NOTA DE INICIO
Bajo el título "DEJA QUE DIOS SEA DIOS, TU SOLO ADÓRALE" os presento el relato de mi experiencia personal del viaje realizado a Tierra Santa. Para ello agrupo las notas, comentarios y reflexiones que he ido realizando en las visitas a los distintos lugares que el grupo de peregrinos "Virgen de Gracia" hemos realizado.
Comienzo este Relato con las notas y reflexiones hechas tras la visita al Santo Sepulcro de Jesús.
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Bajo el título "DEJA QUE DIOS SEA DIOS, TU SOLO ADÓRALE" os presento el relato de mi experiencia personal del viaje realizado a Tierra Santa. Para ello agrupo las notas, comentarios y reflexiones que he ido realizando en las visitas a los distintos lugares que el grupo de peregrinos "Virgen de Gracia" hemos realizado.
Comienzo este Relato con las notas y reflexiones hechas tras la visita al Santo Sepulcro de Jesús.
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La Basílica de El Santo Sepulcro
es el lugar más sagrado para el cristiano. Llegamos hasta él
recorriendo la Via Dolorosa haciendo el Viacrucis, las ultimas
estaciones se realizan en su interior .
La gran Basílica está construida
sobre el lugar donde murió en la cruz Jesís y esta su tumba vacía.
En él están presentes seis confesiones distintas que, desde hace
siglos, se vigilan entre sí con desconfianza, a todas ellas les
gustaría ser la dueña y gestora de este Santo Lugar. Son los
griegos quienes disfrutan de más metros cuadrados: el Calvario, la
Piedra de la Unción y el Katholicón. Los Armenios, Ortodoxos, son
los dueños del subsuelo, donde hay una capilla dedicada a Santa
Elena, madre del emperador Constantino, quien convirtió el
cristianismo en religión oficial de Roma. Los Franciscanos dominan
la capilla de la Crucifixión y el lugar donde Cristo se apareció a
su madre y a María Magdalena, mientras que los Coptos controlan
solamente una pequeña capilla dedicada a José de Arimatea. Los
Etíopes deben conformarse con el tejado.
Al entrar en la basílica, se
suman a los nervios de la emoción del momento las instrucciones del
guía. Cuando llevas un rato, y dejas descansar a la vista, se
apacigua tu interior y tomas conciencia de donde estas. Es el momento
en el que cierro los ojos y me dejo llevar. Una voz interior guía
tu camino por dentro de unos muros de los que parece rezumarse una
salmodia solemne, reverberante, y cánticos, jaculatorias, letanías
y gestos como el hacer la señal de la Cruz, me asaltan, me dejo
llevar, entiendo que si no lo hiciera es como si cometieras el mas
grande de los pecados. Tengo la sensación de que Dios me está
mirando.
El Santo Sepulcro, templo con
categoría de basílica –llamada de la Resurrección–, está
construida sobre el montículo en el que la tradición señala que
Cristo fue crucificado –Gólgota en arameo y Calvario en latín–.
Me resulta imposible explicar la forma del recinto, no es de planta
de cruz latina ni consta de bóvedas de cañón o de crucería como
nuestras las catedrales. Su estructura resulta tan imprevisible como
fascinante. En su interior conviven los recargados ornamentos y
cirios ortodoxos con una austeridad franciscana tamizada por
influencias de Oriente Próximo. El templo desde el exterior es un
poliedro irregular de piedra y mampostería, reflejo del caos que
supone haber sido arrasado y reconstruido numerosas veces a lo largo
de casi dos mil años. La primera edificación la ordenó el
emperador Constantino. Es en su interior donde más ferozmente reina
la anarquía, pude observar una gran hilera de personas esperando
turno para entrar a la tumba de Cristo a la vez que los Coptos
celebraban ceremonias en las que usan incensarios y hacen sonar y los
cascabeles que cuelgan de ellos. Se mezcla el humo de incienso Copto
con el sutil humo de los incensarios de los Ortodoxos griegos que en
una capilla contigua también celebran sus rezos. Pienso que todos,
los unos y los otros... Los Cristianos, Coptos, Ortodoxos y Judios
estamos a las puertas del Cielo esperando que se abran o que nos
sobrevuelen ángeles derramando la gracia de Dios. Se me sobrecoge el
alma porque lo inimaginable casi se puede tocar con la punta de los
dedos. Piensas: Dios es Grande, dejémos que sea Dios y tu y yo solo
vamos a adorarle.
Dentro del templo, sobre el
pequeño montículo llamado Calvario –de cuya realidad histórica
no queda otro vestigio que la persistencia secular que así lo
señala– fue construida la capilla de la Crucifixión, en la que
hay un altar distinto a todos los demás: bajo él e introduciendo el
brazo por un hueco en el suelo, se puede tocar la piedra en la que
aseguran fue clavada la Santa Cruz del martirio. Sientes que no
deseas sacar la mano del hueco a la vez que te sobrecoje el sentir el
frio de la roca en la palma de tu mano. Es un frio que recuerda al
que se siente cuando un pensamiento se hace eco en tu interior y, sin
quererlo, se repite y se repite… Aquí murió Cristo por mi… Aquí
estuvieron sus pies ensangrentados no de sangre sino de nuestros
pecados… Aquí estoy sin ser digno de alcanzar el honor de sentirme
cerca de ti… Aquí lloró María, como lloraría cualquier madre la
muerte de su hijo fruto de su entrega cuando dijo: “Hágase en mi
tu palabra”. Sentí que los vellos del brazo se me erizaban a la
vez que en el pecho se presentí una tranquilidad que me hizo
sentirme muy muy cercano al dolor sereno y reposado que Jesús debió
sentir al decir, -como lo dijo su madre- "Hágase tu voluntad y
no la mía".
Al incorporarme, después de estar
arrodillado debajo del altar, miro hacia arriba y veo que desde un
cielo cuajados de luminarias, incensarios y lámparas, baja un rayo
de fe que te atraviesa desde la cabeza hasta los pies, un evocación
que hace sentirte vivo y casi te hace llorar… Es el momento en el
que tu alma guarda silencio, un silencio respetuoso y cómplice con
la presencia de Jesus.
Es, será uno de esos momentos
que recordaré toda la vida y que, cada vez que venga a mi memoria,
será un vaso de agua fresca con el que calmar la sed imperfecta que
se siente ante la desesperanza o ante el pecado. Ahora entiendo
aquellos versos de San Juan de la Cruz...”Vivo sin vivir en mi y
tan alta vida espero que muero porque no muero...”
Nunca me he sentido tan cerca
de Dios, es como comulgar sin pan y sin vino, es sentirte partícipe
del plan divino, de los mandatos de la Ley de Dios, es como si todos
los sacramentos pudieran unirse y formar uno solo en ti. Es sentir,
que por un instante estas en la gloria al lado de Jesús y María.
Al salir de la capilla de la
Crucifixión, bajando unas escaleras, oscuras, pendientes y
estrechas, está la ‘Piedra de la Unción’ sobre la que fue
limpiada la sangre y ungido con aceites y perfumes el cuerpo de Jesús
tras ser descendido de la cruz. Siempre he sentido un especial
aprecio por José de Arimatea, rezando y tocando esta divina Piedra
su nombre me vino a la memoria. Se trata de una lámina de roca
rosácea, muy desgastada por los millones de manos que han acariciado
su superficie. Ese es otro momento en el que todas las sensaciones y
emociones descritas anteriormente se me vuelven a repetir. El roce de
la piel de tus manos con la suave roca provoca una impresión de
alivio, de confianza, llegas a percibir como ese hilo de agua del
bautismo te ata a las heridas de Jesús. Aquí si lloré, no sé si
de dolor o de alegría, pero me sentí bien, tan bien como puede
sentirse el niño que es acariciado por la mano de su padre.
La tumba de Jesús está dentro de
un mausoleo en forma de cubo, situado en medio de un espacio
semicircular sobre el que una gran cúpula se alza como un espacio
infinito y alejado, como si fuese el mismo cielo. Se accede a su
interior por una puerta pequeña, agachado casi de rodillas, con la
cabeza baja. En su interior no pueden estar mas de tres o cuatro
personas, y la estancia en el interior está limitada por el tiempo,
en un par de minutos me hice oración a la vez que me dejaba llevar
por sensaciones y emociones nuevas, me sorprendí a mi mismo en el
silencio, un silencio que se hace paz, sosiego y del que no quería
salir. Es imposible no sentir una honda conmoción interna, una
turbación que hace que te olvides de ti y seas nada y todo. La
piedra es fría pero la percibes caliente en su interior, al sentir
su frialdad en las manos se encienden candelas en el alma. Sin darme
cuenta se reinicia mi historia, vuelvo a nacer porque desde ese
momento hay un antes y un después en mi vida. Me dejo empapar por la
energía que siglos y siglos de adoración han ido añadiéndose a
las paredes de esta Santísima estancia y me siento como una pequeña
luz que parpadea -sin ton ni son- en medio de un cielo estrellado.
Siento "que me siento" que soy feliz.
Gracias
Padre.
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“De profundis Clamari”Desde lo mas profundo te invoco (Salmo 130)
En la próxima entrega "la piscina probática y la Iglesia de Santa Ana"
El milagro de la curación del anciano paralítico.