Regálame amapolas de otoño para lanzarlas al aire y que
vuelen, para que bailen en el viento, para que griten su rojo oscuro, para que sueñen con
ser la sangre purpura que te hace sentir la vida y esperar el dulce sueño.
Me traigo, me llevo, arrastro mi alma por tu recuerdo, por el barbecho en flor de los sentimientos más íntimos, por los filos sin límites de la sombra, de la luz, de tus bordes
de luna blanca que se mece en el cielo y duerme y sueña, y sueña y duerme…dejando pasar los siglos, siendo eco de luz y luz de silencios.
Regálame el otoño hecho amapolas, rojas amapolas que haré girar como el
agua gira en la nube antes de caer y ser lágrima en la cara de cristal de las estrellas nómadas de la noche. Mientras rodaré por los toboganes infinitos de los sueños
y las quimeras... amapolas rojas para pintar
el horizonte de la tarde cuando la luz peina la lejanía y yo me hago transparente
como ala de luciérnaga encendida de luz y de agua.
Yo, a cambio, te regalaré relojes que no sirven para el medir el tiempo, relojes sin horas,
sin minutos… sin amapolas rojas que pongan los segundos en orden, uno tras otro
para que nazcan los minutos en sus pétalos de casi terciopelo. Mis relojes ausentes en las oraciones y devociones a los arcángeles, esos que vuelan tiritando entre la luz de oro y el filo negro del pecado más leve del alma.
Toma mis relojes, mi tiempo y ata con tus amapolas rojas el rojo ruido de mi sangre cuando sin querer se hace manzana envenenada en tu boca de invierno.