lunes, 21 de septiembre de 2015

A LA SOMBRA DE MI SOMBRA. (relatillo incompleto lleno de sombras fugaces, recuperando el surrealismo literario de hace años)


Agradecer a los lectores del este blog la deferencia de mandarme comentarios mediante e-mail, ya que por cabezonería o suspicacias no tengo habilitada en él la posibilidad de dejar comentarios. La última entrada ha sido muy comentada, mas de lo esperado, así que mi agradecimiento en general a los que habéis querido aportar vuestro punto de vista, vuestro sentir y pensar me son de utilidad porque me hacen pensar, y quien  se molesta en pensar crece. Ha habido casi tantos puntos de vistas como comentarios, todos me son válidos y todos tienen su punto de razón. Quiero destacar un comentario que me pregunta sobre que pasa cuando se pierde la sombra, -refiriendose a que hay que tener “mala sombra” para que sucedan cosas como las que relato, con lo fácil que es llamar a las cosas por su nombre. Lo que esta persona llama “mala sombra” es lo que los demas denominamos “mala leche” (¿?), pero no quiero insistir en ese tema. A este lector va dedicado el siguiente relatillo ya que de él ha sido la idea y la pregunta: ¿Que pasa cuando perdemos la sombra?, que es lo mismo que preguntarse que es lo que sucede cuando “nuestro otro yo” deja de estar presente. No es fácil encontrar respuestas sin enfrentarnos con valentía y decisión al noble arte de “torearnos a nosotros mismos” .


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Intento mirarme. Hacia arriba, hacia abajo y no me veo. Miro al frete y no me encuentro, vuelvo la mirada y detrás de mi, a mi espalda, tampoco estoy. Decido dejar de mirarme y es entonce cuando comienzo a presentirme. Es una sensacion similar a como cuando, después de subir una escaleras de mi peldaños, nos echamos las manos al pecho intentando sosegar los latidos que parecen escapar por nuestra garganta, y nos ahogan, nos asfixian, es cuando dejamos de sentir las piernas, los brazos, y la lengua se nos hace papel de lija y solo somos conscientes del irritante jadeo que nos enturbia. Es como cuando nuestra sombra, cansada de ser tan nuestra, harta de tanta posesión, empachada de tanta luz, se subleva y nos deja. Se va, se aleja, y lo peor de todo es que no somos consciente de su despedida cuando se está alejando. Somos tan inútiles y estamos tan centrados en nosotros mismos que nuestra falta de solidaridad impide darnos cuenta de lo que está pasando.

Nuestra sombra se ha ido, se ha marchado, ¿Seguro?¿La hemos buscado bien?¿Hemos mirado detrás de su sombra?. Sí, sí, detrás de la sombra de la sombra.¿O es que nuestra sombra no puede tener sombra? Quizás no la veamos porque la sombra de la sombra solo se ve con los ojos del corazón. Con esas mismas pupilas con los que hemos mirado, sentido y valorado que lo que tenemos en frente (¿?) se lo merece todo, y le damos o quitamos todo... Es cuando nos despojamos hasta de nuestra sombra. Nos desvivimos por esa persona, por ese algo, por esos momentos, por esos instantes. Nos olvidamos de nosotros y pasamos a sentirnos parte del alguien, del algo, y creemos que huye de nosotros hasta nuestra propia sombra... Pero no es así.



Nuestra sombra y la sombra de nuestra sombra, al igual que nos sucede a nosotros, se funde, se suma, se hacen parte de la sombra de esa persona, de esos momentos, de esos instantes, se transforma y no sabemos distinguirla pero está ahí, cumpliendo nuestra voluntad, siendo –como nosotros- miga de pan dulce o estallido sordomudo de luz infinita. La sombra de la sombra, de nuestra sombra no dejará nunca de sernos tan fiel como la sutil frontera de nuestra silueta, como el perfil que raya los límites de nuestros claroscuros ocultos. Hay que aprender a respirar profundo y, si sin mirarse, intuir y presentirse en el otro, en el que tenemos delante...Seguro, seguro que observando despacio, sin ambiciones y sin el llanto de cualquier recuerdo, en sus ojos podremos descubrir -escondida y temerosa- a la sombra de nuestra sombra.