viernes, 6 de febrero de 2009

UN POEMA EN PROSA.


Déjame decirte ahora que las amapolas duermen arropadas en sus semillas y antes de rebosar entre sus pétalos luna nuevas, que he guardado en la palma de mis manos cien inviernos de días cenicientos y noches de escarcha. Que atesoré mis latidos en sobresaltos de pinceladas negras sobre el lienzo blanco; he dibujado lágrimas sin agua y cielos verdes como la encina antes de hacerse flor de fuego y humo de olores azules y malvas.

Déjame contarte cómo se tornan las sirenas en mujeres lectoras de horóscopos y cartas astrales… como los laberintos del mar se hacen caminos con piedras de nácar y horizontes de coral… cómo se escapa la vida a borbotones de entre las algas y la sal.

Déjame describirte cómo descubrí que casi todas las magias perdidas se hacen hermanas y en una espiral que no cesa me hacen sabio, el sabio coleccionista de risas, de amaneceres y atardeceres sin mañanas ni tardes… de suspiros que saben a manzana verde… el mago que siente tras su capa como la vida y la muerte están tan juntas como la luz y la sombra.

Déjame escribirte en una servilleta de papel el número de mis años, la dirección donde se gastan mis horas y un corazón sangrando primaveras azules, garzas blancas que vuelan cruzando el equilibrio de las horas.

Déjame dibujarte en la frente caracolas repletas de ecos antiguos, de palabras del mar bordadas en un verde casi azul, en un azul casi transparente, en un transparente cristal, en un cristal transparente de madrugadas vacías dónde duelen las marejadas sin barcos y las luces de lejanos faros tejen caminos de agua.