Hay
momentos en la vida que sientes como el olor de las rosas se disipa enredándose
en las curvas invisibles del aire, hay veces que el azul del cielo se torna del
color de los ángeles guardianes, se vuelve transparente, distante, alto… más alto. Cuando las luciérnagas
tiemblan en la oscuridad y huidizas galopan a lomo de los corceles oscuros de
los silencios, es cuando la ausencia, como si se tratase de un velo transparente
de tul y seda, te envuelve el alma y se entretiene en acongojar a tu espíritu,
a tu voluntad, a esa fuerza interior que juega a enredar el pasado con el
futuro para huir del presente. Hay momentos en el que el olor de las rosas se
hace dolor, ala de mariposa, destino incierto de libélula que en su vuelo teje
invisibles caminos por las orillas del aire…
El olor de las rosas,
transparente, distante, alto… Tan alto como el grito mudo de la nube que engaña
al aire cambiando de forma, que disimula la tormenta escondiendo al rayo, que
se hace agua, nieve, granizo… flor de ceniza, campana, hora en reloj adelantado,
vida por vivir y sueño ya soñado.
Extraño
el olor de las rosas, echo de menos la inocencia temerosa
de quien reza para que se cumpla un deseo, de quien hace girar su
intuición y supone que lo que ha de acontecerle es el resultado de la suma de
infinitos “no”.
Mira.
Mira como el agua, que andaba buscando la salida al laberinto del alma de las
nubes, se deja caer y dibuja nuevos
horizontes a los límites del olor de la espina del tallo de la rosa.