Los que tenemos
algunos años nos acordamos de que antes, cuando éramos más jóvenes, nuestros
padres daban cuerda a su reloj de pulsera, era como un ritual, y cuando por
olvido no se hacía se paraba el reloj
parecían que sentían rabia y descontento
por tener que preguntar la hora y girando en
aquel universo redondo ajustar las manecillas al tiempo real. Ahora los
relojes no tienen cuerda, funcionan unos con pilas, otros con la luz, otros con
las pulsaciones del propio cuerpo… otros por arte de magia, así que cuando se
paran, o si hace poco que lo tenemos,
usamos la garantía y nos lo sustituyen por uno nuevo y hasta nos piden
disculpas por los posibles “contratiempos”
que nos ha podido causar los desajustes de la máquina. Pues bien todo esta parrafada viene para adornar
lo que realmente os quiero decir: “Mi reloj es de los antiguos y se está
quedando si cuerda”.
Ayer visité al relojero, y si me descuido me deja en el
taller para hoy comenzar la reparación, pero se dio cuenta que tenía mucho
trabajo pendiente, ha preferido que sea
el próximo lunes 31 de Abril (bonita fecha) para parar mi manecilla de las
horas y la de los minutos, para parar mi tiempo atándolo a una nube, al objeto
de limpiar mi cielo de contaminantes, de cauterizar los recuerdos gastados, de
quemar las sensaciones baldías, de arrancar las amapolas silvestres y los
cardos espinosos… Mi relojero detendrá
mi tiempo, y después me desanudará de las nubes para que la lluvia caiga limpia,
suave y gozosa sobre la tierra árida con la que se amasa la vida. Tengo miedo.
Sueño que después de que las manillas de mi reloj estén en
hora sigan funcionando por mucho tiempo,
tanto que pueda ver como mi hija consigue ser becaria de la Fundación Gala, (es
ahora mismo su prioridad y su anhelo) tanto que consiga junto a Juan llenar
nuestra huerta en la Rivera de Usagre de
lechugas, tomates, espinacas… y coger las guindas, los higos, las cerezas …
Escuchar a Josefa o a Paco avisando para tomar el café de media tarde… Visitar
a mi hermana en su apartamento junto al mar, a mi sobrina siendo quien ella
decida ser, a José Antonio andando por sí mismo y afrontando la vida con
seguridad y la alegría que te produce aceptarse como se es.
Tengo miedo, tanto como se siente cuando vas a la ver si te
ha tocado los millones de la primitiva o de la lotería de navidad y por un
momento piensas “mira que si me ha
tocado”
A mí me toco la
lotería cuando nací, porque al llegar a la vida no elegimos la familia en la
que vamos a estar… yo en eso he tenido suerte, mucha suerte, la misma que con
los amigos, la otra familia, a esta si se la elige, pero también hay que tener
un poquito de fortuna para que la elección sea la correcta… aunque se tarde
treinta años y haya que regresar a la penumbra de la oración, a las risas por
los pasillo, a asaltar -con nocturnidad y alevosía- el comedor de los superiores…
Ya que he nombrado a los que están presentes en todas mis
horas y mis minutos, no puedo olvidar de los que también lo están segundo a
segundo, mis compañero de trabajo, con
ellos, como con la vecindad en nuestra calle o en nuestro bloque, he vivido de
todo, con unos mas y con otros menos… me gané a pulso la fama que cada uno
quiso darme sin conocerme... pero los que me sí se atrevieron a conocerme ahora me quieren y yo los quiero a ello, con
esos me quedo, los demás no son más que
un tiempo muerto… Tengo miedo.
Los jacintos, los
narcisos, los tulipanes de mi patio ya se han deshojado, ahora es la rosa
mosqueta, la que pinta la pared de
blanco, de puro blanco y la glicinia la que se hace cielo azul, de azul de atardecer de primavera… Son tantas
las emociones, tantas las sensaciones, tantos los arañazos de los rosales que
sigo teniendo miedo aunque los relojeros, a los que confio mi reloj, son los mejores.
Nos vemos, nos sentimos, nos recordamos.