jueves, 16 de abril de 2015

(Relato) TRAS LA VENTANA (cuarta mirada)

La tranquilidad del pueblo, como cada año, se ve alterada con la llegada de la primavera, sobre todo cuando llega unida a acontecimientos importantes y dignos de se ser mencionados. Este año, en el que habrá que ir a las urnas , los partidos políticos: los de los unos, los de los otros y los de ningunos, comienzan  a buscar candidatos. Los chascarrillos y opiniones, bien o mal intencionadas, comienzan a viajar de boca en boca, se opina en las puertas de algunos bares , en la puerta de la iglesia también, mientras se espera la salida de las procesiones. Algunos lo hacen como quien cuenta un secreto, o con el reparo propio de quien no se cree  lo que está diciendo.
Las hermanas, tras la ventana,  cuchichean entre ellas como si hablar  de política en alto fuese pecado, o como si temieran ser denunciadas por mencionar tal o cual nombre, o tal o cual sigla. 
- Pues no sé yo... No se yo.... Si esa muchachita está preparada.
- Seguro que sí... Cuando va la primera será por algo. Además, dicen que tiene la misma disposición y carácter de su abuela, y tu sabes -como yo- que su abuela es una mujer mu dispuesta, que supo sacar a su familia adelante a pesar de quedar viuda tan joven.
- Si, si, claro... Pero tu sabes que hoy la juventud tiene otras aspiraciones y que los tiempos han cambiado mucho. Siempre he pensado que el que se mete a alcalde es porque sabe que va a ganar mas que con una yunta en el campo.
- Bueno, bueno... ¿Tanto cambio?... Pero si la gente, que es muy novelera, no ven bien lo de tener una alcaldesa... !Cambio!...
- !Lo que faltaba!... !La mujer con la pata quebrá, atá a la pata de la cama y sin salir de la casa!... Como si fuésemos habitantes de tercera, o como si no nos importara lo que se hace y deshace en el pueblo... !Y eso que somos mayoría!.
- Yo desde luego prefiero que los pantalones los lleve un hombre.
- Si, claro, ¿Tu que vas a decir?... Acuérdate que cuando moceabas estabas que perdidas el resuello cuando era alcalde el vecino... !Yo no sé como su mujer no te soltó alguna fresca!
- Si, si... En eso tienes razón.... Tenía una mujer muy bien educada...
- Menos mal que lo tenia atado bien corto, que si no ese te hubiese respirado en la nuca... jajaja.
- Siiiiii... Jajaja... ya me hubiese gustado a mi.

Las hermanas -por un momento- pierden la compostura y dibujan en sus caras y en sus ojos una sonrisa picarona que son incapaces de disimular. Margarita suspiró profundamente tras aquel momento de tibio desenfreno. En ese momento, Fermina irrumpe en la estancia. Ella era “el cordón umbilical” entre las dos ancianas y el pueblo. Trae, en una talega hecha con tela de costal que se ata con unas cintas rojas, los típicos rosquetes que se hacen -desde no se sabe bien cuando- en el pueblo para celebrar el Domingo de Pascua. Fermina se sienta entre las dos hermanas después de darles un par de besos y remirarlas y reolerlas para comprobar que estan limpias y aseadas. Las ancianas miran los rosquetes y sonríen, una de ella, interiormente, rememora algún Domingo de Pascua, suspira y, como queriendo cambiar o iniciar una nueva conversación, después de darle las gracias por el obsequio, pregunta a Fermina sobre el horario de las procesiones.
- Es que la ocurrencia de sacar al cristo a las tantas de la noche no tiene sentido... con el fresco que hace... !Yo es que ni salgo a la puerta ni me asomo a la ventana!, !Y mira que yo soy del Cristo!... Este cura con eso de que tiene que atender a dos parroquias... En la procesión de "los Carcañales" fue todo el camino cuchicheando con el alcalde, y eso que dijo cuando salió el Santo que se debía guardar silencio y cierta compostura... 
- !Pero si ya la gente no va de procesiones!... El año pasado iban cuatro gatos detrás del Cristo... Prefieren quedarse en la plaza sentados en un velador y ver pasar el cortejo...
- !Desde luego es que ya no se respeta nada!. Este año le han puesto al Señor Orando en el Huerto una especie de manto bordado en oro que le cae por delante y por detrás... !Precioso! Aunque como alguien ha dicho parece que lleva unas alforjas colgadas de hombro.
- !La gente... a todo poniendo faltas y sacándole punta!.

Fermina quería enterarse del final de la historia de la pobre Amparo, pero no sabía como decirles a las ancianas que continuaran con la narración que habían comenzado días atrás. Para incitarlas a ello, sibilinamente preguntó:
- ¿Y la probre Amparo, como pasará la Semana Santa?

Amparo debía esperar un año para volver a encontrarse con el funambulista. De pronto, como guiada por una mano invisible, volvió a mirar y allí estaba, sentado debajo de un laurel del desolado jardín. Sobre sus cabellos caían pizcas de luz del primer sol de la mañana que le daban un aspecto falsamente angelical, Amparo corrió a su encuentro.
- ¿Qué hace usted aquí? Dijo con una fina y tibia voz.
- Pensé que le debía al menos una despedida, le dijo Armando.
- No te vayas. !Deja el circo, amor mío!
- No me imagino haciendo otra cosa que no sea caminar sobre la cuerda floja.

Nadie por la calle, solo el aire silbando.

A Concha se le llena la boca de espinos hablando mal de Amparo.
- Odiaba a los perros de su esposo. Los miraba con desagrado. Y las bestias hacían lo mismo. Creo que Amparo es una mujer un tanto melancólica. Y la melancolía es  -ya sabes- algo propio de las mujeres que siempre inventan dolores de cabeza, sentenció Concha.
En el pueblo se supo que dos individuos encapuchados entraron en la casa del sastre. Los perros no ladraron, se habían hecho cómplices de los asesinos. Esas cosas ocurren. Un día y otro día, y otro más, les silbas a la bestia, te ve con el manoseo propio de quien se deja tomar medidas, le das un hueso, le acaricias la cabeza y el lomo y el animal se complace, te toma confianza, cree que eres su nuevo dios y mueve alegre la cola al verte.


La viuda, Amparo, lloró cuanto debía llorar ante la muerte de aquel hombre que no sabía, que nunca supo, que su corazón se había convertido en un nubarrón lleno de lluvia y de aire saturado de ozono. 
Después de la marcha de el circo se quedó en casa, sola, con los perros. Hizo lo que su marido solía hacer cuando estaba vivo, conversar con los animales: “Polo, si te portas bien, esta noche te cubriré con mi toca de lana”. “Laika, no sigas ladrando a los gatos, ellos están encima del tejado y no van a bajar”. Ninguna filosofía, simple conversación. Los animales tomaron por su cuenta aquella tristeza de la mujer, empezando, desde luego, por el aseo personal: le lamían los pies fríos, largos y azulados en un rito casi sacramental. Se hubieran quedado las madrugadas enteras escuchándola hablar y hablar, si no fuera porque debían ir al patio, a entrar en cólera y ladrar en balde. 

(CONTINUARA...)