Hay
noches en las que me escapo de mí y saco a pasear todas mis sombras. ¿Qué por qué
no las paseo por la mañana o a cualquier otra hora?... Porque de día siempre se
fueron, se escaparon incluso atada con los invisibles hilos invisibles de la luz.
Tardé en entender que de día se veían más grandes y se asustan.
Las
sombras y la noche son cómplices en multitud de circunstancias, de cosas y de
razones. Muchas veces la oscuridad justifica la existencia de las penumbras y
otras veces –las más- son las sombras las que se visten con la seda oscura que
se deja caer sobre un polisón de estrellas pequeñas, pequeñitas, tanto como las
pavesas incandescente que terminan siendo mota de ceniza. La noche y las
sombras son hermanas, hijas de la oscuridad que te inunda cuando cierras los
ojos y un infinito apagado se enciende sin límites ni horizontes.
Las
sombras y la noche tienen ojos, son los faros al borde del mar que siempre están
naufragando. Son las luciérnagas que van de un lado a otro de la oscuridad
poniendo límites a los sueños.
Las
sombras en ocasiones se visten de palabras. Se tornan en versos tan hermosos difíciles
de imaginar y de escribir por el miedo de perderles, de no poder agarrarlos con
las manos y que se desaten de su invisible hebra y vuelen y te abandonen. Siempre
queda la esperanza de que su libertad les haga crecer hasta hacerse poema.
Las
sombra es agua, aguamiel, aguardiente, agua-agria, aguadulce, agua de lluvia,
agua de mar, agua salada… lágrima de sirena, agua tibia…sangre del grifo que
deja escapar la vida gota a gota.