miércoles, 27 de enero de 2016

A N T I C I P O.

Os dejo el inicio del libro de Relatos (aún no decidí el titulo) que el próximo verano tendré editado.  Espero que sea de vuestro agrado y que cuando el libro esté presentado y a la venta, esté en vuestras casas como un libro escrito por un amigo, un paisano, un bardo o un loco  que además de imaginar cosas hace lo imposible para que se hagan realidad.


 La sibila vive a las afuera del pueblo. En la segunda casa de una larga calle que se estrecha antes de hacerse carretera. En el pueblo, a aquel lugar, que ni es calle ni carretera, se le conoce con el curioso nombre de “rabo cochino”. Vive allí desde que el ayuntamiento le concedió la propiedad de la vivienda a su padre, fue el premio que le dieron por rescatar y salvar a un joven que se bañaba en “la Presa Honda” y quedó atrapado entre las junqueras. Al parecer era nieto del alcalde e hijo del cabo del cuartel de la Guardia Civil del pueblo.

La sibila no esconde a sus vecinos el don de curar mediante oraciones secretas y remedios naturales. Con frecuencia, vecinos y algún forastero, acuden a ella para que les curare de la luna, que es como se suele decir en el pueblo cuando se tiene mal cuerpo o se sufre un dolor intenso y prolongado de cabeza.
Son pocos los vecinos que saben o recuerdan su nombre, se cuenta que una noche de San Blás se encontró cara a cara con La Cantamora, y esta, astuta como una sirena, después de hablar con ella y contarle la verdad sobre el incidente que le valió a su padre el favor de las autoridades locales y el disponer de una vivienda, le robó el nombre y el apellido, pero a cambio le dio el preciado don, y a la vez la condena, de ser sibila.
Otros han escuchado que, cuando dejó de ser niña, estuvo atada durante cinco días y cinco noches a la reja de la fuente de la plaza como castigo por ir contando por las esquinas, comercios y mentideros del lugar que al joven al que su padre salvó de morir ahogado, era el amante de La Cantamora, y que era la sirena quien lo sujetaba impidiendo que marchara de su lado.
La sibila aprendió que un silencio a tiempo es mejor que la mejor de las razones mal explicada. Desde entonces media las palabras y siempre buscaba las que tenían menos letras cuando debía hablar. Aprendió a sólo dar respuestas.

En la calle mas noble del pueblo, la calle del Convento, tiene su domicilio Don Lucio. No se conoce su historia, ni sus verdades ni sus mentiras. Es tratado, en las contadas ocasiones en las que se dejaba ver, como se trata a un obispo o a un artista, con una chispa de burla y otra de indiferencia. Solo saben que dispone de una considerable fortuna y de amigos influyentes, porque sino de ninguna manera podría vivir como él vive... A cuerpo de rey. En una borrachera su sirviente, criado, servidor, mayordomo, mozo, lacayo, asistente, pinche, botones, paje, fámulo, recadero, mucamo, amigo... sombra... Contó que D. Lucio antes de ser capitán mercante fue marinero, mozo de puerto, niño pedigüeño y siempre siempre ave de paso que vuelve a sus raíces. Alguien pensó que de su madre, “María la Loba”, llevaba zurcido el corazón al forro de la faldriquera izquierda de su pantalón.