lunes, 23 de enero de 2012

NO ENTIENDO NADA DE LO QUE ESCRIBES.



"No entiendo nada de lo que escribes. Tampoco entiendo nada de lo que dices. Parece todo muy bonito pero no tengo ni idea de lo que quieres decir".

María acude a su habitación, entreabre la ventana, se quita la bata, se coloca el camisón, peina su cabello, abre las sábanas, se recuesta en la cama, apaga la luz. Cierra los ojos  y se relaja para dormir.
María está cansada. Se le cierran los parpados y sus piernas no soportan su poco peso, se deja caer en la cama. Tras unos instantes comienza a desvestirse, alarga el brazo y de debajo de la almohada saca el camisón que por la mañana dejó allí doblado. Un esfuerzo más, se lo pone casi sin mirar donde tiene los botones, suele acertar y casi nunca se pone lo de atrás hacia adelante. Se  mira de pasada en el espejo del tocador mientras va hacia la ventana que está cerrada. Lentamente, una pasada y otra, con suavidad se cepilla el cabello. Vuelve a sentirse agotada y hasta ahogada.  Entreabre la ventana cuidando de que los contrafuertes permanezcan cerrados. Respira aliviada mientras va hacia la cama y separa la colcha, la dobla hacia los pies. Abre las sábanas, como de costumbre inspira como queriendo aprisionar en su nariz el frescor que destilan. Se sienta, se quita las zapatillas e introduce las piernas dentro de la cama. Se termina de arropar con las sábanas y apaga la luz pulsando el interruptor de pera que cuelga a un lado del cabecero niquelado de la cama. Se acomoda y cierra los ojos a la vez que abre todo su cuerpo y su alma para ser invadida por el sueño.
Es de noche.  El cielo está oscuro, y a pesar de ello, no se ven demasiadas estrellas. La luz de las farolas de la calle se come los reflejos del cielo, se alimentan de brillos ajenos. Es una luz mortecina y hambrienta la que se cierne entre las rendijas de las persianas.
María presiente a la sombra nocturna acechándola a través de la ventana, entrando de modo traicionero, reagrupando tinieblas en los pliegues de las cortinas que tiemblan por la brisa o quizás de miedo. La fatiga la lleva hacia los velos del descanso y descubre los anhelos descuidados de sus caricias. El señor del sueño crece, aparece entre la luz y la sombra, se hace presente en  sus suspiros que se dejan sentir  en la nuca de María,  rozando sus cabellos como el vuelo de un ángel al dejarse descubrir sentado al filo de la noche, entre el relente de la brisa que entra por la ventana y el vaivén del visillo.
María, barajando pestañeos en la oscuridad, por unas horas, se embarca en ese mar de luces y afectos del sueño reparador al que, en silencio, besa al sentirlo sobre la almohada.