lunes, 28 de abril de 2025

LIBELULAS EN EL ESPEJO ---- dos ---

    Santos compró una cajetilla de cigarros y volvía a casa quitando el papel celofán en el que viene envuelta, quizás para con él envolver todos esos recuerdos, esperando que de esta manera los jazmines no se marchiten, su olor sea el de la Señora Micaela y su color el verde pensamiento de Arturito.
Un cigarrillo en la mecedora y la tapa de cartón de la caja de zapatos, sin dudas les ayudarán a pasar lo que queda de tarde. Estando de luto no le parecía prudente poner la radio o escuchar música, se entretuvo pensando que el humo de sus cigarrillos buscaban escondites nuevos entre los pliegues de la cortina o de los visillos para, como él, pasar desapercibido cuando sale a dar algún paseo nocturno por el parque de Zafra o por el aparcamiento de la plaza de toros de Almendralejo.

    Cuando se cansa de estos pensamiento, que considera pecaminosos porque le sugieren emociones que pudieran terminar en "amor consigo mismo", recurre al recuerdo de viajes, de paisajes, de estaciones de tren, de aeropuertos... Siempre comienza recordando el viaje que hizo a Budapest, como en el trayecto del aeropuerto al hotel se sintió defraudado, aquel entorno, los edificios rancios, más que viejos o antiguos abandonados, como dejados allí a su suerte en las calles. Después, a medida que se adentró en la ciudad, fue descubriendo la belleza del lugar y no le quedó otra que cambiar su opinión respecto al lugar. Recuerda que cuando fue a Buda le fascinó tener que cruzar el Danubio, un Danubio que no era azul sino de aguas revueltas y quizás contaminadas por los numerosos barcos que se dedican a realizar pequeños cruceros enseñando lo monumental del sitio. Cuando llegó, curiosamente, lo que mas le impresionó fue el olor, era primavera y el aire dejaba en el ambiente un penetrante y sugerente perfume a lilas. Las orillas de la carretera que sube, o que baja, desde la Plaza de la Santísima Trinidad hasta la orilla del rio, esta poblada de lilos, altos, frondosos y en esa época salpicados de flores azules, que huelen a señora mayor, a ambientador de iglesia , es un perfume tierno que evoca al olor a valle y a sábana guardada en el cajón de madera de antiguas cómodas. Pest no olía a lilo en flor, olía a especias: a clavos de olor, a pimienta de Sichuán, a cúrcuma, a comino, a cardamomo y a la carne sin vida de mil kebabs. Sin dudas la tarde, larga como el mismísimo Danubio, daba para ensoñaciones, resucitar recuerdos y hasta para alguna cabezadita.

    Tarde o temprano, tenía que ponerse al día de las cuentas familiares y saber de qué rentas y patrimonio dispone y así hacer planes de futuro realistas. Esto le preocupaba, aún así, decidió dejó pasar unos días para abrir la caja fuerte y sacar todos los documentos y sentarse en la mesa del despacho a enfrentarse a las distintas carpetas, “a los papeles importantes”, como diría su difunta madre.

    Sobre las nueve de la tarde comenzó a asearse: una buena ducha fresca, un afeitado con la maquinilla eléctrica, un poco de desodorante… calzoncillos limpios, pantalón vaquero de marca y camisa bien planchada, de manga larga, perfume sin escasez y... listo. Preparado como a su madre le gustaba. Antes de irse siempre daba una vuelta por la casa asegurándose de que las luces del primer piso y las de la planta baja, estuvieran apagadas, que el calentador del agua y los mandos de la cocina de gas también estaban en off. Bajó las persianas de las ventanas que dan a la calle y se sentó a esperar a que fuesen las diez, a esa hora había quedado con Antonio. Vive en la misma calle, antes de llegar a la esquina donde comienza el atrio de la Iglesia, es de los pocos hombres de confianza de su madre. Trabajaba para la familia desde hacía muchos años. Es el capataz que ordena las labores agrícolas, buscaba y contrataba a los jornaleros, les paga, supervisa los trabajos y decide lo que en cada momento se precisa para sacar adelante el cereal sembrado o las aceitunas por coger. A Santos, como a su difunto padre, no le gusta conducir, siempre anda buscándose medio de transporte ajeno. Tiene coche pero solo conduce cuando es totalmente imprescindible o se deslaza a algún lugar con el que no quiere que se le relacione... Se irá con él a Zafra, Antonio va a visitar a su hija y a estar un rato con sus nietos.

   A Santos, aunque estaba aún de luto, le apetecía darse un paseo por el parque, o ver escaparates en la Calle Sevilla y tomar una copa en algún bar, y si tenía la suerte de disfrutar en algún encuentro inesperado… mejor que mejor. Pensó en pasar la noche en el pisito que sus padres tienen, y que ahora era suyo, en La Plaza Chica y por la mañana, o al medio día, volver al pueblo en autobús.

    Despertó aturdido, sentía la cabeza muy pesada, y el ánimo resacoso como si hubiese bebido, pero no recordaba si había abusado de la cerveza o había tomado alguna copa demás. Pensó que no era normal, nunca había sentido el ardor del alcohol bajando y subiendo entre su piel y su carne. Miró alrededor, después fijó su mirada en la cama. Había sangre en la colcha y en las sábanas, también estaba manchado de rojo el cable blanco de la lamparita de noche que sobre la mesilla ponía luz en la alcoba. Se giró repentinamente como quien recibe un aviso o un gesto para que mire a un lugar determinado. Vio entre la cama y la pared, tendido en el suelo el cuerpo de un hombre. Tumbado, encogido, abrazando a uno de los cojines blancos que adornan la cama cuando está estirada y recién hecha esperando a descansar al cansancio o despertar al sueño.

    Se llama Luis, estaba seguro, pero no recuerda por qué conoce su nombre. Tenía la razón des colocada y, en sus recuerdos no encontraba respuestas a las preguntas que, aturullada mente se hacía mentalmente.

    No lo entiende, no es posible, nada le es familiar. Aquel dormitorio, la habitación no es la suya. Fue un segundo, el tiempo suficiente para desear encontrarse lejos de aquel lugar. Estaba entumecido, medio asfixiado por la falta de aire, la ventana de la habitación era pequeña y estaba cerrada. Por su cabeza la sangre circulaba demasiado despacio, como si arrastrara el saco de “los gamusinos”. Quería salir de la habitación, lo deseaba como no recordaba haber deseado antes algo. Fue solo un instante, pero sintió aquel deseo con todo su cuerpo.

    Sobresaltado tiró del embozo de las sábanas hacia un lado y se incorporó agitando la cabeza de un lado a otro. Respiró profundamente, el calor del aire perdió el poco de humedad que escondía y al llegar a su garganta sintió una sequedad profunda, amarilla y muerta, como si hubiese pasado la noche en el desierto. Apoyó los dos pies en el suelo casi a la vez, las baldosas destilaban un bochorno frío, tan gélido, o tan caliente, como el mismísimo umbral de la puerta del infierno. Aquella sensación le hizo, nuevamente, coger aire antes de enderezar las piernas. Una especie de calambre, furtivo y cauteloso, se extendió por sus extremidades y le subió por la espalda hasta la nuca. Con rapidez tiró de la camisa que colgaba entre la cama y el suelo, la aproximó hasta su nariz para olerla, cerró los ojos y un sinfín de aromas enturbian aún más sus pensamientos. Sí, estaba seguro, quien estaba en el suelo, acurrucado y lleno de sangre entre la cama y la pared se llamaba Luis..

    一 Sí, si, sí… me lo dijo en el bar donde le conocí. Recordó.

Santos no es un hombre que esté acostumbrado a tratar con mucha gente, y menos con desconocidos, su prudencia incluso le hacía perder oportunidades de pasar algunos ratos de ocio y sexo con otros.

    一 ¡Hola!... soy Luis.




----------------- continuará.

domingo, 13 de abril de 2025

"LIBÉLULAS EN EL ESPEJO". Un nuevo reto.

UNO

    Los días de verano se van disipando aunque hoy las chicharras no callan, son invisibles como los ángeles, pero el runrún con el que siembran el aire no es, precisamente, ni  divino ni celestial. A esta hora -las cuatro de la tarde-  por la calle ni un alma; quieras o no, la vigilia adormila, y un aire calentón y sofocante se adueña de los visillos de las ventanas haciendo que bailen con el más mínimo soplo, aunque les llegue desde la tapa de cartón de una caja de zapatos que,  Santos, agita de izquierda a derecha y de derecha a izquierda delante de su cara. Está sentado en la mecedora  en la que su madre se balanceaba durante las horas de la siesta. Ella nunca disfrutaba de esos sueños golosos en la cama, posiblemente  para evitar tener que recomponerla después. El clima, la costumbre y tal vez la desocupación, hacen preceptivo ese descanso, y más, mucho más, en los meses de verano.  

    一 ¡Las moscas en verano que pesadas son! Van y vienen, entran y salen, importunan, incomodan, incordian. ¡Qué animales tan inútiles! ¿Para qué sirven las moscas si no es para molestar e incordiar, para sacar de mí el mal humor?  Pensaba Santos mientras movía, con más ímpetu, el abanico improvisado de cartón. En varias ocasiones hizo el intento de no solo espantar a los insectos,  sino en adivinar su vuelo para que  chocaran con el cartón y cayeran al suelo para después rematarlas con un pisotón.

    No hay nadie fuera de su casa. Un silencio de camposanto que  parece inmolarse en el atrio de la iglesia y baja por la calle disfrazado de olor a ciprés o a crisantemo blanco. 

    El recuerdo de Doña Fermina Jara, su madre,  le asalta una y otra vez avivando en él un desamparo que le parece injusto. Aquella evocación es interrumpida: una, dos, tres... Eran campanadas broncas, desafinadas, un lamento de metal destemplado que  flota en lo más alto de la espadaña de la iglesia.  Alguien, como una sombra  escapa de su purgatorio para refugiarse en la penitencia de subir hasta lo más alto del campanario y aferrándose al badajo de las campanas,  las toca,  las estallas, las hace hablar.,  No es toque de misa,  están doblando, visan de la muerte de algún vecino.  Es Hipólito, el sacristán, quien hace que las campanas hagan trizas al silencio de la siesta. Se hizo “chupacirios” al jubilarse del comercio de lencería, mercería, perfumería… que regentó toda su vida, y como por aquel entonces, en la iglesia no había ni sacristán ni sacristana que ayudase al sr. cura se ofreció el. De esta forma ocuparía los tantos y tantos ratos ociosos que trae consigo la jubilación. En la Iglesia que, con la advocación de Virgen de Gracia, no puede presumir de imagen a la que el pueblo  venere, adore o celebre. Es una virgen, con su niño en brazos, pintada en unos azulejos, situados en una de las esquinas del templo.  Seguramente por estar a la intemperie hace que esté quieta, como metida a la fuerza  debajo de un tejadillo y en una  hornacina que le viene chica. Parece estar y no estar, como en un intento de pasar desapercibida, quizás para no verse en la necesidad de atender a alguna petición distraída de cualquier beata despistada. Dentro del templo una imagen de una Inmaculada Concepción de María la han reconvertido y ahora le rezan dirigiéndose a ella como Virgen de Gracia. Estas cosas solo pasan en este pueblo que ni a su santo patrón, San Lucas, sacan a procesionar, lo tienen aparcado, junto a la cabeza de toro que lo representa, en el retablo.

    一 ¡Qué tonterías se piensan cuando  no se tiene nada que hacer!  Se dijo Santos que continuaba agitando el cartón, robándole al aire su movimiento, su soplo y la poca frescura que su aire esparcía en la salita de estar.

     Por la calle ni un alma, solo Santos que ha dejado su improvisado abanico encima del asiento de la mecedora y ha salido a la puerta de la casa al encuentro de la nada, una nada con eco de campana que anuncia muerte o gloria, según se mire, según se sienta.  Es un  hombre desposeído de  atributos especiales, al menos, su esencia, su sustancia,  es casi como la de cualquier hombre del pueblo, pero mejor educado, sabe que el dinero no hace educada a las personas, sino que, es lo vivido y lo aprendido quien da esa dignidad. Su existencia, es una vida engañosa, pero es suya y solamente suya, aunque las malas lenguas de algunas vecinas, ya habían avisado de que,  Santos, “cosía para la calle” y que “lo mismo es botón que ojal” o que era “más tierno que las cañas del Ventorro”. Son  maneras educadas y disimuladas de  llamarlo afeminado,  marica, maricón, homosexual, gay. Siendo  de buena familia su educación es exquisita, había aprobado con un sobresaliente  el Bachillerato Superior en el Colegio de los Jesuitas en Villafranca. Siempre pensó que a nadie tenía que justificar nada de lo que hacía y deshacía, y menos algo tan íntimo como es la condición sexual o sus gustos entre las sábanas. Ni tan siquiera a su “santísima madre”, si volviera a la vida se atrevería a hablarle de ese tema.  Desde siempre, recuerda haberse distraído haciendo suposiciones, o imaginando miradas y encuentros  con otros hombres,  ocasionalmente, con un poco de suerte, había disfrutado de algunos comportamientos que él censuraba y juzgaba que eran  equivocados, iban en contra de los establecido por la moralidad de los demás. Esta conducta le causaba remordimientos de conciencia, para consolarse pensaba: “...el que esté libre de pecados que tire la primera piedra”, y se le pasaba el enfado consigo mismo.

     Sin prisas, baja la calle hasta llegar a la plaza.   

    一 Con suerte el estanco estará abierto y no tendré que entrar al bar a  comprarlo en la máquina, a esta hora estará lleno de gente tomando el café de la tarde, o cubatas… Sólo voy a comprar una cajetilla de tabaco y no a dejarme mirar y remirar por chismosas y envidiosos de vidas ajenas. Cuando enciendo un cigarrillo se aplacan mis impulsos, es como si el humo me ayudará a calmar la ansiedad y el desasosiego al que  me enfrento desde que murió mi madre.  Esto de fumar no está bien, tengo que ir pensando en dejarlo, nunca he fumado tanto como últimamente. Son los nervios los que me provocan esta zozobra de sentir al humo subiendo y bajando a mi alrededor,  entrando y saliendo de mi boca y de mi nariz.

    Estas justificaciones las murmuraba en silencio mientras miraba hacia un lado y otro, como ansiando no ser visto, ni ver, a nadie.

    一 ¡La gente no es tan buena como aparenta, me decía mi pobre madre!!

    Hace tiempo que se dió cuenta que, cuando llega a un sitio y hay gente, parece inevitable que alguien haga algún comentario dirigido a él, o una mirada, algún gesto, normalmente despectivo, pero simulado. Tuvo suerte, el estanco está abierto y sin clientela que le hiciera esperar, además la Señora Micaela, la dueña y  dependienta, a pesar de estar ya jubilada por viudedad,  no es de las que tiene hacia él, ni un mal ademán, ni mala opinión. Santos, siempre tuvo una especial consideración, incluso devoción, hacia ella y hacia su marido. Algunas  veces pensaba en la tristeza que tenía que tener ella y su marido, quizás más que una tristeza, lo que sentían era  desconsuelo, o un quebranto que debían sobrellevar… “Si Dios no ha querido darnos hijos, sus razones tendrá…” o un:  “no hay mal que por bien no venga”,  Es lo que, para conformarse,   pensaba el matrimonio. Algunos, puede que los menos allegados a sus sentimientos, cuando querían herirlos les “sacaban a relucir” el tema de la descendencia y la pena de no tener hijos y,  terminaban clavando en la conversación el refrán cruel de:  “Duelos con pan, son buenos de llevar”. En los pueblos pequeños… Ya se sabe… todos saben todo de todos. 

    Santos, cuando pensaba en el marido de Micaela, Arturo, siempre lo presintió como un hombre tierno,  sutil… un hombre de seda. En alguna ocasión pensó que Arturo, Don Arturito, como, con cierta burla y desprecio, lo llamaban algunos vecinos, sin duda por pura envidia, porque era un hombre con propiedades y un buen capital, era como él. De su misma condición sexual… ¿sería esa la causa por la que no tenían descendencia?.  También se habló en el pueblo, principalmente  entre los hombres ociosos que se reúnen cada día, cada hora, cada minuto… en el banco que hay frente a la puerta del ayuntamiento, que está ocupado todo el día por  esos sastrecillos que, sin tijera propia y sin hilos, cortan y cosen trajes y mortajas, que lo de Arturito y Micaela era un matrimonio de conveniencia. Pensó que el tiempo debe ser sordo, que ni oye ni escucha a los aguaceros silenciosos, ni al aire volviéndose polvareda en las esquinas vacías, o llenando los rincones de la Plaza de papelitos y envolturas brillantes de caramelos que fueron azúcar antes de ser vendidos en el estanco de Micaela.  Estos diputados o, “esos” vecinos, que el único escaño que tienen  es prestado, y  es el banco de hierro y madera  frente al ayuntamiento, piensan que para Arturo, Don Arturito, la noche, siempre le llegaba brotada en trigos amarillos de tanto verde pasado, que viene con sus cenizas de sangre, vestida de vientos que apresan besos perdidos de enamorados y amantes tristes y soñadores del perfume de otros hombres. Santos está seguro de que a alguno de ellos le hubiese gustado sentir en la nuca el calor del aliento de otros hombres, o en su cara el olor al jazmín del patio de Micaela y Arturo…  El jazmín, flor insignificante, pequeña, de corona blanca, tan blanca como las sábanas del ajuar de Micaela y que, Arturo, con toda seguridad, no llegó a estrenar. 

    Los jazmines… estrellas blancas en el cielo verde y fresco del patio de Micaela. Después de muerto Arturo, estuvo  más de un año sin regarlo pero, aún así,  brotó y  su cielo verde y se sembró de estrellas blancas, como antes, como siempre.

    Doña Fermina, siempre pensó, y así se lo insinuó a Santos en una ocasión en la que hablaron de ella, que la Señora Micaela, había nacido a destiempo, porque su mentalidad era más avanzada que la que le correspondía por edad y mucho más si se comparaba con la de las mujeres del pueblo.  Ahora, que se acuerda de aquella conversación, se explica algunas cosas, como por ejemplo que cuando Micaela dió por terminado el luto por la muerte de  Arturo,  una prima lejana, “quizás muy muy lejana”, se viniera a su casa, a vivir con ella… pero, claro, como eran dos mujeres, en el pueblo ni se vió mal ni bien… A la semana todo estaba normalizado y Carmen, ” la prima lejana” era una vecina más, que aprendió a despachar tabaco y chucherías en el estanco de Micaela.  Ni los “señores diputados” del banco de la plaza se atrevieron a decir, ni a comentar “ni pío”, temerosos de la posible represalia de Micaela, porque decían que “los tenía bien puestos”

    Después de la muerte de Arturo, imaginó a la Señora Micaela llorado agua en un tazón de loza blanco,  sacando un puñado  de estrellitas blancas del fondo del bolsillo fresco del su oscuro delantal de viuda que convierte en barcas de velas blancas, ancladas al agua del pequeño mar dulce del tazón. Por un momento, Santos, duda si lo que ha imaginado, ha sido porque antes lo ha leído en algún sitio, o lo ha visto a los pies de la Virgen de la Cruz… o porque se está haciendo, sin saberlo,  poeta. Sabe que la Señora Micaela repite cada mañana de primavera, y cada tarde de verano, el mismo ritual: recoge las estrellas blancas del cielo verde del patio, que la luz de plata de la luna visita cada noche y preñar de nieve el palio verdoso mientras que el aire mece los momento felices y los recuerdos, con vaivenes  suaves, como quien sopla para apagar el triste pabilo de la vela. Nuevamente piensa lo mismo, que si lo que acaba de pensar, lo ha leído en algún libro o ha bajado un ángel y se lo ha dicho al oído.

    一 Mi pobre Arturito, recordaba Micaela, siempre descansaba apoyando su barbilla sobre los nudillos de los dedos de sus manos y, éstas, descansaban abrazando el puño redondo  del bastón. Siempre con la mirada perdida y siempre, mirando sin mirar, a vecinos de género masculino que pasaban por la puerta del estanco, nunca entraban. Recordaba, también, otros momentos  menos amables…  el de las balas silenciosas y cargadas de sangre que le amenazaron cuando de Arturo pasó a ser Don Arturito, fue engañado como al niño que se le da un caramelo a cambio de un beso, lo nombraron alcalde del pueblo, alcalde comunista en tiempos de guerra civil. Autoridad que huyó saltando tapias y muros, corriendo y gateando por los tejados, llegando con el corazón en un puño a las alamedas de chopos en la rivera y taparse con las hojas caídas, se escondía entre ellas y el frío suelo para que no lo mataran los del otro bando. Pobre Arturo, pobre Micaela.

    En una ocasión, mientras esperaba la vez en el estanco “la prima lejana”, Carmen sorprendió a Santos mirando con preocupación a Micaela,  se le acercó y susurrando  le dijo:

    一 Los jazmines siempre huelen a pasado.

    En esta ocasión, Santos, supo qué contestar, y también susurrando, dijo a Carmen:

   一 El jazmín es un lamento blanco y furtivo del olor a puestas del sol.

    Micaela a veces se refugia en el recuerdo de una sobrina que se le murió joven, o en el de su cuñado Julio, que huyó a Francia porque en el pueblo decían que era como su hermano Arturito, también maricón. Se imagina ilusiones, como la de creer que en los patios de su vecindad los jazmines son más grandes  y huelen más y mejor que los suyos. Los pocos familiares  que les queda, viven en Cataluña y están siempre prisioneros en sus labios, son los nombres que todos los días, se hacen  mariposillas que aletean en su recuerdo y en su imaginación, se encoje de hombros, mira al cielo o al techo y sonríe a Carmen. 

  

----------------- continuará.


viernes, 14 de marzo de 2025

EL COLOR BLANCO - CASI AZUL- DE LOS NENÚFARES BLANCOS.

  POR FIN HA VISTO LA LUZ MI NOVELA. LA HE ESCRITO SIN PRISAS, DISFRUTANDO DE CADA ADJETIVO,  CADA VERBO Y CADA COMA.

RECUERDO QUE TODO EMPEZÓ EN ESTE BLOG AL ESCRIBIR UN RELATO QUE PRETENDÍA SER UN HOMENAJE MODESTO HACIA ALGUIEN,  HACIA UNA MUJER QUE FUE TODO UN "PERSONAJE"  EN LA COTIDIANIDAD DE UN PUEBLO PEQUEÑO COMO USAGRE, DONDE TODOS -POR UNA RAZÓN U OTRA- NOS CONOCEMOS Y SOMOS CONOCIDOS.

CREO QUE FUE EN EL 2013 CUANDO BAJO EL TITULO "SEIS MONEDAS" NACIO ESTA HISTORIA QUE HA TERMINADO CONVIRTIENDOSE EN NOVELA. EL RELATO HA CRECIDO... HASTA EN EL TITULO.


DESEAR UNA BUENA LECTURA A AQUELLOS/AS QUE OS ATREVAIS A PASAR UN RATO CON DON LUCIO Y CON MUCHOS OTROS PERSONAJES QUE FORMAN PARTE DE "MI" MEMORIA Y QUE SU RECUERDO ME COMPLACE, RESPETO Y QUIERO PONER EN VALOR.

SI ALGUIEN QUIERE, PERO NOSABE COMO, CONSEGUIR LA NOVELA EN ESTAS DOS DIRECCIONES  LA PUEDE COMPRAR Y SE LA MANDAN A CASA. O SI NO ME MANDAS UN WASSA, CON CORREO O UNA LLAMADA (Y ASI CHARLAMOS) Y YA ME ENCARGO YO DE QUE  LA PUEDAS LEER.

https://aliarediciones.es/autor/lalo-barra/
https://aliarediciones.es/libro/el-color-blanco-casi-azul-de-los-nenufares-blancos/

TENGO PREVISTAS PRESENTACIONES EN USAGRE, VILLAHARTA Y BELMEZ.

SALU-2.



miércoles, 16 de octubre de 2024

LA LETANIA DE MARIA. (Relato finalista en el VIII Certamen de Relatos de la FUNDACION FOMENTO HISPANIA)

Al fondo del salón de estar, sentada en uno de los sillones frente a la
ventana, anclada a un asiento que, en alguna ocasión, soñó con ser banco de
parque, taburete de bar, sillín de bicicleta loca, butaca roja de cine o teatro, o trono
tapizado con falso cuero. En la cristalera los visillos se mueven, se contonean con la
caricia que trae y lleva el viento, y como si tuvieran alma, sus hilos bailan al compás
de la música improvisada por María. Se entretiene tarareando no se sabe bien qué
canción, o qué cuplé, siempre la misma, a cualquier hora, en cualquier momento. A
ella siempre le suena como si la tarareara por primera vez. Alguien opina que es un
bolero que tiene algo que ver con el desamor de un marinero y un tatuaje. En otras
ocasiones se deja llevar por la liturgia fastidiosa del silencio, o reza una letanía
larga, lenta, interminable, a la que nadie contesta con un “ora pro nobis”:

 

- El tiempo se burla de las voces del pasado, invade las sombras, se cuela en
los recuerdos, y se marcha convertido en olvido.
- El tiempo convierte sentimientos en recuerdos, los rostros se pierden, los
nombres se olvidan, las estampitas de santos valientes y vírgenes guapas se
desdibujan.
- El tiempo arrastra consigo latidos, miradas y fe. Te arrastra, y cuando
despiertas ya es tarde, olvidas que olvidaste.
- El tiempo no espera, no llora, engaña, entierra, desgarra, arrincona,
esconde, acorrala, se hace soledad.
- El tiempo sigue su camino sin mirar ni hacia atrás, ni a su izquierda ni a su
derecha, ni tan siquiera al presente.
- El tiempo deshace los recuerdos, es sal o azúcar en el agua de la vida,
borra las huellas, hace que el mar de la memoria rebose de sus playas, transforma
los corales en abismos y en precipicios repletos de los peces del miedo.
- El tiempo solo sirve para olvidar.

 

Como todos los sábados y domingos el sillón de al lado lo ocupa Antonio, su
marido. Su visita es un recital de poemas. Cada mirada a María es un verso nuevo
escrito en una antigua, lejana y casi olvidada vida. Antonio le coge la mano, le da
un beso en la frente, la mira, se mira en sus ojos. María, sin decir nada, va
hilvanando las sombras a su olvidada memoria. Un ligero temblor entre sus dedos le
dice a Antonio que aún lo recuerda, que aún lo quiere, que aún forma parte de la
hebra con la que cose y descose su historia. Lo mira, se deja acariciar por aquellas
manos sensibles y delicadas. Sólo él consigue robarle algunas sonrisas sin
lágrimas.

 

Al fondo del salón, frente a la ventana, cuando los visillos están descorridos,
juegan a sembrar en el aire conversaciones en voz muy baja, casi cuchicheando,
María, lo mira como si lo conociera de toda la vida:
- Mira aquella nube. ¡Mírala! Parece una mujer preñada.
- Sí. ¡Mira aquella otra! Tiene la forma de un elefante de espuma.
- No, no, es un caballito de humo. ¿No ves que no tiene trompa?

 

Alguien tose repetidamente y, como alertados por cantos de sirenas, María y
Antonio, también Tomás, Felisa... y 10 o 12 octogenarios más giran la cabeza, fijan
la mirada en el carrito empujado por una joven con uniforme y delantal blanco, muy
blanco, tan blanco como la antigua inocencia de quienes con su mirada parecen
empujar al carrito hasta el centro del salón. Es un barco, también, de velas blancas
que llega al puerto, o un barquito frágil de papel fondeado al filo de la memoria que
trae los zumos, el vaso de leche, el paquetito de galletas María y algunas frutas de
temporada. Los sillones van lentamente cambiando de rumbo, sin necesidad de
brújula ni rosa de los vientos que se lo marque. Es el ritual que se repite diariamente
a las cinco de la tarde, hora en la que reciben la visita de algún familiar. Liturgia
diaria que apenas dura lo que una misa rezada. Después la rutina vuelve a ser la
zarza que todo lo ata. El silencio vuelve a pasearse entre ellos, sus bocas
enmudecen a la vez que vuelven a abrir los ojos del alma para suponer, para
imaginar, para ir dejando poco a poco de vivir.

 

Con la ternura de la niña que viste y desviste a su primera muñeca, María,
coge la mano de Antonio, le dice:
- Mira, mira... ¿A qué se parecen aquellas sombras?
- No, no son sombras, son trocitos de papel de seda que bailan en la luz
apagada de la tarde.
- ¡Qué bien hablas! Pero no, son nubes.
- Son las sombras de poemas escritos en el viento para que vuelen libre
entre el azul y la nada.
- Qué bien hablas. ¡Me das tanta envidia!
Sentado al lado de María, Antonio espera que el milagro de la virgen de la
estampita de cartón logre cambiar su muerte en vida.
- Dame la mano. ¡Dámela!
- Ya sé, ya sé. Me quieres dibujar un corazón en la palma de la mano.
- Sí, un corazón de amapolas rojas, un corazón de hojitas de laurel y
cascarita de limón.
- ¡Que bien huele tu corazón!

 

El tiempo convierte sentimientos en recuerdos. Los rostros se desdibujan, se
difuminan, son de niebla, los nombres se olvidan, arrastra consigo los latidos, las
miradas, las horas, la vida.
Y así, como una letanía, pasan las horas para María.

lunes, 9 de septiembre de 2024

SIN AVISAR.

    Miraba fijamente a la pared, dijo que buscaba nardos dibujados en el blanco de la cal. Se acercaba y recorría la superficie lisa y blanca con sus dedos, los movía en círculos y de cuando en cuando detenía su mano y apuntaba con el índice a aquel lugar, se le alteraba el animo y exclamaba: "aquí hay uno, está aún cerrado, pronto comenzará a salpicar al aire con su olor dulce, con es aroma triste a alas de las mariposas de los gusanos de la seda". Siempre decía lo mismo.

    Una tarde, cuando la luz se duerme en el horizonte y se arropa con los colores de la noche, la pared blanca se tiñó de un color oscuro casi negro: del agua cuando es profunda y fría, del dolor cuando te despierta del sueño, del miedo a pasillo de hospital, de violeta marchita a los pies de cualquier virgen guapa... Si, el color del dolor es casi negro,  agrio como el vinagre y triste como una vela apagada. El color de los nardos de dolor es casi negro, casi insultante, como el de la muerte que no llega, como el de la agonía de la esperanza, solo lo ven los poetas y lo que se sienten peregrinos en caminos sin brújulas ni nombres.  Aquella pared dejó de ser varita de nardos blancos, de ser cal limpia de tan blanca para hacerse adobe de barro y ceniza que arrastra el viento de esos incendios interiores que se intentan disimular, o tal vez apagar con alguna lágrima o un rosario de suspiros.

    Nuevamente abrió los ojos y casi a gritos le dijo al silencio, al suyo que le envolvía y al mio que me rodeaba, que ya no buscaba nardos dibujados en el blanco de la cal, que ya era mayor y que había dejado de ser poeta, que ahora era marinero, que su pared era un mar azul y verde, un tornasol trasparente donde navegar sin herir ni sus dedos ni sus sueño.

    Continuó mirando la pared hasta que el color blanco se difuminó en un suspiro largo largo que le enmudeció lentamente. Un sueño -sin color y sin dolor- lo arropó con  abrazos de cal,  de sal y caracolas de nácar y algas de caramelo.

Llegó y se fue sin avisar, como la fe y la gloria de Dios. Amén.


(Los NARDOS sin olor son simples flores, tristes y casi blancas, puestas en fila en una varita verde y quebradiza).







viernes, 30 de agosto de 2024

Rosas rosas a la espera de agua.

     No espero que llegue el agua y mientras bordo rosas rosas, las pinto con hilos de pintura, con hilos de tinte y agua sobre la pared que, como una tela blanca, imposible de hacerse sábana, es capaz de ser muralla entre la calle y mi patio, una muralla bordada en punto de cruz.

    Otras veces, con el pincel en la mano y la mirada del corazón puesta en el Cerro de La Solana, espero que llegue el agua, hasta rezo por ello mientras voy llenando los miles de cuadritos con las miles de equis que el dibujo me demanda. Es un juego, la rosa parece que se mueve, lo hace al compás de la música trasnochada que va y viene entre el aire y el sofoco de la calle, 34 grados a la sombra.

    Sí, espero que llegue el agua. Algún vecino me pregunta si terminaré de dibujar rosas antes que las tormentas sean las que desdibujen el azul cielo. Yo pienso: ...que lleguen, que lleguen y traigan agua bendita, o que venga  un chaparrón en pecado...

  Que llegue el agua aquí la espero. Así tendré la certeza de que mis rosas serán tan inmarcesibles como la rosa de "El Principito".


sábado, 15 de junio de 2024

Reflexión. ¿Rezar es Hablar con Dios o es Escuchar a Dios?


!Avanza!

Y si la tierra que buscas

aún no ha sido creada, Dios hará brotar para ti

de la nada

otros mundos

que justifiquen tu audacia.

(Schiller)

Cuando las tardes de verano se hacen siesta, ensoñación o cabezada a la sombra del moral, es el momento en que los recuerdos se hacen agua de manantial y bullen como las flores del almendro cuando llega el mes de Marzo. En ese momento pienso que Dios se aleja en silencio, o que se marchó a otro de sus mundos a esconderse tras un silencio sospechoso de cansancio y decepción.

Son momentos para aprender, para entender, para comprobar que “la gracia” de nuestro hoy es la suma de nuestras incertidumbres, del inconformismo conformista , de los temores propios y ajenos que nos asaltan. Son estas “visiones espirituales” las que, aún sin ser conscientes de ellas, nos hacen buscar la savia vigorosa, la sangre roja y luminosa de nuestro pasado y de las vivencias, -las vividas y las soñadas- la experiencia. Si estamos atentos caemos en la cuenta de que todas estas circunstancias, situaciones -y quizás ensoñaciones- son la semilla de nuestro futuro. Es sin duda una bonita oración que Dios, desde detrás de su ausencia y silencio, agradece devolviéndonos el regalo de la tranquilidad de conciencia, la serenidad de espíritu y la calma del agua cuando nos refresca la boca y el alma.



“... Si quieres aprender a rezar, hazte a la mar”.

El mar. La mar hace feliz a quien le permite que su inmensidad se le refleje en la mirada. El mar es la imagen y la presencia del infinito más cercano. Respira con suavidad aún con la inquietud de las cansinas olas, la desmesura de sus tempestades, los enfados de sus galernas. Si nos dejamos llevar por su aire escuchamos como el universo nos habla de la vida, de la gratitud efímera de la belleza -el castillo de arena- del miedo y la fuerza oscura que habita en sus profundidades -laberintos sin puerta de salida-. El mar es como la eternidad en movimiento que nos habla y nos hace pensar en fragilidad de nuestro cuerpo y de nuestra existencia prestada. Nos invita a caminar hasta su horizonte para que, incrédulos o asombrados o enloquecidos, comprobemos que tras de él hay otro horizonte por alcanzar. ¿O es el mismo horizonte el que huye de nosotros y se nos hace a cada paso mas lejano? El mar pone profundidad al alma que tenemos escondida no sé donde, y pone luz y tiniebla a la vez, atracción y espanto, vida y muerte. Es un camino de agua donde podemos exaltarnos como la ola arrogante y poderosa o agotarnos como el brillo de la luna cuando en el horizonte deja de brillar la ultima estrella.

“... Sin duda eso de rezar es un arte, pero hablar con Dios un privilegio”

El hombre libre siempre amará al mar. Salgo al encuentro de islas, de tierras lejanas y veo , o presiento, o sueño cómo hasta mi llegan sentimientos, emociones, sensaciones, pensamientos, ilusiones desconocidas, un presente incierto y un futuro aún más. Pienso, me pregunto, me respondo y en todo ese subir y bajar de emociones, dudas y sentimientos aún no estoy seguro del poder tiene la oración. Algo me dice que en próximo viaje a Tierra Santa sentiré en mi alma el frescor de su presencia, porque en este momento Dios -desde su silencio-me habla con voz de agua y sal... Intento aprender a escuchar porque  ¿reza El o rezo yo?

domingo, 9 de junio de 2024

ME ESTOY VOLVIENDO VIEJO

Te estás volviendo viejo me dijeron. 
Has dejado de ser tú, te estás volviendo amargado y solitario. 
No, respondí. 
No me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo sabio. 

He dejado de ser lo que a otros agrada, para convertirme en lo que a mí me agrada ser. He dejado de buscar la aceptación de los demás para aceptarme a mí mismo. He dejado tras de mí los espejos mentirosos que engañan sin piedad. 
No, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo asertivo, selectivo de lugares, de personas, de costumbres e ideologías. He dejado ir apegos, dolores innecesarios, personas, almas y corazones. No es por amargura, es simplemente por salud. 

Dejé las noches de sueños de almohadas por insomnios de aprendizaje, dejé de vivir historias y comencé a escribirlas. Guardé en una caja de zapatos los estereotipos impuestos, costumbres y obligaciones impuestas, y enterré la caja en un lugar bello pero lejano. 
Dejé de usar maquillaje para ocultar mis heridas, ahora llevo un libro que embellece mi mente y mi alma. Cambié las copas de vino por tazas de café, me olvidé de idealizar la vida y comencé a vivirla.
No, no me estoy poniendo viejo, pues llevo en el alma lozanía, y en el corazón la inocencia de quien a diario se descubre. Llevo en las manos, la ternura de un capullo de gusano de seda que, al abrirse, su mariposa expandirá sus alas buscando sitios inalcanzables para aquellos que solo buscan la frivolidad y lo material. 
Llevo en mi rostro, a veces, la sonrisa.. a veces la seriedad, que se escapan y atraviesan la simplicidad de la vida, de la naturaleza. Llevo en mis oídos el mensaje de los ruiseñores cuando juegan a poner música a la madrugada, pero no lo demuestro porque a nadie debe importarle. 

No, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo selectivo, apostando mi tiempo a lo intangible, reescribiendo el cuento que alguna vez me contaron, redescubriendo mundos, rescatando aquellos viejos libros que a medias páginas había olvidado. 
Me estoy volviendo menos prudente, intento dejar atrás los arrebatos que nada enseñan. Estoy aprendiendo a hablar de cosas trascendentes, estoy aprendiendo a cultivar conocimientos, estoy sembrando ideales y para que florezcan ilusiones. No, no es que me esté volviendo viejo por dormir temprano los sábados, es que también los domingos hay que despertar temprano, disfrutar el café sin prisa y leer con calma un poemario. 
No es por vejez por lo que se camina lento, es para observar la torpeza de los que a prisa andan y tropiezan con el descontento. No es por vejez, por lo que a veces se guarda silencio, es simplemente porque, no a toda palabra hay que hacerle eco. No, no me estoy poniendo viejo, ahora estoy comenzando a vivir lo que realmente me interesa. 

  (de una página de facebook más algunas aportaciones)

miércoles, 20 de marzo de 2024

¿QUÉ ES "ESTO"?

A veces te preguntas, con un nudo en la garganta o un vacío silencioso en el alma, si vivir es “esto”.
 
Y “esto” quiere decir minutos, horas, días, meses, años de nubes y sol, de risas y llantos, de amor y desencanto. De vida que viene y muerte que se va, de cuentas que debes pagar, o deudas que no terminas de cobrar. De obligación, de ese “no hay más remedio” que te esclaviza, el sueño sin soñar que te lleva embrazos a la mañana y suena el despertador o tocas, con la planta de los pies el suelo sin ser consciente que la libertad de los sueños es sólo eso: un sueño de libertad. 
“Esto” es sinónimo de la rutina, de los platos sucios en el fregadero y un cerro de ropa esperando el calor liso de la fría plancha caliente, es un ¿Qué comemos hoy?

“Esto” significa las prisas, el apuro, la falta de tiempo, el tener que dejar alguna palabra por escribir o un beso que dibujar en una mejilla o en unos labios. Es, tal vez, esa preocupación constante por el hijo, la hija, su futuro, su salud, sus estudios, su futuro, y no te das cuenta que lo tuyo va quedando atrás, en el andén de alguna estación por la que quizás no vuelva a pasar ni la suerte ni un tren en el que poder huir. 
Te preguntas si vivir es “esto”, y no miras tus manos a no ser que las tengas atadas por un arco iris o sumergida en el agua clara de alguna lágrima. no miras que tus pies que pueden caminar sobre trébol o espinos blancos, que depende de ti. No miras tu cuerpo si está sano, sólo si está enfermo le dedicas una mirada para ver que pastilla conviene tomarse. Nunca piensas que tus brazos pueden abrirse y ser acogedores, o cerrarse y ser cárcel, cuando abrazas a tu otro yo, a tus hijos, a quien amas, a un amigo… A quien te perdonó o a quien perdonas.
 
“Esto” es también el olor del verano que se acerca, el calor de la siesta, el trino del ruiseñor que pasa las noches cantando para complacer a su hembra, el verde de la higuera, la cereza después de ser flor pasajera, el agua que se hace camino entre el junco, el mastranto o el berro.

“Esto” es sentir profundamente todo, la pena y la alegría, la riqueza de quien no tiene nada propio y tu egoísta pobreza porque guardas y guardas. Es salir de los abismos disparado hacia el cielo, dejar que el alma se nos escape y vuele invisible recortando las nubes del azul del cielo. Es cerrar los ojos cuando la realidad es dura, y sin abrirlos volver a caminar por los senderos con las cunetas sembradas de margaritas, camino que fueron hermosos porque tienen piedras, y charco cuando llueve y huellas grabadas a fuego de tierra y a tierra de fuego.
“Esto” es luchar y luchar por lo que amamos y porque ese “esto” signifique que estamos vivos, que tenemos pies y manos para dejar esas huellas en los cominos y manos para sembrar las flores que ponen color a los lados del camino.
“Esto” son sensaciones nuevas con la las que la lluvia de la vida te moja y pone en tu corazón esperanzas porque el “esto” de la vida sea siempre nuevo.

         ¡!Feliz ESTO ¡!

 

 


lunes, 19 de febrero de 2024

El sueño de María


María está cansada, suelta el bolso y el abrigo y va a su habitación. Entreabre la ventana. Se le cierran los párpados,  sus piernas  no soportan su poco peso, su fatiga hace que sin pensarlo se deje caer en la cama. Por un momento se siente como piedra lanzada al agua, ella piedra y colchon agua. Tras unos instantes recobra algo de fortaleza y comienza a desvestirse. alarga el brazo y de debajo de la almohada saca el camisón que por la mañana dejó allí doblado. Un esfuerzo más, se lo pone  sin mirar pero acierta que ojal corresponde a cada botón,  y casi nunca se pone lo de atrás hacia adelante. Se mira de pasada en el espejo del tocador mientras va hacia la ventana que está cerrada.


Lentamente, una pasada y otra, con suavidad se cepilla el cabello. Vuelve a sentirse agotada y hasta ahogada.  Entreabre la ventana. Respira aliviada mientras se dirige a la cama y separa la colcha, la dobla hacia los pies. Abre las sábanas, como de costumbre inspira como queriendo aprisionar en su nariz el frescor que destilan. Se sienta, se quita las zapatillas e introduce las piernas  entre las sábanas. Se abroga hasta el pecho y apaga la luz pulsando el interruptor de pera que cuelga a un lado del cabecero niquelado de la cama. Se acomoda y cierra los ojos a la vez que abre todo su cuerpo y su alma para ser poseída por el sueño.

Es de noche.  El cielo está oscuro, y a pesar de ello, no se ven demasiadas estrellas. La luz de las farolas de la calle se come los reflejos del cielo, se alimentan de brillos ajenos como los peces de las profundidades oscuras de los océanos.

Es una luz moribunda, sin latido, con demasiado sosiego la que se cierne entre las rendijas de las persianas que juegan a ser cine, proyectan en la pared tramos de sombras y tramos de claridad, como cuando va a comenzar una película.

María presiente a las sombras al acecho a través de la ventana, entrando de modo traicionero, reagrupando tinieblas en los pliegues de las cortinas que tiemblan por la brisa, o quizás de miedo.  Su desaliento le hace dirigirse hacia los velos que caen de la altura, son un dosel del trono celestial o quizás una simple tela con flores estampada  que cuelga para separar sus sueños de su persona realidad, su deseo de descanso de la fatiga, sus anhelos de la caricias.

El señor del sueño crece, aparece entre la luz y la sombra, se hace presente y sus jadeos se dejan sentir  en la nuca de María,  rozando sus cabellos como el vuelo de un ángel que se deja descubrir sentado en el relente de la brisa que entra por la ventana.


María, barajando pestañeos en la oscuridad, por unas horas, se embarca para navegar por en ese mar de luces y negrura del sueño reparador al que, en silencio, besa al sentirlo a su lado, recostado en la almohada o tapado con sus sábanas..


"No entiendo nada de lo que escribes. Tampoco entiendo nada de lo que dices. Parece todo muy bonito pero no tengo ni idea de lo que quieres decir" (Me dice la madrugada)


María se quita la bata, se viste el camisón, peina su cabello, abre las sábanas, se recuesta en la cama y apaga la luz. 

Cierra los ojos  y se vacía de ella y de todo para dormir, hasta del olor intenso a los membrillos del frutero de la cocina.


martes, 16 de enero de 2024

DE DISPARATE EN DISPARATE.

    Desperté. 

    ¿Qué hago despierto si aún no me he dormido? Sentí un tiro en la sien, como si una bandada de grullas quisieran posarse todas en la misma rama. ¿Era locura o era el principio del sueño antes de hacerse pesadilla? No lo sé. Ahora ya no sé si estoy despierto o soñando, lo cierto es que mi corazón suena igual que las olas de un mar sin playa.

    Abro los ojos.

    La luz está apagada y solo el vuelo tenue sobre el techo de la sombra de las cortinas de la ventana llama mi atención. En ese momento las libélulas, que habitan en las lindes del alma, se hacen presente. Son un ejército de ángeles diminutos que se acercan y van transformando la oscuridad en luz nerviosa. Me quedo quieto, tan inmóvil como la libélula en la punta afilada del junco, a la espera de una nueva sensación, de una nueva derrota o de una triste esperanza. La luz, las luciérnagas, emprenden la huida al mismo sitio de donde vinieron y la libélula sólo era una imaginación, como otras tantas... Cierro los ojos para por dentro, vuelvo a sentir mis pulsos y a ser consciente de que al sueño me lo arrancaron las luciérnagas y se lo llevaron consigo. Ni tan siquiera la libélula se inmutó, ni salió en mi defensa. 

    Hay noches en las que es mejor permanecer dormido y no despertar por nada del mundo. Hay madrugadas en las que las sombras de las cortinas de la ventana se tornan laberinto de tela y huelen a mortaja. Me deprimo y no soy capaz de asomarme al borde de ningún olor y menos de ningún hedor, todo lo que rodea a mi oscuridad juega en mi contra, hasta las emociones, esas que tengo domesticadas desde niño y que van y vienen conmigo en mis bandazos de alma y en mis viajes astrales, incluso cuando me son tan infieles como la libélula. 

    Tengo que dejar de fumar... ¿Que digo?... ¡Si lo dejé hace más de diez años!... El tiempo, obsesión en otros tiempo que me entretuvo escribiendo en poemas imposibles, vuelve a traerme segundos de dudas y desencantos o algún recuerdo furtivo o prisionero en la jaula de los recuerdos: Hoy fui a renovar el carnet de conducir... solo me lo dieron válido para tres años. Me miré en los ojos de la médico que me hacía el reconocimiento y "me" dije: Gracias, muchas gracias, por ser valiente y ser sincero en las respuestas a las preguntas y, a ti doctora, gracias por ser tan buena profesional y aplicar las normas a rajatabla, tengo mucho que aprender de usted. En ese momento reprimí una lágrima y sumiso me dí cuenta de que me había puesto una etiqueta: “la de los medianamente capaces”.  

    Ahora compruebo que mi lugar es el de la libélula, estar parado, inmóvil, anclado, como pegado en la punta del junco observando al agua corre la vida, esperando la lengua pegajosa de una rana -o de un sapo-  que me lleve hasta el limo verde desde donde pone música a su espera.

  Y las luciérnagas huyeron, se marcharon resplandecientes, ignorándome y andan dibujando con su luz las orillas y las lindes  de mi alma.  Siempre pensé que nací marcado por el amor, era una suposición que me hace ser feliz, que me permite coleccionar momentos alegres y únicos. Algunas veces, cuando despierto, me reconozco porque imagino en mi antebrazo tatuada la rosa de los vientos, más abajo la rosa del desierto y en la palma de mi mano izquierda el pico de un ruiseñor. Vuelvo a soñar, a temer por mi vida que, detrás de su apariencia y vestida de aburrida cotidianidad, se esconde sigilosa y temerosa porque quiere, a toda costa, que nadie vea las lágrimas que me quedan por derramar. Siempre se llora por los demás o por algo o algún dolor... a mi me gusta llorar por mi. 

    A veces creo que es bueno apagar el sol, encerrarlo entre los paréntesis del silencio, echarle agua encima, agua y más agua hasta que las sirenas aprendan a cantar nanas. Si, creo que sí, que es bueno sentir que el sol se nos apaga y que el sueño vuelve a ser sueño.

    Lalo, déjame abrir los ojos. Necesito dejar de soñar.


                                                                         Por si me quieres decir algo mi E-mail: lalo@usagre.es