Hoy, como casi todos los días, la
vida comienza con fuerza. Dolor, hambre, soledad, sufrimiento...
Rebosa un dolor insano, anticrístico, que va a la contra de toda
moral y toda buena costumbre. Estoy seguro que es porque siente
miedo. Se sienta en su banco, en el de siempre, detrás de los tres
cipreses que hacen de rincón a la fuente donde sacian su sed las
palomas más intrépidas y más blancas del jardín. Los cartones
siguen ahí, nadie los ha robado, mira siempre hacia delante, hacia
delante, o quizá hacia atrás, al lado, al lado del lado, se sienta
y piensa en su futuro incierto, se mira en el cristal verdoso de la
botella que anoche le sirvió de Orfidal... Su imagen es la de
siempre: quebrada, ausente, distraída... se mira sin sufrir, como
siempre, como siempre, sin sufrir.
En veinte minutos logra
juntar el dinero para un café caliente, bien caliente, en veinte
minutos de mano extendida en brazo estirado, en cuerpo encorvado, en
alma ausente...!Dios!. Hoy, tras el primer sorbo, de pronto, se da
cuenta que llega el buen tiempo. De sorpresa, se hace sentir en la
copas mas altas de los árboles del parque, en las papeleras de las
esquinas... Siente envidia de las aves que se elevan, que emprenden
su vuelo hacia un rumbo lejano, él las ve partir gateando por
el aire, en el inmenso azul. Pronto las hojas dejaran de crecer, el
sol se despertará con toda su fuerza y golpeará su cara, se cubrirá
con la gorrilla verde y azul, la que lleva en la visera la publicidad
de un bar de mala reputación, pero incluso así el sol le dará de
lleno, le molesta un poco aquel pensamiento a temporal y distante,
pero no se preocupa por que tiene su café caliente en la mano
derecha, las hojas permanecen quietas, tranquilas, respirando, solo
respirando, sin hacer nada más, nada más, prefieren omitir
cualquier movimiento, solo respiran. Él ve a la gente que pasa con
un caminar apresurado que no puede explicarse, mientras, le da unos
sorbos al café que aún está caliente, como a él le gusta. El
calor... Comienza a sudar, de pronto las hojas caen y caen, no paran
de caer, se secan, el sol se esconde asustado por algo que no se
entiende, y a momentos sale demostrando su poderío supremo, pero las
nubes lo dominan... Las hojas caen y no dejan de caer. Él sigue
tomando su café, hacía tiempo que no sentía un café tan caliente,
quizá nunca había tomado un café así, se lamenta de no haberlo
hecho antes, está buenísimo, piensa, intenta recordar a la gente
que le dio el dinero para comprarlo, trata, en vano,de reconocerla
entre la multitud que esperan, detenidas en la acera, que el semáforo
cambie de color. El cielo se cierra por completo, sin dar lugar a
ninguna expectativa, ningún sueño ni esperanza, y comienza a
llover, llueve como si nunca hubiese llovido, llora, el cielo sufre,
está herido por alguna razón que nadie sospecha ni conoce, él lo
mira, el café se moja, no le importa, sigue tomándolo mientras enciende un cigarrillo que alguien ajeno, desconocido, despreocupado y generoso le dio por con lástima, fuma y
fuma, procurando no mojar el cigarro, llueve y llueve. Las aves
vuelven, de repente deja de llover, él lo agradece con una mirada
cómplice a las nubes que se alejan, deja los cartones a un lado y
sigue fumando. Saborea el último sorbo de café, se termina el
cigarro.
Los cipreses estallan de tan
verdes y tan limpios, él intenta sacarle la última calada al
cigarrillo, le gana, deja el vaso y la colilla en la papelera del
rincón, sigue sentado en su banco, mira a quienes con prisa
injustificada pasan a su lado, los mira a los ojos... Nuevamente:
!Dios!...el alma ausente de un cuerpo encorvado, con un brazo
estirado y la mano extendida...Veinte minutos y tendrá otro café,
otro cigarro. Las aves se elevan, emprenden su vuelo hacia un
incierto destino, imprevisibles en su rumbo, las ve partir, elevarse
en el inmenso azul, las hojas dejan de crecer, el sol sale con toda
su fuerza... El mendigo se alegra, simula una sonrisa y piensa que
sobrevivió a otro duro año.