jueves, 29 de octubre de 2015

Relato (TRAS LA VENTANA) Septima y ULTIMA mirada

El repique de timbales y platillos estalló en el aire al mismo tiempo que un niño pecoso, con el pelo engominado, peinado hacia atrás y vestido de etiqueta, hacía que un perro -de una extraña raza- cruzara una  otra vez entre las llamas de un aro ardiendo. ¡Cuántas negociaciones de dulces, de golosinas, cacahuetes y de palmadas con las bestias intentando asegurar el éxito de las actuaciones!.Algunos días el elefante viejo y desmemoriado se echaba para atrás, negándose a recoger con la trompa a la hermosa, rubiácea y casi transparente odalisca, envuelta, como si de un bombón de chocolate se tratase, en un mantón de Manila de flores verdes y largos flecos rojos. La carpa del circo parecía una estrella, y bajo ella, la luz se multiplicaba por cien hasta el punto de que podían verse las pupilas verde esmeralda de la boa albina que se hacía la dormida en su jaula, y las partículas de polvo en suspensión, al trasluz, se antojaban a la imaginación una dulce tormenta de nieve en primavera.
Amparo sintió - de repente - la respiración del equilibrista sobre su nuca. Fue una fugaz sensación agridulce, un suspiro de aire que se desvanece antes de ser sentido.... Fue una caricia mágica. Su corazón latía  como el tambor del circo cuando anunciaba  cada nueva actuación, cada nuevo número, cada sobresalto. El la acarició  con un susurro, el mismo que, apenas sin aire ya, despeinó sus cabellos y  besó largamente su cerviz provocándole  unos  espasmos desconocidos, pero tan agradable como el roce de la seda sobre las partes más íntimas.
Cesó el redoblar de tambores y el público aplaudió. Aquel público siempre aplaudía antes y después de cada redoble, sin duda, la falta de espectáculos en el pueblo  y las pocas ocasiones de aplaudir hacían que fuese  un público agradecido.
Se abrazaron con fuerza. Se ataron con una invisible cuerda que los anudaba a un deseo común. No es cierto que las promesas de amor que se hacen en medio de la multitud alegre y ruidosa de un circo se olvidan al acabarse la función, retirarse la gente y apagarse las candilejas quedan, aún sin red, las caricias y los deseos meciéndose en el trapecio más alto. Con la oscuridad aparecen  los duendes, las visiones quiméricas y los fantasmas recordando las actuaciones más celebradas.
“Iba yo a lanzarme al espacio, cuando apareció el enano Matías, quien hizo una pirueta, una cabriola, arrastrándome consigo por el suelo. Aquel número jamás calculado fue, sin embargo, el más aplaudido. No pude soportar verme liado, mezclado, enredado con la caída de ese enano vestido de ridículo bebé. El público reía. Yo era un artista de prestigio y de presencia. Hice el ridículo. Protagonicé lo inadmisible, lo lamentable. Por esa razón me pegué un tiro en la sien con el fusil de madera del lanzador de cuchillos y tener la excusa perfecta para dejar de temblar en los paseos sin fin del frío alambre”, comentó Armando desde la bruma de su cigarrillo parpadeante.

Durante toda la función... Perdón... Durante el resto de sus vidas Amparo y el funambulista conversaban como lo hacen los enamorados, sin decir palabras, mirándose a los ojos.

Las hermanas, sentadas frente a la ventana de aquella sala de visitas aseguran a quienes cuentan la historia, que el funambulista y Amparo que fueron felices, que tuvieron un hijo y que el pequeño hacía las mejores cabriolas y volteretas que jamás se vieron en el pueblo. Nació para el aire, era de aire, era un silbido de aire en las esquinas del pueblo.

Concha y Margarita, Concha tiene setenta años y Margarita setenta y cuatro.
Ninguna de las dos, lo que se dice noviazgo, jamás conocieron. Cuando mozas eran de tener vergüenza, al menos eso es lo que se estilaba, pensando que así ninguna vecina levantara la liebre del chisme y el bulo, asunto éste que en los pueblos está a la orden del día. Todos saben, que cuando menos lo espera, salta alguna mal intencionada habladuría que te hace cargar el resto de la vida con un pesado San Benito, que como si se tratase de tu sombra irá contigo donde vayas. Tejen con hilos, lanas y palabras, sentadas en sus butacas junto a la ventana, hacen cuadros de punto de cruz, bufandas de croché, fundas para los cojines… se han acomodado a la vida de los demás que es lo más lógico y práctico para sobrevivir al aburrimiento que transpiraban las paredes de aquella vieja residencia parroquial para mayores en la que como si se tratase de dos mariposas  vuelan del chascarrillo al cotilleo,  de la  habladuría al rumor... Del recuerdo de la propia vida al pecado de la ajena. 

                                        Fin de la historieta.

- Dedicado a mis primas sevillanas:
las hermanas:
Lale,  Isabel y Estrella Hernández Diez.