martes, 21 de octubre de 2014

""" EL TONTO """. (una historia escrita y contada en siete ratitos) .PRIMER RATITO


Primer ratito
           
Al deshacerse la luz de la tarde comienzan a templar las libélulas azules que dan la bienvenida a la noche. Es cuando, desde lo más recóndito de su interior, afloran recuerdos, sensaciones, e incluso alguna caricia que se hizo real de tanto y tanto desearla. Andrés, con la ternura de un niño grande pegada a la piel de su alma, juega en silencio y ata a su dedo índice el humo del que se alimentan las flores más altas, las que rezuman  los colores nuevos a los que aún no les ha puesto nombres. Hay días en los  que su mirada se pierde por laberintos de cristal que tienen paredes lisas y planas, frías, tan frías como el filo de la navaja que cada mañana raja la oscuridad de la noche para que el sol entre y se coma los malos sueños de  las madrugadas. Con hilos de agua hilvana a su mirada los trocito de vida que gasta a cada instante sin saber bien ni dónde ni en qué. Sabe alzar el vuelo montado en el aire de una risa sin fin, o sumergirse en la más profunda de las lamentaciones.  Es soldado en una guerra incruenta,  lucha contra el azul del cielo y, cuando gana la batalla, lo tiñe de grises y ocres que huelen a incienso de Semana Santa o al hinojo que crece entre los olivos y las piedras de  “Los Matorrales”. Lo que más le entretiene es callejear  y va dibujando en las fachadas soles, lunas y estrellas trasparentes que solo él puede ver… Tiene la calle Convento, la calle La Fuente y la calle Nueva repleta de grafitis y rayajos invisibles que son su firma y la viva imagen de su alma.
            Andrés, que también podría llamarse Joselito o Miguel, o Antonio o Julito... El nombre es lo de menos porque él casi siempre se olvida de cómo se llama, se acuerda cuando alguien lo llama o lo saluda, como iba diciendo, Andrés  es el hombre más niño y el niño más hombre de un pueblo, que como todos los pueblo, tiene en él a su “tonto” oficial. 

          
        Los pocos espectadores de su vida desconocen el porqué tiene marcados, con un círculo rojo, algunos días en un almanaque colgado en el zaguán de su casa. Otros días aparecen marcados con círculos más estrechos, más ajustados a los números, que terminan en punta en su vértice inferior,  son como una lágrima pintada al revés. Posiblemente los primeros señalan las jornadas mágicas en las que, él y solo él, tuvo el control sobre su vida.  Los segundos, las lágrimas, señalan los días en los que, sin ser dueño de sus actos, fue  libre para soñar y correr entre los chopos de la ribera adueñándose del olor amargo de sus hojas.

La vida de Andrés es como un cuadro Dalí: formas sinuosas que reclaman la atención constante de quien mira, colores mezclados en una marmita de alguna hechicera sin nombre, insinuaciones que van más allá de los límites del arrepentimiento, del acto de contrición o del pecado. Su vida es la posibilidad de lo imposible,  tiene sabor de azúcar y a la vez el de la sal.

                                                                                               (fin del primer ratito...)