Acababa de llegar a casa después de un día
de trajín y problemas en el trabajo. Por estas fechas -en navidad- la
gente, quizás intentado aprovecharse de ese mal llamado “espíritu navideño”, acuden más al Centro de Servicios Sociales. Los hay que van, después de esperar varias
semanas con cita, para gestionar alguna prestación casi
siempre económica, o de ayuda en comida de Cruz Roja, Cáritas o del Banco de Alimento. Otros acuden como valedores de los intereses ajenos, son
los que por estar en Navidad todo les da pena y les acongoja el alma, pero el
resto del año, curiosamente, ni ven ni sienten que a su alrededor hay cientos de padres en
paro, familias monoparentales, transeúntes, emigrantes,
enfermos, ancianos que viven solos, familias desahuciadas… Que también, sin ser Navidad, reclaman un poco de dignidad, de cordura en los gobernantes y de caridad de los que tienen de más, pero, con tanto ruido de euros mal gastados, tanto robo camuflado por unos y otros… el bombo del sorteo de navidad, etc... No se
les oye gritar
Decía que acababa de llegar a casa cuando corrió hasta mis brazos y, como todos los días, me dio el mejor de los
abrazo, un “achuchón” de esos que te
hacen dar un suspiro interior que por unos momentos te corta la respiración...
Un abrazo, dos abrazos, una sonrisa otra más… Una miradas de esa que parecen
pedir algo y que en ocasiones te hacen dudar tanto la respuesta que elijes la
más fácil y dices “si” incluso antes de escuchar la petición hecha palabras.
- ¿Papa?
- Sí, dime....
- Quiero que me digas la verdad.
- Claro. Siempre te la digo.
Respondí sorprendido del tono casi amenazante que había
empleado al decir “quiero que me digas la verdad”.
- Es que... –titubeó demostrando que no
tenía claro si debía o no, hacer la pregunta que llevaba rodando por su
cabecita varios días y varias noches, esa pregunta que parecía tenerla nerviosa
y un poco confundida.
- Dime, ¿Qué quieres preguntarme? ¡No será importante si no te atreves!
Después de tres segundos de silencio se
decidió.
- Papá, ¿existen los Reyes Magos?
Me quedé mudo, por un momento pensé en eso
tan recurrente de “tierra trágame”. La miré intentando descubrir el origen de aquella
pregunta, pero sólo pude ver un rostro tan sorprendido como el mío y una mirada
en sus ojos que me requería una respuesta inmediata.
- Mi amiga Rosa y su hermana dicen que
los Reyes Magos son los padres. ¿Es verdad?
Otra pregunta más que me obligó a, por un
momento, cerrar los ojos y poner toda mi
sabiduría y destreza en orden, de manera que las respuestas fuesen
acertadas. Otros tres segundos de silencio, tragué saliva y le dije:
- ¿Y tú qué crees?
- Yo no sé, a veces pienso que sí y a
veces pienso que no. Por un lado me parece que sí, que sí existen porque tú no
me engañas; pero como mis amigas dicen que no, ya no sé lo que pensar ni lo que
creer.
- Mira hija, efectivamente, los Reyes
Magos somos los padres. Si, somos los padres los que le ponemos a nuestros hijos
los regalos, pero...
- ¿Entonces es verdad?
Interrumpió sin dejarme dar la explicación. Y allí estaba mi niña con los
ojos humedecidos, mirándome fijamente para reprocharme…
-¡Me has engañado!
- ¡No, no! Nunca te he engañado porque los
Reyes Magos sí existen. Respondí
acariciando sus mejillas por donde dos lágrimas parecían resbalar como en un
tobogán tierno y sonrosado.
- Entonces… ¡Sigo sin entenderlo!
- Siéntate aquí a mi lado y escucha con mucha atención la
historia que te voy a contar. Creo que ya eres suficientemente mayor y que ha llegado la hora de que puedas
comprenderla – le dije mientras se acurrucaba a mi lado ansiosa de escuchar
cualquier cosa que le sacase de duda. Tres segundos de silencio y me dispuse
a contarle lo que para mi es la verdadera historia de los Tres Reyes Magos;
Cuando el Niño Dios estaba naciendo en
Belén, tres Reyes muy sabios de países que estaban en el Oriente, fueron
avisados de aquel importante acontecimiento y decidieron hacer un largo camino para darle la bienvenida. Fué cuando descubrieron en el cielo una estrella muy brillante que tenía como misión ir indicándoles el camino hasta el Portal de Belén. Como eran sabios no dudaban que
el niño Jesús era el Hijo de Dios. Y para celebrar el nacimiento le llevaron
regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso muy contento, parecía tan feliz que el más anciano de los
Reyes, Melchor, dijo:
- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño!
Deberíamos llevar, al menos una vez al año, regalos a todos los niños del mundo.
- ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena
idea, pero será muy difícil realizarla. No seremos capaces llevar en una sola noche regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.
Baltasar, el tercero de los Reyes, dijo:
- Es verdad, sería fantástico, pero Gaspar
tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y será imposible en una noche recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los
niños. ....¡Pero sería bonito!
Los tres Reyes se sintieron tristes al
pensar que aquel noble deseo no podía realizarse. El Niño Jesús, que desde el pesebre parecía escucharles muy atento, sonrió, en ese momento La Virgen María y San Jose se miraron también sonriendo, y la estrella que venía
señalando el camino a los Reyes, como un relámpago de luz entró en el portal, y sin saber como su luz brillante se convirtió en música, en canción, en poesía
y en palabras que dijeron a los Reyes Magos:
- Sois buenos, queridos Reyes Magos. Voy a
ayudaros a realizar ese hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder
llevar regalos a todos los niños?
- ¡Oh...!, Necesitaríamos millones y
millones de pajes, dijo Melchor.
- Casi
uno para cada niño, así podrían llevar al mismo tiempo a cada casa
nuestros regalos, apuntó Gaspar.
- Pero no tenemos tantos pajes, ni sumando los que tenemos entre los tres serían suficientes para lograrlo, dijo Baltasar.
Y la luz maravillosa les contestó: ¡No os
preocupéis por eso! Os voy a dar no uno, sino dos pajes para cada niño que hay
en el mundo.
- ¡Sería fantástico!, ¿Cómo es eso posible? -preguntaron los Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración.
- Decidme, ¿no es verdad que los pajes que necesitéis deben querer mucho a los niños? - les preguntó la luz-
- Sí claro, eso es fundamental – dijeron
convencidos los Reyes Magos.
- ¿Verdad que esos pajes deberán conocer muy bien los deseos de los niños para no equivocarse en los regalos?
- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un
paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay
alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y
empezando a comprender lo que la luz estaba planeando.
- Puesto que así lo habéis querido y para
que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo
reciban regalos, yo, la estrella de Oriente, ordeno que en Navidad, para celebrar el nacimiento de Jesús y vuestro largo viaje desde tan lejanos reinos hasta Belén, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en nombre de Melchor, Gaspar y Baltasar den a sus hijos regalos, igual que vosotros lo habéis hecho con el niño Jesús al que le regaláis vuestro oro, vuestro incienso y vuestra mirra. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se
haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente
mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia. A partir de
entonces, en todas las Navidades, los niños también harán regalos a sus padres
en prueba de cariño.
Cuando terminé de contarle esta historia, se levantó y recibí la sorpresa de otro "achuchón" aún mas grande, y con voz
entrecortada, que sonaba a violín desafinado, dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo. Estoy alegre saber que me quieres y que no me has engañado.
Al momento, se dirigió a su habitación regresando con el mejor de sus dibujos en la mano mientras decía:
- No sé si te gustará este regalo, pero
para el año que viene te prometo que tendrás uno más grande y con más colores.
Y colorín colorado esta bonita historia se ha terminado, y con ella espero a algún padre haber ayudado.
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Las fotografías son del Belén que hay en Tagareta, Rivera de Usagre.
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Las fotografías son del Belén que hay en Tagareta, Rivera de Usagre.