viernes, 13 de septiembre de 2019

PRIMERA ENTREGA DEL RELATO ""DEJA QUE DIOS SEA DIOS, TU SOLO ADORALE."" Experiencia en el Santo Sepulcro.

NOTA DE INICIO

Bajo el título "DEJA QUE DIOS SEA DIOS, TU SOLO ADÓRALE"  os presento el relato de mi experiencia personal del viaje realizado a Tierra Santa. Para ello agrupo las notas, comentarios y reflexiones que he ido realizando en las visitas a los distintos lugares que el grupo de peregrinos "Virgen de Gracia" hemos realizado.

Comienzo este Relato con las notas y reflexiones hechas tras la visita al Santo Sepulcro de Jesús.
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La Basílica de El Santo Sepulcro es el lugar más sagrado para el cristiano. Llegamos hasta él recorriendo la Via Dolorosa haciendo el Viacrucis, las ultimas estaciones se realizan en su interior .

La gran Basílica está construida sobre el lugar donde murió en la cruz Jesís y esta su tumba vacía. En él están presentes seis confesiones distintas que, desde hace siglos, se vigilan entre sí con desconfianza, a todas ellas les gustaría ser la dueña y gestora de este Santo Lugar. Son los griegos quienes disfrutan de más metros cuadrados: el Calvario, la Piedra de la Unción y el Katholicón. Los Armenios, Ortodoxos, son los dueños del subsuelo, donde hay una capilla dedicada a Santa Elena, madre del emperador Constantino, quien convirtió el cristianismo en religión oficial de Roma. Los Franciscanos dominan la capilla de la Crucifixión y el lugar donde Cristo se apareció a su madre y a María Magdalena, mientras que los Coptos controlan solamente una pequeña capilla dedicada a José de Arimatea. Los Etíopes deben conformarse con el tejado.

Al entrar en la basílica, se suman a los nervios de la emoción del momento las instrucciones del guía. Cuando llevas un rato, y dejas descansar a la vista, se apacigua tu interior y tomas conciencia de donde estas. Es el momento en el que cierro los ojos y me dejo llevar. Una voz interior guía tu camino por dentro de unos muros de los que parece rezumarse una salmodia solemne, reverberante, y cánticos, jaculatorias, letanías y gestos como el hacer la señal de la Cruz, me asaltan, me dejo llevar, entiendo que si no lo hiciera es como si cometieras el mas grande de los pecados. Tengo la sensación de que Dios me está mirando.

El Santo Sepulcro, templo con categoría de basílica –llamada de la Resurrección–, está construida sobre el montículo en el que la tradición señala que Cristo fue crucificado –Gólgota en arameo y Calvario en latín–. Me resulta imposible explicar la forma del recinto, no es de planta de cruz latina ni consta de bóvedas de cañón o de crucería como nuestras las catedrales. Su estructura resulta tan imprevisible como fascinante. En su interior conviven los recargados ornamentos y cirios ortodoxos con una austeridad franciscana tamizada por influencias de Oriente Próximo. El templo desde el exterior es un poliedro irregular de piedra y mampostería, reflejo del caos que supone haber sido arrasado y reconstruido numerosas veces a lo largo de casi dos mil años. La primera edificación la ordenó el emperador Constantino. Es en su interior donde más ferozmente reina la anarquía, pude observar una gran hilera de personas esperando turno para entrar a la tumba de Cristo a la vez que los Coptos celebraban ceremonias en las que usan incensarios y hacen sonar y los cascabeles que cuelgan de ellos. Se mezcla el humo de incienso Copto con el sutil humo de los incensarios de los Ortodoxos griegos que en una capilla contigua también celebran sus rezos. Pienso que todos, los unos y los otros... Los Cristianos, Coptos, Ortodoxos y Judios estamos a las puertas del Cielo esperando que se abran o que nos sobrevuelen ángeles derramando la gracia de Dios. Se me sobrecoge el alma porque lo inimaginable casi se puede tocar con la punta de los dedos. Piensas: Dios es Grande, dejémos que sea Dios y tu y yo solo vamos a adorarle.

Dentro del templo, sobre el pequeño montículo llamado Calvario –de cuya realidad histórica no queda otro vestigio que la persistencia secular que así lo señala– fue construida la capilla de la Crucifixión, en la que hay un altar distinto a todos los demás: bajo él e introduciendo el brazo por un hueco en el suelo, se puede tocar la piedra en la que aseguran fue clavada la Santa Cruz del martirio. Sientes que no deseas sacar la mano del hueco a la vez que te sobrecoje el sentir el frio de la roca en la palma de tu mano. Es un frio que recuerda al que se siente cuando un pensamiento se hace eco en tu interior y, sin quererlo, se repite y se repite… Aquí murió Cristo por mi… Aquí estuvieron sus pies ensangrentados no de sangre sino de nuestros pecados… Aquí estoy sin ser digno de alcanzar el honor de sentirme cerca de ti… Aquí lloró María, como lloraría cualquier madre la muerte de su hijo fruto de su entrega cuando dijo: “Hágase en mi tu palabra”. Sentí que los vellos del brazo se me erizaban a la vez que en el pecho se presentí una tranquilidad que me hizo sentirme muy muy cercano al dolor sereno y reposado que Jesús debió sentir al decir, -como lo dijo su madre- "Hágase tu voluntad y no la mía".

Al incorporarme, después de estar arrodillado debajo del altar, miro hacia arriba y veo que desde un cielo cuajados de luminarias, incensarios y lámparas, baja un rayo de fe que te atraviesa desde la cabeza hasta los pies, un evocación que hace sentirte vivo y casi te hace llorar… Es el momento en el que tu alma guarda silencio, un silencio respetuoso y cómplice con la presencia de Jesus.
Es, será uno de esos momentos que recordaré toda la vida y que, cada vez que venga a mi memoria, será un vaso de agua fresca con el que calmar la sed imperfecta que se siente ante la desesperanza o ante el pecado. Ahora entiendo aquellos versos de San Juan de la Cruz...”Vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero que muero porque no muero...”
Nunca me he sentido tan cerca de Dios, es como comulgar sin pan y sin vino, es sentirte partícipe del plan divino, de los mandatos de la Ley de Dios, es como si todos los sacramentos pudieran unirse y formar uno solo en ti. Es sentir, que por un instante estas en la gloria al lado de Jesús y María.

Al salir de la capilla de la Crucifixión, bajando unas escaleras, oscuras, pendientes y estrechas, está la ‘Piedra de la Unción’ sobre la que fue limpiada la sangre y ungido con aceites y perfumes el cuerpo de Jesús tras ser descendido de la cruz. Siempre he sentido un especial aprecio por José de Arimatea, rezando y tocando esta divina Piedra su nombre me vino a la memoria. Se trata de una lámina de roca rosácea, muy desgastada por los millones de manos que han acariciado su superficie. Ese es otro momento en el que todas las sensaciones y emociones descritas anteriormente se me vuelven a repetir. El roce de la piel de tus manos con la suave roca provoca una impresión de alivio, de confianza, llegas a percibir como ese hilo de agua del bautismo te ata a las heridas de Jesús. Aquí si lloré, no sé si de dolor o de alegría, pero me sentí bien, tan bien como puede sentirse el niño que es acariciado por la mano de su padre.

La tumba de Jesús está dentro de un mausoleo en forma de cubo, situado en medio de un espacio semicircular sobre el que una gran cúpula se alza como un espacio infinito y alejado, como si fuese el mismo cielo. Se accede a su interior por una puerta pequeña, agachado casi de rodillas, con la cabeza baja. En su interior no pueden estar mas de tres o cuatro personas, y la estancia en el interior está limitada por el tiempo, en un par de minutos me hice oración a la vez que me dejaba llevar por sensaciones y emociones nuevas, me sorprendí a mi mismo en el silencio, un silencio que se hace paz, sosiego y del que no quería salir. Es imposible no sentir una honda conmoción interna, una turbación que hace que te olvides de ti y seas nada y todo. La piedra es fría pero la percibes caliente en su interior, al sentir su frialdad en las manos se encienden candelas en el alma. Sin darme cuenta se reinicia mi historia, vuelvo a nacer porque desde ese momento hay un antes y un después en mi vida. Me dejo empapar por la energía que siglos y siglos de adoración han ido añadiéndose a las paredes de esta Santísima estancia y me siento como una pequeña luz que parpadea -sin ton ni son- en medio de un cielo estrellado. Siento "que me siento" que soy feliz.

Gracias Padre.
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“De profundis Clamari”Desde lo mas profundo te invoco (Salmo 130)
En la próxima entrega "la piscina probática y la Iglesia de Santa Ana"
El milagro de la curación del anciano paralítico.