martes, 4 de septiembre de 2018

Piedra sobre piedra... silencio.


En el horizonte el azul se dibuja sobre azul. Es una línea recta que parte en dos mitades dos azules diferentes. El mar llega meciéndose, arropado en la espuma blanca de la ola. Llega arrastrándose desvestido de su azul lejano y haciéndose blanco de ola próxima. El mar habla, suena, canta, respira, grita y pocas veces enmudece. La playa de Almanat se llena de miradas disimuladas, de caricias furtivas y de deseos inconfesable. La tarde es inmensa, grande, llega sin detenerse hasta la línea del horizonte, da la vuelta y regresa hasta la orilla. Es una de esas tarde en las que la luz ciega, en la que las sombras hacen sombras y en las que el silencio es tan mudo como la conversación entre las estrellas mas altas, esas que -de tanto brillo- bien podían ser la botonadura del traje de la noche. 

De repente, sin previo aviso, como si de un relámpago de tormenta inesperada se tratara, el horizonte se acercó hasta la orilla, el mar con su canción desafinada guarda silencio, la ola deja de ser blanca y vuelve a su azul profundo, marino, celeste, añil, real, índigo, cobalto, garzo, zarco, azulado, azulino, azulete, azulón... agua salada. Sí, de repente bajaron del otro azul, del azul del cielo, los ángeles. Eran muchos, muchísimos una infinidad.  Van  vestidos de muchacha, con largas túnicas doradas por fuera y plateadas por dentro, están tejidas con seda de aire, con finas hebras robadas al viento cuando jugando pretende atar a una ola con otra, o cuando hilvana con los hilos de la noche el amanecer con la mañana.  Bajan todos a la vez, flotando y al tocas con sus pies descalzos la arena  comienzan a recitar un mantra poderoso , una jaculatoria capaz de liberar de las mentes de quien los miramos los sueños prisioneros y las ilusiones perdidas. El silencio lo llena todo de ruidos nuevos, el mar parece que se iba a salir de sus límites. Ellos -los ángeles´giran como si fuesen las peonzas con las que un ser divino y superior juega a ser niño. Los ángeles, los tuyos, los míos, los de todos y los de nadie,  son de luz, tienen cuerpo de sol, alma de luna y luciérnagas enredadas en sus manos.

El mas alto, el más bello, el mas resplandeciente comenzó a hacer montoncitos de piedras, de los cantos rodados entre el azúcar del mar y la sal de la ola, piedras planas, lisas y redondas como las semillas de la vida. De cada grupo de piedras elije siete, las ordena de mayor a menor tamaño, intenta que sean del mismo color, o que por el contrario sean opuestas las unas a las otras, distintas entre sí, muy distintas. El ángel, aquel ángel , deja que el agua inquieta, que de tan sosegada pare un cristal, le moje la larga cola de su túnica de oro, tan dorada como las alas que nacen de sus espaldas y se elevan por encima de la luz que rezuma de los zafiros de su corona. El ángel -aquel ángel- asienta sobre la arena una de las piedras, la de más tamaño, luego sobre esta pone una segunda, sobre ella una tercera... y así hasta formar una torre de siete piedras en equilibrio, en un equilibrio de luz. Los demás ángeles comienzan a hacer lo mismo y la playa se llenó de columnas de piedras en equilibrio, en pilares que parecen pequeñas chimeneas por donde el mar sale de sus límites para desbordarse. Los ángeles no viven sin permiso, pero el ángel de los ángeles tiene permitido vivir siempre y transformarse en la libertad que desee. Este ángel dijo a los demás: "seis hombres no pueden someter a seis millones"..." Quiero que mi libertad se llueva sobre Venezuela". Cerró los ojos e imaginó a Isla Margarita en todo su esplendor, cuando era un paraíso donde los manglares de la laguna de la Restinga cercaban Portamar y dejaban nubes, perfumadas con canela, enredadas entre las palmeras y las manguiferas  crecen salvajes, y permiten que aniden entre sus redondos frutos el turpial sagrado.

Llueve libertad, llueve en Maturín, sobre Caracas y Maracaibo, llueve en Barquisimeto, en Turmero y en Ciudad Bolívar,  en Ciudad Guayana , sobre Valencia y Barcelona. Es una libertad sin color, sin alambres, sin cicatrices y sin fuego, sin inmigrantes indocumentados, sin palacios en París donde viven las queridas de magnates y de otros ladrones sin nombres. Es una libertad de agua y  suspiros de ángel. 

Los ángeles de mi playa vuelan, vuelan, vuelan. Las columnas de las siete piedras se derrumban y el equilibrio de las emociones y los sentimientos se hacen agua, agua de mar, agua dulce, agua miel, agua agria, agua de azahar, de rosas, de nardos... Agua bendita con la que se bendice la hora y el momento en el que el azul sobre azul juega a dibujar el horizonte los mejores deseos para Fidel y Antonio. Venezolanos españoles que juegan en la playa de Almanat a construir torres con las piedritas que el mar arrastra a la orilla y hablan entre ellos del mayor de sus deseos y sus sueños: volver -aunque solo sea de vacaciones- a una Venezuela libre donde cada habitante sea dueño de su presente y su futuro. Vosotros -amigos- mientras tanto sed como el ángel de los ángeles; fuertes, mágicos y libres.