
Llueve, me llueven otoños en la
memoria y un silencio de luna nueva sube y baja por mi garganta…eras tantas
veces miel y tantas veces roca… Tantas veces mirada y tan pocas veces silencio…
Eres nostalgia desvestida de soledades rojas de tanta fresa en Martes de
mercado. Soledades rojas que me impiden acercarme al silencio ausente del aire
en los arcos de la catedral… Catedral de aire, catedral de aristas doradas y
esencia de piedra, piedra, roca… y tu alma volando entre cerezos y naranjos.
Hoy quiero aproximarme al hueco impredecible de tus ausencias, al dolor que
intuyo tras tus ojos, cansados, quizás, de tanto mirar y no ver nada más
aquello que te hace igual a los demás.
Pero llueve… Rocé tu adiós con timidez,
y tu soledad desde el recuerdo cálido que de ti conservo envuelto en papel de
seda. Y ni siquiera esta lluvia de primavera, imprevisible y necesaria, moja el
recuerdo de los sueños que, una tarde hace más de 30 años, sin saberlo, se despidieron
para siempre en la Torre del Oro. En
tanto tiempo ni escuchaste ni escuché “vuelve”… Y llegaron otras luciérnagas a
iluminar nuevas caricias y las sorpresas venideras que da la vida… Sé feliz,
tanto como la flor del cerezo, enferma de tanto blanco, bailarina del aire y gloriosa
madre de la dulce cereza. Sé feliz, yo, una vez más quedo dormido en tu recuerdo,
y tu, deja que el aire te robe una
sonrisa con la que adornar el futuro.
Con la mejor de mis intenciones, y quizás porque se lo debía, para LORETO