A veces te preguntas, con un nudo en la
garganta o con el más silencioso de los silencios en el alma, si vivir es “esto”.
Y “esto” quiere decir minutos, horas,
días, meses, años de nubes y sol, de risas y llantos, de amor y desencanto. De
vida que viene y muerte que se va… De cuentas que debes pagar, o deudas
que no terminas de cobrar… De obligación, de ese “no hay más
remedio” que te esclaviza… O es ese sueño que no se va cuando suena el despertador y tocas con la planta de los pies el suelo, sin ser
consciente que la libertad de los sueños es sólo eso: un sueño de libertad.

“Esto” es sinónimo de la rutina, de los
platos sucios en el fregadero y un cerro de ropa esperando el calor liso de la
fría plancha, es un ¿Qué comemos hoy?
“Esto” significa las prisas, el apuro,
la falta de tiempo, el tener que dejar alguna palabra
por escribir o un beso que plantar en una mejilla o en unos labios. Es, tal
vez, esa preocupación constante por el hijo, la hija, su futuro, su salud… Y no
te das cuenta que lo tuyo va quedando atrás, en el andén de alguna estación por
la que quizás no vuelva a pasar ni la suerte ni el tren en el que huir.
Te preguntas si vivir es “esto”, y no
miras tus manos a no ser que las tengas atadas por un arco iris o sumergida en
el agua clara de alguna lágrima. no miras que tus pies que
pueden caminar sobre trébol o espinos blanco te lleven por caminos nuevos y largos. No miras
tu cuerpo si está sano, sólo si está enfermo le dedicas una mirada para ver que
pastilla conviene tomarse. Piensas que tus brazos solo saben cerrarse para abrazar a tus hijos, a quien
amas, a un amigo… Y nunca a quien te perdonó o a quien perdonas.

Gracias Virgen de la Cruz. Una vez más has susurrado a mi oído que, cuando se tiene fe, los milagros existen, que la vida es un continuo milagro. Gracias, te debo otro ramo de blancas azucenas.