sábado, 17 de diciembre de 2016

""EL BAILLE DE LA LIBELULA" ( X )


Carmen, nerviosa, en el fondo deseando ser protagonista de la curiosa historia que Santos se empeñaba que creyera, contemplaba el retrato de Don Ignacio, El Conde. Se preguntaba por qué Santos se había empeñado tanto en buscarle una familia. La familia… Él había tenido esa experiencia, que debía ser hermosa,  para ella esa palabra era solo una idea, que apenas se podía representar en sus emociones como ilusión y una realidad que alguien, quizás por miedo, o por amor, o por el que dirán, le había arrebatado. -¡que injusta es la vida!-  susurró.
-Parece un hombre misterioso. ¿Es tu padre?
Santos  estaba a su espaldas,  le miraba la nuca y como los mechones del cabello se hacían tirabuzón hasta llegar a  sus hombros. Dio un paso y se colocó junto a ella.
-No lo conocí.
-Tienes su misma pelambreras y además te  peinas como él. Ahora entiendo por qué pareces sacado de otra época.
Los dos, yertos, inmóviles, en silencio, frente al retrato. Santos rompió aquella camal:
-María Salazar quedó embarazada de mi padre cuando trabajaba en la casa de la finca Torre Alta.
-Ya lo dijiste en comisaría.
-¡Me gustaría que la conocieras!
Carmen cerró los ojos, guardó silencio. Santos podía escuchar cómo el aire entraba con dificultad por su pequeña nariz. Podía percibir esos detalles aunque nadie más se percatara de ello. Carmen se giró, se miró en los ojos de Santos, en ese momento sintió como si ella fuese la tela y él fuese el pespunte, y carraspeando dijo:
-¿No tienes nada de beber?
-Si. En la cocina habrá algún refresco.
Santos permaneció de pie mirando el retrato de su padre, Carmen caminó hasta la cocina. Santos  escuchó abrir la puerta de la nevera, luego la puerta de algún armarios, después el sonido de los hielos contra el cristal y otro sonido diferente que no encajaba, un click,  tenía que ser el bolso, pero ¿Por qué lo abría? Carmen extrajo de él un pequeño frasco. Desenroscó el tapón. Sabía que unas gotas de su contenido podían dejar a un hombre fuera de juego; dolores de cabeza, náuseas, pérdida de memoria. Lo suficiente para poder controlar ella la situación.
Desde sus primeros años en el hospicio de las monjitas -y luego en el orfanato-  sólo recordaba mentiras y abusos. ¿Acaso alguien se había preocupado alguna vez -en serio- por ella? ¿Qué ganaba Santos con hacerle creer  aquella historia que contaba? En realidad, cuando se acercó a Santos en bar, ella solo buscaba pasar un buen rato, y ahora ese hombre se había empeñado en ser su hermano. Era absurdo. ¿Pretendía reírse de ella?
Sin querer repasó mentalmente toda la historia que Santos contaba sobre los Salazar. Era curioso que  las monjas hubiesen escogido el mismo apellido para ella. En el hospicio a casi todos los apellidaban Expósito, o con el nombre de algún pueblo de la comarca, y de nombre  les ponían el santoral del día, pero ¿Salazar? ¿Por qué Salazar?
Era extraño, pero más extraño era que se lo estuviera planteando, por un instante su cabeza empezó a divagar; Santos y ella tenían eran de la misma edad. Las dos madres embarazadas al mismo tiempo… Si, Las fechas en que María dejó a su hija en ese mismo hospicio podían coincidir, y luego estaba la marca de nacimiento…la misma marca que se dibujaba en la piel de Santos… Estaba empezando a delirar,  era una idea absurda. Aquel hombre le estaba contagiando su locura, después de todo la marca en el brazo era sólo parecida, a la del torso de Santos… Y el suyo tampoco era un apellido tan raro, además, en aquellos tiempos los orfanatos recogían niños casi a diario; hijos de violaciones, huérfanos de padre, hijos no reconocidos o de madres en dificultades…La suya podía haber sido cualquiera, ¿Por qué iba a ser justamente María Salazar? Todo aquello solo podía ser una simple coincidencia.
Miró el frasco de nuevo y, sin quererlo, una pequeña sonrisa comenzó a brotar en las comisuras de sus labios. De pronto, recordó la historia del abuelo Salazar… la idea de haber tenido un antepasado capaz de negarse a fusilar en plena guerra le pareció fascinante, pero solo un momento, enseguida se sintió un poco estúpida por ello. En cualquier caso el abuelo Salazar, debía de haber sido un hombre con verdadero coraje, había que reconocerlo. En aquellos tiempos de guerra, atreverse a soltar un puñetazo a todo un teniente de artillería, no era nada banal… Su abuelo…no estaría nada mal… si le dieran a elegir, sin duda, habría elegido un hombre de esas características, un hombre con principios ¿Por qué no? Tal vez, después de todo, en ella también habitaba algo bueno y digno.
Tendría que replantearse aquella idea tan enquistada en su corazón, y admitir que no todos los hombres son unos cerdos. No. Santos no tenía pinta de ser uno de esos hombres. Parecía muy distinto a todos los que ella había conocido hasta ahora…Un poco más chiflado, más callado, más antiguo… Si, pero inofensivo, de eso estaba segura. Tal vez, en el fondo se sentía muy solo, después de todo él también era huérfano ahora ¿Y por qué iba Santos querer hacerle daño? ¿Por qué iba a aprovecharse? No, desde luego que no, como tampoco podía negar que el aspecto trasnochado y descuidado de aquel hombre la atraía.
Carmen cerró el frasco, no lo necesitaría. Había tomado esa decisión.
Santos estaba en el mismo lugar, de pie, frente al retrato de su padre, ella salió de la cocina y le ofreció uno de los vasos.
-¿Aún estás vestido?- preguntó, y luego soltó una pequeña carcajada  -no te asustes, es broma- dijo, pero Santos pudo observar en su ojos un fondo de tristeza. Podía reconocer esa emoción.
-Me gustan los hombres serios. ¡Toma… no voy a comerte!
Santos tragó saliva y cogió el vaso. Ella levantó el suyo.
-¡Por la familia!
La luz de la tarde se colaba por la persiana a medio bajar, iluminando los hombros de ella. Santos no iba a dejarse engañar tan fácilmente… Podía ir a la cocina con cualquier excusa y mirar en el bolso.
El vaso de Carmen permanecía levantado.
-¿Te pasa algo? ¡Ya has puesto otra vez esa cara tan rara!
Santos levantó la mirada y se quedó  esperando un gesto de reproche, en su lugar encontró una sonrisa amplia y serena que le infundió seguridad.
-Ya te has ido a tu mundo... A ese sitio donde nadie más puede entrar.
Santos trató de apartar aquellos pensamientos de su cabeza, tenía que desterrarlos y seguir respirando, nada más. Tenía que confiar en ella. Dio un largo sorbo de refresco. Los ojos de Carmen brillaban con pasión y tristeza al mismo tiempo, luego alargó una mano y enredó sus dedos en el cabello de él. Por un instante, los pensamientos de Santos se detuvieron dentro de su cabeza. Cerró los ojos. Ella olía a chicle y sudor.
“Espero que esta vez no te desmayes”, susurró, y con su otra mano desabrochó un botón de su camisa, como si se dejase llevar, simplemente, como cuando alguien hace algo sin pensar, solo porque le surge hacerlo, igual que las libélulas antes de comenzar el baile del viento, la danza del aire y del amor, y suben y bajan como los ángeles cuando están cansados de ser ángeles.
Santos abrió los ojos. Se sintió ligeramente mareado, pero no era por la bebida. Dejarse llevar es importante. Y aquella idea se repitió de nuevo en su cabeza, mientras los labios de Carmen estaban cada vez más cerca, avanzando, como cuando la gente se deja llevar por un impulso y hace algo sin pensar. Aquella idea volvía de nuevo. Podía respirara el aroma de su aliento. Muy cerca. Colocó su mano sobre la boca de ella.
-No. No podemos continuar, entiéndelo….
Lo labios de Carmen se plisaron hacia adentro. Santos frunció el ceño.
-Somos hermanos.

/// Fin de la DECIMA entrega.///  la siguiente en un par de días.
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