viernes, 22 de marzo de 2019

CUANDO EL COLOR CASI BLANCO DEL NARDO DEJA DE SER BLANCO.


Miraba fijamente a la pared, dijo que buscaba nardos dibujados en el blanco de la cal. Se acercaba y recorría la superficie lisa y blanca con sus dedos, los movía en círculos y de cuando en cuando detenía su mano y apuntaba con el índice a aquel lugar, era cuando exclamaba: "aquí hay uno, está aún cerrado, pronto comenzará a salpicar al aire con su olor dulce, con olor a las alas de las mariposas de los gusanos de la seda". Siempre decía lo mismo.
Una tarde, cuando la luz se duerme en el horizonte y se arropa con los colores de la noche, la pared blanca se tiñó de un oscuro casi negro, del color del agua cuando es profunda y fría, del color del dolor cuando te despierta del sueño. Si, el color del dolor es casi negro, es agrio como el vinagre y triste como una vela apagada. El color del dolor es casi negro, casi insultante, del color de la muerte que no llega, de la agonía de la desesperanza. Aquella pared dejó de ser varita de nardos blancos, de ser cal para hacerse adobe de barro y cenizas.
Miraba fijamente a la pared, dijo que ya no buscaba nardos dibujados en el blanco de la cal. Dijo que ya era mayor y que había dejado de ser poeta, que ahora era marinero, que su pared era un mar azul y verde, un tornasol trasparente donde navegaba sin herir ni sus dedos ni sus sueño.

Continuó mirando la pared hasta que el color blanco se difuminó en un suspiro largo largo que le enmudeció lentamente y el sueño lo arropó con un abrazo de caracolas de nácar y algas de caramelo.

Feliz Primavera