martes, 6 de marzo de 2018

Mi penitencia: Te debo una súplica y tres oraciones...



Como si no lo supieras me preguntaste el nombre. Quise mirarte a los ojos mientras que en mi cabeza giraban y giraban estas preguntas: ¿Acaso no lo sabe?, ¿No lo recuerda?...¿Esta bromeando?... Y antes de alzar la mirada tu contestaste susurrándome al oído: "Sí lo sé, si lo recuerdo y no, no estoy bromeando". Fue entonces cuando mi mirada alcanzó la tuya y me devolviste el reflejo de mis pupilas en las tuyas. Con voz entrecortada, temblando -no sé si de miedo o de emoción- te respondí. Me escuche como silabeaba mi nombre y apellidos, y percibí un eco lejano dibujándose entre el sonido de las letra y el infinito de tu presencia. Cuando la ultima silaba salió de mi boca sentí la misma sensación que debe experimentar esas cometas que con la brisa del mar sube y suben haciendo serpentear entre los dedos del viento una cuerda repleta de lazos de colores y banderines de seda. Soy cometa, me dije. Cerré los ojos. Los tuyos, tus ojos se volvieron paz dibujada en un lejano horizontes quizás el mío- porque sin anunciarse ni intuirse se desvanecieron las sombras, los rincones y las esquinas. Por un momento fui luz, claridad furtiva, destello o llama nerviosa del candil de la vida. Sin duda el aceite de aquel candil eras Tu. Yo solo un pez nadando en tu agua.
No sé cuanto tiempo pasó, si fue un instante, un momento o una eternidad. El tiempo deja de existir cuando en el alma toca la voluntad de quien la creó, o cuando la mirada huye de la luz y cierras los ojos porque tanta claridad te ciega. Eres un pájaro que se mira en el agua, yo desde el fondo del río te presiento.
Como si yo no lo supiera me pregunto que siento. No me da tiempo a responderme, Tu contestas por mi. Caigo en la cuenta que un hilo, quizás de agua y luz -como el de las telas de araña, o como el que se trenza en la urdimbre del paño de los turbantes o las túnicas mas sagradas- nos une. Me siento importante, un privilegio que me gané por el mero hecho de ser persona y, claro está, porque Tu, aunque no recuerdes mi nombre o juegues a despistarme, fuiste mi hacedor y el que ordenaste a la luz que iluminara mis ojos, que el aire entrase y saliera de mi pecho y que la sangre roja fuese el agua de la vida, de mi vida.

Como si yo no lo supiera me pregunto que siento... Tu, con tu silencio, respondes y pones orden en mi desorden y voluntad en mi apatía. Tu, que eres luz, quizás preguntes mi nombre para llamarme y esconderme en tu sombra, y así librarme de todo mal, amen.

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