jueves, 30 de octubre de 2014

""" EL TONTO """. (una historia escrita y contada en siete ratitos). QUINTO RATITO

Quinto ratito.

Andrés con los jóvenes de su edad no se lleva mal. Algunas noche cuando va camino de su casa y pasa por La Plaza,  si algún mozo lo ve, sale  a la puerta del bar, da un silbido, él mira y adivina que  le invitan en el Bar de Narci o en La Cantamora o en la Campanera...  Entre ellos apuestan si Andrés es capaz, o no lo es, de apurar el vaso sin levantarlo del mostrador y sin tocarlo con las manos. Igual que sucediera con los niños, los mozos también ríen… ¡Con esos morros...Ya podrás!...  Le dicen entre  sonoras carcajadas,  y si le ven dispuesto, y ellos tienen más ganas de risas, le pagan varias rondas. 
Con las muchachas es distinto, ante ellas se muestra más tímido, entre temeroso y cobarde.  Cuando baja por la calle Conejo camino del mercado y se cruza con alguna muchacha, se pone rojo y azorado, baja la mirada y se aparta, después de que se hayan cruzado  la mira a hurtadillas y siente un desasosiego que le inquieta, pero le gusta sentirlo. Una noche en el baile de la verbena que organiza la Hermandad de la Virgen de los Dolores a mediados de Agosto, cuando le llegó la edad, sintió la necesidad de palparle los pechos a Carmencita, sin pensarlo dos veces se lanzó sobre ella. Ella respondió dándole  un sopapo que todavía le escuece en la cara.  ¡A todos los tontos les da por lo mismo! Dijeron algunos con cierta benevolencia.  !De casta le viene al galgo! Comentaros otros.
Andrés sintió algo parecido a la vergüenza y al bochorno  cuando escuchó los comentarios y las risas  de la gente que expectantes esperaban la reacción del muchacho… Como de costumbre agachó la cabeza y apretó a correr  calleja del Tupio abajo.  Aquella noche, ya acostado, daba vuelta en su cabeza y en su minúscula memoria a lo ocurrido. Evocaba como los ojos de Carmencita echaban lumbre,   nunca nadie le había mirado así, como de mujer a hombre. Para conservar aquella imagen entornó los párpados y rozo delicadamente con la palma de su mano la mejilla abofeteada... Pensó que con aquel gesto el recuerdo no podría escapársele.  Al rato se sintió más tranquilo y,  arropado por el sueño, se quedó dormido, pero antes dibujó una lágrima en su calendario.
Cada día, nada más abrir los ojos, le viene a la cabeza algún detalle de su historia y  no le parece digna de haber sido vivida. Esta mañana a su memoria  llegó el recuerdo de cuando era más niño,  de edad y de cuerpo, y se subió a un guindo de la huerta de los Cabeza atraído por el pío-pío de un gorrión que creyó desamparado, al acercarse y estirar su mano el pájaro emprendió un largo vuelo alejándose, él, desde entonces, hace lo mismo al darse cuenta que también es un pájaro desvalido. Aquella experiencia le dejó con el anhelo inconfesable de tener el plumaje del arco iris, la fuerza de las alas de las mariposas blancas de la col y el corazón del humo blanco con el que las nubes se disfrazan antes de llorar. Casi siempre, son sus estrafalarios pensamientos los encargados de acallar su conciencia, de devolver sus pensamientos a la simple simpleza de la que él es el ejemplo más simple.

                                                           (Fin del quinto ratito)