(Mi homenaje como cada 28 de septiembre)
Mamá… Mira, en esta caracola tengo guardadas dos gotitas de
agua de mar, y, de vez cuando, el viento juguetón no se conforma con hacer
girar los molinillos de colores que cuelgan del moral, y quiere entrar hasta
dentro de mi caracola para que mis gotitas de agua salada se transformen en
olas acariciadoras de las playas de los sueños.
Mira… Mamá, escucha, escucha… arrima mi caracola a tu oído,
despacio, muy despacio, guarda silencio
y oirás a mis gotitas de agua de mar cantando y jugando con el aire, van y
vienen, traen y llevan una cresta blanca de espuma que endulza la brisa y hace
que la orilla huela como la sal cuando se hace remolino en el agua.
Mamá, también tengo
aquel sueño que me regalaste escondido en el hueco de una pared, lo tengo
tapado con una piedra de nubes, así nadie lo verá y no me lo robaran, ni
tampoco se escapará porque el hueco es grande, tan grande como la caja de lata
donde guardas los hilos, los botones, las agujas y las tijeritas de bordar.
Mira… Mamá, acerca, acerca tu mano y toca este pasado de
fuente de agua dulce, acaricia conmigo el recuerdo del columpio en el nogal, de
la granada roja sobre el blanco de la porcelana del plato de la abuela… Mira,
parecen mil diamantes con miedo, quizás teman terminar prisioneros en un anillo
o en algunos pendientes de esos que usan las artistas y las señoras ricas.
Mamá, ven y corramos hasta la era para ver como el sol se
pone entre los olivos, para sentir como el calor de la tarde se hace caricia y
luego frio. Ven y trae esa cinta
amarilla con la que atas tus noches a mis días y tus mañanas a mis tardes. Espera que pronto el
cielo se teñirá de negro y se llenará de estrellas temblonas dibujando el
camino de Santiago.
Tango guardadas dos gotitas de agua de mar en una caracola en
la que entra el aire a jugar con la espuma de la ola y tu cinta amarilla.