Desperté.
Abrí los ojos.
La luz estaba apagada y
solo el vuelo tenue de la sombra de las cortinas de la ventana sobre
el techo llamó mi atención. Al momento las libélulas, que habitan
en los contornos cálidos del alma, se hicieron presente. Eran un
ejército de ángeles diminutos que venían acercándose y
transformando la oscuridad en luz nerviosa y pasajera. Me quedé
quieto, tan inmóvil como la libélula en la punta afilada del junco,
a la espera de una nueva sensación, de una nueva derrota o de una
triste esperanza. Las luciérnagas se marcharon al mismo sitio de
donde vinieron y la libélula solo era una imaginación como otras
tantas veces.
Cerré los ojos y me vi por dentro, volví a sentir mis
pulsos y a ser consciente de que al sueño me lo arrancaron las
luciérnagas y se lo llevaron consigo... ni tan siquiera la libélula
se inmutó ni salió en mi defensa. Hay noches en las que es mejor
permanecer dormido y no despertar por nada del mundo. Hay madrugadas
en las que las sombras de las cortinas de la ventana se tornan
laberinto de tela que huelen a mortaja. Me deprimo y no soy capaz de
asomarme al borde de ningún olor y menos de ningún hedor, todo lo
que rodea a mi oscuridad juega en mi contra, hasta las emociones,
esas que tengo domesticadas desde niño y que van y vienen conmigo,
en mis bandazos de alma y en mis viajes astrales, incluso cuando me
son tan infieles como la libélula. Tengo que dejar de fumar... ¿Que
digo?... ¡Si lo dejé hace más de dos años!... El tiempo, obsesión
en otros tiempo que me entretuvo en poemas imposibles, vuelve a
traerme segundos de dudas y desencantos... Hoy fui a renovar el
carnet de conducir... solo me lo dieron válido para tres años. Me
miré en los ojos de la médico que me hacía el reconocimiento y me
dije: Gracias, muchas gracias, por ser valiente y ser sincero en las
respuestas a las preguntas que me hizo, y a ti, doctora, gracias por
ser tan buena profesional y aplicar las normas a rajatabla, tengo
mucho que aprender de Vd...
En ese momento reprimí una lágrima y
sumiso me dí cuenta de que me había puesto una etiqueta: “la de
los medianamente capaces”. Ahora compruebo que mi lugar es el de la
libélula, estar parado, inmóvil, anclado, como pegado en la punta
del junco observando como corre el agua de la vida esperando la
lengua pegajosa de una rana, o de un sapo, que me lleve hasta el limo
verde desde donde pone música a su espera... Y las luciérnagas se
marcharon y andan dibujando con su luz las orillas de mi alma.