viernes, 25 de noviembre de 2016

"EL BAILE DE LA LIBELULA" (I V)


Seguro que Carmen se habra  recuperado, estara siendo atendida en el hospital, o, quien sabe, leyendo tranquilamente el periódico en su casa. -Se decía Santos- Intentaba poner orden en el baile de disfraces en el que sus pensamientos, emociones y deseos se pisaban los pies. La verdad, que el trataba de ignorar sin conseguirlo, era que la había abandonado en extrañas circunstancias, y que ni trato siquiera de auxiliarla. Tenía que olvidarse a toda prisa de ella, de lo contrario no sabía hasta donde llegarían las raíces de aquellas extrañas sensaciones que estaban creciendo en su interior. Olvidar es importante, escuchó en algún lugar de su cabeza, el eco de aquella convicción se derritió, como la sal en el agua, antes de llegar a su corazón.

A la mañana siguiente, al despertar, intuyó que había pasado la noche urdiendo un plan, una vez mas su memoria no recordaba los detalles, los sueños son como son, y son difíciles de interpretar, se dijo mientras se miraba en el espejo del baño.

Observó, sin pestañear, las líneas curvas y angulosas de sus pómulos,  eran el horizonte no solo de su rostro sino también de su vida, los ojos negros y hundidos en las cuencas, le brillaban, emergían de un soplo de niebla. El frío espejo le revelaba que había amanecido con un rostro que parecía esculpido en cera, sin una expresión definida, capaz de realizar, en cualquier momento, un gesto ajeno, en definitiva, igual al de aquel retrato que colgaba en la pared principal del salón. Santos, al mirarlo, podía escucha la voz de su difunta madre, enumerando cada una de las virtudes que aquel hombre representaba.

Tu padre era bueno, el hombre más bueno y más justo del mundo, solía decir Doña Fermina mientras se persignaba, al instante sus mandíbulas se contraían solo un milímetro, queriendo disimular que su opinión era la que tenía que ser, pero solo eso. Santos podía percibir aquella inquietud con claridad. Al recordarlo sus pensamientos se pararon en seco, como cuando alguien descubre algo que de siempre sabía, pero que no sabe que sabía. Tu padre era un hombre extraordinario, escuchó repetidamente en su infancia. Tu padre era un hombre justo y bueno, siempre has de recordar eso. Santos podía escuchar la voz de su interior pronunciando aquellas palabras, era como si en realidad fuesen suyas. 

De tres zancadas llegó al despacho, y como el rey de su casa, se sentó en aquel trono tapizado de rojo. La carpeta del notario tembló en sus manos, él sintió un escalofrío por todo su cuerpo mientras leía: Finca Torre Alta, término municipal de Zafra. En una nota anexa, se leía: Construcción principal con patio y cocina de campo, diez viviendas para trabajadores fijos, cinco para jornaleros, cinco chozos de pastores, quince establos, veinte zahúrdas, tres corrales, dos almacenes para grano y uno para uso común, un lagar y su bodega, cinco carros, dos tractores, dos coches turismo.... Era una lista de al menos veinte pertenencias. Doña Fermina nunca le habló de aquellas propiedades. Circunspecto se levantó del sillón y salió del despacho con la carpeta bajo el bazo. Al atravesar el salón, como siempre, levantó la mirada, el retrato de su padre, también como siempre, lo observaba sin ninguna expresión.

Las baldosas del pasillo, antiguas, de las que llaman hidráulicas, con dibujos vegetales en blanco, verde y gris simulaban una alfombra que finalizaba en la puerta del dormitorio. Entró, abrió uno de los armarios, su silueta se reflejó en otro que tenía adosada en la puerta una luna de espejo, sacó una bolsa de viaje, era de piel con remaches plateados, y la puso sobre la cama. Sintió como las manos se le entumecían y una sensación de calor en la punta de los dedos le hizo pensar que aquellos papeles, los de la carpeta de notaría, le habían quemado la yema de los dedos. Visitar aquella finca era una idea inadmisible. Viajar hasta allí sería como violar la voluntad de su pobre madre muerta. Aquella idea produjo un espasmo en su estómago, similar al que había sentido el día anterior cuando huía sin saber bien de que huir.

Descorgó varias pechas con camisas, una a una las extendió sobre la cama y las fue doblando cuidadosamente, con los botones abrochados y las mangas hacia atrás. Por un momento se vio como si fuese un ladrón robándose a si mismo su propia ropa. Después de las camisas, un par de pantalones; unos grises muy formales y otros azules  más de sport. También un jerséis de entretiempo, nunca se sabe que tiempo va hacer -pensó-. La ropa no puede arrugarse, -escuchó-, la ropa bien planchada dice mucho de quien la viste. Era una voz sosegada, lánguida, sin matices, Hay que cuidar mucho la ropa. Venía desde el pasillo, arrastrándose como  bruma espesa, a ras del suelo, una voz que manaba entre las juntas de las baldosas. ¡Imaginaciones! -se dijo- como respuesta a sus pensamientos. En el despertador de la mesilla parpadeaban las siete y quince de la mañana.

Encendió un cigarrillo, abrió la guantera y sacó el mapa de carreteras, antes de desdoblarlo sobre el volante pulsó el botón “on” de la radio del coche. Durante un buen rato, hasta consumirse el cigarro, permaneció atento a las noticias. En las crónicas locales y comarcales no decían nada de una mujer muerta. El mapa, desplegado sobre el volante, ocupaba tanto espacio como la incertidumbre en la memoria de Santos. Miró detenidamente hasta localizar el lugar a donde tenía que dirigirse. No estaba muy lejos de la carretera que une Zafra con Fregenal. Tenía que desviarse a la derecha en el cruce de Valverde y luego, por un camino, ir en dirección a Valencia del Ventoso. Dobló el mapa desplegable de tal manera que su destino quedó a la vista una vez que este quedó reducido a su mínimo tamaño. Le urgía recordar más detalles vividos con Carmen, necesitaba demostrarse a sí mismo que lo ocurrido había pasado de verdad, que por primera vez había compartido cama con una mujer, aunque no pudiera recordar los detalles.

Estaba seguro que alguna sustancia  le había perturbado el normal funcionamiento del cerebro, algo estaba alterando el flujo normal de sus pensamientos. Cavilar en la posibilidad de la perdida de la memoria siempre le había causado terror, por nada del mundo querría terminar como la pobre muerta. Giró las llaves del coche, al ponerse en marcha el ruido monótono del motor le transmitió serenidad ¿Quién era Carmen Salazar? ¿Y cómo pudo acabar en la cama de una mujer que no conocía de nada? Aquel comportamiento no era normal en él.

 

 /// Fin de la cuarta entrega.///  la siguiente el próximo lunes 28 de Noviembre de 2016
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