jueves, 6 de noviembre de 2008

CUENTO Y NO PARO DE CONTAR...UNO CON DEDICACION: "PARA JUAN".


Fue un lunes cuando Juan decidió no levantarse de la cama y enviar a su cuerpo a trabajar. Tomó la decisión apenas abrió sus ojos porque había soñado que en el patio del colegio donde trabaja habían sembrado girasoles y un enjambre de abejas zumbonas impedían que los niños disfrutasen de los 30 minutos de recreo.

- Hoy no iré a trabajar, quiero que vayas tú, por favor, necesito vivir. – le dijo a su cuerpo mientras lo acariciaba y abrazaba.

El cuerpo asintió y tras despedirse de Juan con un beso en los labios partió cruzando el umbral, un tanto cabizbajo y con mucha parsimonia, hacia el trajín cotidiano de la vida. El permaneció unos minutos más en su cama dejándose llevar por un juego de sensaciones que era imparable, se sentía tan feliz y vivo que dejó que todo ese sentir le llenase de luz. El viento jugaba con las cortinas, las paredes se tiñeron de rayos de sol y todos los muebles cobraron un aspecto menos lúgubre y cansino, hasta el punto que algunos parecían nuevos y resplandecientes. Se levantó de repente y dando pequeños saltos cruzó el pasillo en dirección al patio, ahí donde la vida empezaba, en ese patio que limitaba con el campos, los olivos… que se mostraban como pulmones vivos exhalando vida.

- ¿porqué has enviado a tú cuerpo solo a trabajar?, ¿porqué no has ido con él?, ¿acaso no te sientes bien?, ¿pasa algo? –pregunté sorprendido por el hecho de verle radiantemente parado en el umbral de la puerta que da al patio.

- No, no me pasa nada, o más bien sí, pasa que necesito vivir, necesito sentirme vivo, necesito saber que puedo conectarme con la vida y dejar de ser ese ente que soy día a día cumpliendo obligaciones y necesidades de otros que no son las mías… ¿me entiendes?

- Sí, ¿Y qué harás?

- No lo sé, por lo pronto vivir.

Juan puso el primer pie sobre el suelo húmedo del patio y la vida la asaltó, el sol, el viento, el olor de las macetas mojadas, el canto de los pájaros, todo impacto sobre el tan fuertemente que solo cerró los ojos, aspiró profundamente, y por un instante se adueñó de todo lo que ha su alrededor latía. No dejó nada. Todo se lo quedó para sí. Caminó hacia el campo, cruzó la carretera, se abrió paso entre sus perros que como sombras le seguían calle arriba, hacia los olivos. Miró a su alrededor y se dejó llevar por esa sensación de inmensidad, vacío y silencio. Ya no se acordaba de su cuerpo, nada y todo era lo mismo, quería no recordar lo que era su anterior vida, ahora disfrutaba ciegamente y egoístamente de una nueva vida, algo que el siempre había deseado, un nuevo rumbo que el esa misma mañana había decidido tomar armándose de coraje y valor al desprenderse de todo lo que le ataba a la monotonía y la rutina.

Se recostó en el suelo, rozó con sus pies el pasto y el frió de las últimas gotas de rocío, experimentó en su piel el significado de vida. Cerró los ojos por un instante y se olvidó donde estaba. Luego los abrió y contempló el firmamento celeste y altivo. Estiró sus brazos y los movió como si nadase en medio de aquel silencio y se echó a reír, con una risa cada vez más elevada de tono y con un sentimiento de felicidad magnánimo.

Otros cruzaban por la carretera y escucharon las risas. Se acercaron al lugar de donde provenían y vieron a Juan reír. No eran cuerpos, eran seres disfrutando sus vidas también. Se compungieron. Entendieron la situación y con ojos cargados de lágrimas siguieron su camino. El siguió riendo, casi indefinidamente, recostad sobre el verde manto del campo de la libertad, en un día sin tiempo.

Hay días en los que mando a mi cuerpo a trabajar y yo me quedo conmigo mismo, charlando con Juan, inventando sueños, imaginando aventuras, recargando el vacío de las caracolas con serpentinas de colores. Hay días en los que Juan se deja el cuerpo atrás y disfruta como los niños de su clase cuando salen al recreo y juegan al escondite entre los girasoles persiguiendo a las abejas zumbonas porque a los niños su maestro les dijo que las abejas que son gotitas de miel.