Un día de lluvia lenta y perezosa logró serenar las aguas de su espíritu y sin darse cuenta se dejó llevar por la música de la radio… “Airosa caminaba la flor de la canela”. La voz neutra del locutor hablaba del éxito de la compañía circense en sus actuaciones por España, Rusia, Francia, Italia. Ella se preguntaba cómo un circo con la carpa llena de remiendos podía despertar la admiración del culto público europeo. Ir y ver a un hombre, haciendo equilibrios sobre una cuerda, mientras abajo le aguardaba el vacío; o sea, observar a un artista ganándose la vida al filo de la muerte, bien valía el pecado de un mal pensamiento.

          Así funcionaban la vida y la muerte en el circo.
       Concha estaba decidida a cambiar de conversación, fue entonces cuando comentó a Margarita que José Carlos y Mari Carmen, que llevaban más de tres años de noviazgo, se habían vuelto a separar, en esta ocasión decidieron hacerlo con un largo beso debajo del árbol de la esquina, sabían que serían observados por los cien ojos que tras las ventanas aleteaban como libélulas inquietas. Margarita hizo un gesto de aburrimiento; sabía que muy pronto iban a estar otra vez juntos. Los casos de arreglos y desarreglos de los novios tenían siempre un final tan previsible… Él, en las próximas fiestas, bailaría con otra mujer la rumba y el pasodoble ante la vista de todos, y ella actuando bajo los efectos del despecho arrojaría migas de pan a los peces desde el puente, del que decían que era romano, con la cabeza inclinada sobre el pecho de un hombre forastero. Ambos sufrirían por dentro; sus corazones se volverían negros como papeles devorados por el fuego y les saldría por los ojos la sombra alargada de los celos. Al rato, cuando ya creía todo pueblo que esta vez la separación era definitiva, volvían a al árbol donde se despidieron y tras un largo largo se cogían de la mano y dando saltitos de alegría caminaban calle Convento arriba para ir a darle las gracias al Cristo. Y después de un tiempo, otra vez la ruptura, y luego la reconciliación, y el adiós… Y el volver a estar juntos.
          Los del pueblo sabían de memoria las historias de amor y los romances, estaban al tanto de, que en el pueblo nadie dejaba plantado a nadie por mucho tiempo, cada garbanzo tenía su habichuela...

- Me han contado que Amparo se pone a aullar cada noche - cambió de tema Concha-.
- ¡Por Dios…entristecer a la vecindad de esa manera, ni que fuera una loba!
- Es que el amor quema.

          La viuda seguía, a través de la radio, el día a día de las actuaciones del circo y se dio cuenta de que la fama de su funambulista iba creciendo. Ni la mujer que comía flores venenosas, ni el individuo que cabeza abajo subía y bajaba escaleras y se columpiaba en el trapecio más alto de la carpa, despertaban el interés de la prensa como su funambulista… este, fijaba su atención en los rostros atónitos y pálidos de sus compañeros quienes, cada tarde antes de la función, le rogaban que abandonara de una vez por todas aquel número suicida.

          El atardecer llegaba con la lentitud sobre el pueblo, era un manto de oscuridad que llegaba por la ermita de la Virgen de la Cruz y se extendía hasta el cementerio.

              Ni un alma por la calle. Apenas cuchicheos, solo los silbidos del aire en las esquinas.

- Han dicho en el bar de la plaza de abastos que el circo llegará el sábado.
- ¿Estás segura?, ¿Ya ha pasado un año?

           Amparo, muy nerviosa, casi salida de si, se preparó para ir al circo. Una mujer que va al circo se viste con colores fuertes, casi iluminados y como tomados del cielo recién estrellado. Amparo trazó una línea azul sobre sus grandes ojos, acentuó sus figura con una camisa con cierta transparencia, era de seda verde a la que se le había caído el botón de nácar del cuello.
Se esperaba que el bullicio bajo la carpa fuese como el de mar salido de sí mismo porque de tanta agua y sal no cabe en su sitio.
El maestro de ceremonia presentó al domador de tigres, después aparecieron las gemelas contorsionistas, quienes se llevaron los aplausos de la multitud.
¿Y el funambulista?
¿Se lo tragó la tierra?

             El público aguardó impaciente su aparición.


..... continuará