La
tranquilidad del pueblo, como cada año, se ve alterada con la llegada
de la primavera, sobre todo cuando llega unida a acontecimientos
importantes y dignos de se ser mencionados. Este año, en el que
habrá que ir a las urnas , los partidos políticos: los de los
unos, los de los otros y los de ningunos, comienzan a buscar
candidatos. Los chascarrillos y
opiniones, bien o mal intencionadas, comienzan a viajar de boca en
boca, se opina en las puertas de algunos bares , en la puerta de la
iglesia también, mientras se espera la salida de las procesiones. Algunos lo hacen como quien cuenta un secreto, o con el reparo propio
de quien no se cree lo que está diciendo.
Las
hermanas, tras la ventana, cuchichean entre ellas como si hablar de política en alto fuese pecado, o como si temieran ser denunciadas por mencionar tal o cual nombre, o tal o cual sigla.
- Pues
no sé yo... No se yo.... Si esa muchachita está preparada.
- Seguro
que sí... Cuando va la primera será por algo. Además, dicen que tiene la
misma disposición y carácter de su abuela, y tu sabes -como yo- que
su abuela es una mujer mu dispuesta, que supo sacar a su familia
adelante a pesar de quedar viuda tan joven.
- Si,
si, claro... Pero tu sabes que hoy la juventud tiene otras
aspiraciones y que los tiempos han cambiado mucho. Siempre he pensado que el que se mete a alcalde es porque sabe que va a ganar mas que con una yunta en el campo.
- Bueno,
bueno... ¿Tanto cambio?... Pero si la gente, que es muy novelera,
no ven bien lo de tener una alcaldesa... !Cambio!...
- !Lo
que faltaba!... !La mujer con la pata quebrá, atá a la pata de la cama y sin salir de la
casa!... Como si fuésemos habitantes de tercera, o como si no nos
importara lo que se hace y deshace en el pueblo... !Y eso que somos mayoría!.
- Yo
desde luego prefiero que los pantalones los lleve un hombre.
- Si,
claro, ¿Tu que vas a decir?... Acuérdate que cuando moceabas estabas que perdidas el resuello
cuando era alcalde el vecino... !Yo no sé como su mujer no te soltó
alguna fresca!
- Si,
si... En eso tienes razón.... Tenía una mujer muy bien educada...
- Menos
mal que lo tenia atado bien corto, que si no ese te hubiese
respirado en la nuca... jajaja.
- Siiiiii...
Jajaja... ya me hubiese gustado a mi.
-
Es que la ocurrencia de sacar al cristo a las tantas de la noche no
tiene sentido... con el fresco que hace... !Yo es que ni salgo a la puerta ni me asomo a
la ventana!, !Y mira que yo soy del Cristo!... Este cura con eso de
que tiene que atender a dos parroquias... En la procesión de "los Carcañales" fue todo el camino cuchicheando con el alcalde, y eso que dijo cuando salió el Santo que se debía guardar silencio y cierta compostura...
-
!Pero si ya la gente no va de procesiones!... El año pasado iban
cuatro gatos detrás del Cristo... Prefieren quedarse en la plaza
sentados en un velador y ver pasar el cortejo...
-
!Desde luego es que ya no se respeta nada!. Este año le han puesto al Señor Orando en el Huerto una especie
de manto bordado en oro que le cae por delante y por detrás...
!Precioso! Aunque como alguien ha dicho parece que lleva unas alforjas colgadas de hombro.
- !La gente... a todo poniendo faltas y sacándole punta!.
- !La gente... a todo poniendo faltas y sacándole punta!.
Fermina quería enterarse
del final de la historia de la pobre Amparo, pero no sabía como
decirles a las ancianas que continuaran con la narración que habían
comenzado días atrás. Para incitarlas a ello, sibilinamente
preguntó:
-
¿Y la probre Amparo, como pasará la Semana Santa?
Amparo
debía esperar un año para volver a encontrarse con el funambulista.
De pronto, como guiada por una mano invisible, volvió a mirar y allí
estaba, sentado debajo de un laurel del desolado jardín. Sobre sus
cabellos caían pizcas de luz del primer sol de la mañana que le daban un aspecto
falsamente angelical, Amparo corrió a su encuentro.
- ¿Qué
hace usted aquí? Dijo con una fina y tibia voz.
- Pensé
que le debía al menos una despedida, le dijo Armando.
- No
te vayas. !Deja el circo, amor mío!
- No
me imagino haciendo otra cosa que no sea caminar sobre la cuerda
floja.
Nadie
por la calle, solo el aire silbando.
A
Concha se le llena la boca de espinos hablando mal de Amparo.
- Odiaba a los perros de su esposo. Los miraba con desagrado. Y las bestias hacían lo mismo. Creo que Amparo es una mujer un tanto melancólica. Y la melancolía es -ya sabes- algo propio de las mujeres que siempre inventan dolores de cabeza, sentenció Concha.
- Odiaba a los perros de su esposo. Los miraba con desagrado. Y las bestias hacían lo mismo. Creo que Amparo es una mujer un tanto melancólica. Y la melancolía es -ya sabes- algo propio de las mujeres que siempre inventan dolores de cabeza, sentenció Concha.
En
el pueblo se supo que dos individuos encapuchados entraron en la casa
del sastre. Los perros no ladraron, se habían hecho
cómplices de los asesinos. Esas cosas ocurren. Un día y otro día,
y otro más, les silbas a la bestia, te ve con el manoseo propio de quien se deja tomar medidas, le das un hueso, le acaricias la
cabeza y el lomo y el animal se complace, te toma confianza, cree que
eres su nuevo dios y mueve alegre la cola al verte.
La
viuda, Amparo, lloró cuanto debía llorar ante la muerte de aquel
hombre que no sabía, que nunca supo, que su corazón se había
convertido en un nubarrón lleno de lluvia y de aire saturado de
ozono.
Después de la marcha de el circo se quedó en casa, sola, con los perros. Hizo lo que su marido solía hacer cuando estaba vivo, conversar con los animales: “Polo, si te portas bien, esta noche te cubriré con mi toca de lana”. “Laika, no sigas ladrando a los gatos, ellos están encima del tejado y no van a bajar”. Ninguna filosofía, simple conversación. Los animales tomaron por su cuenta aquella tristeza de la mujer, empezando, desde luego, por el aseo personal: le lamían los pies fríos, largos y azulados en un rito casi sacramental. Se hubieran quedado las madrugadas enteras escuchándola hablar y hablar, si no fuera porque debían ir al patio, a entrar en cólera y ladrar en balde.
(CONTINUARA...)
Después de la marcha de el circo se quedó en casa, sola, con los perros. Hizo lo que su marido solía hacer cuando estaba vivo, conversar con los animales: “Polo, si te portas bien, esta noche te cubriré con mi toca de lana”. “Laika, no sigas ladrando a los gatos, ellos están encima del tejado y no van a bajar”. Ninguna filosofía, simple conversación. Los animales tomaron por su cuenta aquella tristeza de la mujer, empezando, desde luego, por el aseo personal: le lamían los pies fríos, largos y azulados en un rito casi sacramental. Se hubieran quedado las madrugadas enteras escuchándola hablar y hablar, si no fuera porque debían ir al patio, a entrar en cólera y ladrar en balde.
(CONTINUARA...)