Agradecer a los lectores del este blog
la deferencia de mandarme comentarios mediante e-mail, ya que por
cabezonería o suspicacias no tengo habilitada en él la posibilidad
de dejar comentarios. La última entrada ha sido muy comentada, mas
de lo esperado, así que mi agradecimiento en general a los que
habéis querido aportar vuestro punto de vista, vuestro sentir y
pensar me son de utilidad porque me hacen pensar, y quien se molesta
en pensar crece. Ha habido casi tantos puntos de vistas como
comentarios, todos me son válidos y todos tienen su punto de razón.
Quiero destacar un comentario que me pregunta sobre que pasa cuando
se pierde la sombra, -refiriendose a que hay que tener “mala
sombra” para que sucedan cosas como las que relato, con lo fácil
que es llamar a las cosas por su nombre. Lo que esta persona llama
“mala sombra” es lo que los demas denominamos “mala leche”
(¿?), pero no quiero insistir en ese tema. A este lector va
dedicado el siguiente relatillo ya que de él ha sido la idea y la
pregunta: ¿Que pasa cuando perdemos la sombra?, que es lo mismo que
preguntarse que es lo que sucede cuando “nuestro otro yo” deja de
estar presente. No es fácil encontrar respuestas sin enfrentarnos con
valentía y decisión al noble arte de “torearnos a nosotros
mismos” .
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Intento mirarme. Hacia arriba, hacia
abajo y no me veo. Miro al frete y no me encuentro, vuelvo la mirada
y detrás de mi, a mi espalda, tampoco estoy. Decido dejar de mirarme
y es entonce cuando comienzo a presentirme. Es una sensacion similar
a como cuando, después de subir una escaleras de mi peldaños, nos
echamos las manos al pecho intentando sosegar los latidos que parecen
escapar por nuestra garganta, y nos ahogan, nos asfixian, es cuando
dejamos de sentir las piernas, los brazos, y la lengua se nos hace
papel de lija y solo somos conscientes del irritante jadeo que nos
enturbia. Es como cuando nuestra sombra, cansada de ser tan nuestra,
harta de tanta posesión, empachada de tanta luz, se subleva y nos
deja. Se va, se aleja, y lo peor de todo es que no somos consciente
de su despedida cuando se está alejando. Somos tan inútiles y
estamos tan centrados en nosotros mismos que nuestra falta de
solidaridad impide darnos cuenta de lo que está pasando.
Nuestra sombra se ha ido, se ha
marchado, ¿Seguro?¿La hemos buscado bien?¿Hemos mirado detrás de
su sombra?. Sí, sí, detrás de la sombra de la sombra.¿O es que
nuestra sombra no puede tener sombra? Quizás no la veamos porque la
sombra de la sombra solo se ve con los ojos del corazón. Con esas
mismas pupilas con los que hemos mirado, sentido y valorado que lo
que tenemos en frente (¿?) se lo merece todo, y le damos o quitamos
todo... Es cuando nos despojamos hasta de nuestra
sombra. Nos desvivimos por esa persona, por ese algo, por esos
momentos, por esos instantes. Nos olvidamos de nosotros y pasamos a
sentirnos parte del alguien, del algo, y creemos que huye de nosotros
hasta nuestra propia sombra... Pero no es así.
Nuestra sombra y la sombra de nuestra
sombra, al igual que nos sucede a nosotros, se funde, se suma, se
hacen parte de la sombra de esa persona, de esos momentos, de esos
instantes, se transforma y no sabemos distinguirla pero está ahí,
cumpliendo nuestra voluntad, siendo –como nosotros- miga de pan
dulce o estallido sordomudo de luz infinita. La sombra de la sombra,
de nuestra sombra no dejará nunca de sernos tan fiel como la sutil
frontera de nuestra silueta, como el perfil que raya los límites de
nuestros claroscuros ocultos. Hay que aprender a respirar profundo y,
si sin mirarse, intuir y presentirse en el otro, en el que tenemos
delante...Seguro, seguro que observando despacio, sin ambiciones y
sin el llanto de cualquier recuerdo, en sus ojos podremos descubrir
-escondida y temerosa- a la sombra de nuestra sombra.