Volaba la mariposa. Su baile era casi
trasparente, subía, bajaba, iba y venía.... volaba y su danza, al
rededor de las flores inmaculadamente blancas del jazmín, era como
el ritual de la bailarina que se inclina reverenciando al público
que le aplaude a la vez que hace un movimiento de brazos y manos que
recuerda al de la espuma de la ola cuando se hace tierra y sal.
Volaba la mariposa y ella la miraba, sus ojos eran la cárcel del
agua limpia de la que a la dulce bailarina le gustaría beber.
- !Mira mira... Parece un suspiro
blanco!
El olor del jazmín parecía huir de su
flor pegado en las alas de la mariposa, el olor se hace perfume
cuando se incendia con la llama invisible de los sueños, el perfume,
fragancia oculta del alma de la flor, también baila al son de la
brisa y del aire y, aún sin música, se hace canción pasajera y a
la vez infinita como el rumor de las puestas de sol.
- Mira mira... Que presumida!
Vuela la mariposa y la flor del jazmín
de tan blanca de hace perfume en el aire como tu recuerdo.