martes, 17 de septiembre de 2019

SEGUNDA ENTREGA DEL RELATO "DEJA QUE DIOS SEA DIOS, TU SOLO ADÓRALE" Visita a la piscina Probática y la Iglesia de Santa Ana en Jerusalen. Historieta del milagro de la curación del paralítico.



El día se despertó brillante, tanto como la cúpula dorada de la mezquita de Omar también conocida como mezquita de la Roca. Salimos del hotel y callejeamos siguiendo al guía por parte de la Vía Dolorosa. Los tenderetes se estaban montando, en alguno de ellos también brillaba el pan sobre el que habían “sacudido” semillas de lino, de ajonjolí o de sésamo. Los puestos de frutas parecían improvisados en medio de la avenida, ofrecían en melocotones dorados, pimientos rojos, moradas verengenas y verdes, muy verdes, hojas de parra. Al frete de estos tenderetes, sentadas sobre sus piernas en el suelo, estaban mujeres también llenas de color. Una de ella me miró y sonrió cuando pasé, quise pensar que había adivinado mi inclinación sexual y eso le hizo sonreír.


El grupo de peregrinos, como siempre, divididos en corrillos, bajó calle abajo. Unos miraban escaparates, otros charlaban animadamente como queriendo contagiar al dia recién estrenado el optimismo, la curiosidad y el entusiasmo con el que estábamos viviendo la estancia en Tierra Santa. Nuestro ojos, un día más, miraban asombrados y curiosos y sentimos como en nuestra “cabecita” se van ordenando las imagines igual que en el teléfono móvil…. Sin ton ni son.

Al fonde de la calle una pequeña plaza y detrás La Puerta de las Ovejas, es como un ojal grande y sin botón abierto en la muralla norte de Jerusalén. Por allí entraban en el Templo los corderos que iban a ser sacrificados. Cerca de esta puerta, también conocida como puerta de San Esteban y también puerta de los Leones, se encontraba un estanque de agua, de e´l quedan las ruinas y poca agua estancada en su fondo que parece “no tener fondo”. A este lugar se le conoce con dos nombres: Betesda (Casa de Misericordia) o Bezata (El Foso). En tiempos de Jesús, Jerusalén era una ciudad que padecía una prolongada sequía y por lo tanto de escasez grande de de agua, esta era un artículo que se vendía y se compraba. En la mayoría de las casas existían cisternas para recoger el agua de lluvia y así almacenarla y aprovecharla.
Jerusalén contaba con dos grandes piscinas o estanques: Siloé, situada fuera de las murallas, y Betesda, llamada también en griego Piscina Probática, tenía cinco pórticos de entrada y estaba dividida en dos por una hilera de columnas. En su entorno se reunían gran número de enfermos para pedir a Dios su curación. Muchos de ellos tenían prohibida la entrada al Templo precisamente por sus enfermedades, para que no contagiaran a otros. Los que esperaban al borde de la piscina deseaban encontrar la misericordia de Dios en las aguas, misericordia y respeto que las leyes religiosas les negaban al apartarlos del lugar sagrado. En la actualidad apenas hay agua en este lugar. Hemos de tener en cuenta que el suelo de Jerusalén, ha subido entre 30 y 40 metros desde la época de Jesús, debido a las guerras, devastaciones, destrucciones y edificaciones que desde entonces ha sufrido la ciudad. Las ruinas de lo que fue el estanque se han encontrado cerca de una iglesia dedicada a Santa Ana, la madre de María, es una iglesia católica situada en el Barrio Musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Según la tradición bizantina, en la cripta se encuentra el lugar donde estuvo la casa de Ana y Joaquín, los padres de la Virgen María. La iglesia actual es de estilo románico y fue reconstruida por los Caballeros de la Cruz. Tras la conquista de Jerusalén por Saladino, la iglesia se convirtió en una escuela de ley de islámica. Actualmente está a cargo de la congregación francesa de los Padres Blancos.
Me llamó poderosamente la atención que en su interior hasta el silencio se oye. La acustica es excepcionalmente buena, con un eco mantenido que mas quisieran para sí muchas cajas de resonancia. Pensé: ¡Ojala pudiera oír ,con tanta claridad, las voces de mi interior cuando me dicen lo que está mal o lo que esta bien! Es un lugar limpio, amplio sin apenas imágenes, que de tan simple es hermoso, sereno como el silencio, bello como la rosa blanca cuando es capullo, apacible como el roce de la mano de la persona a quien amas, espléndido como el sol cuando juega a brillar en las cúpulas doradas y en las campanas de bronce de las iglesias de Jerusalén. Es un lugar en el que el milagro se presiente cercano y creíble que te hace pensar en el anciano paralítico al que Jesús curó y que fue pregonando por toda la ciudad su sanación.

En la piscina Probática se reúnen enfermos y enfermas venidos de todos los barrios de la ciudad y de las aldeas y pueblos cercanos. Se fusionan en un mismo deseo: ser curados por el Angel del Señor que , de vez en cuando, baja del cielo para agitar las aguas del estanque, momento que deben aprovechar los enfermos para zambullirse en el agua y ser curados por aquella gracia divina que el ángel trae sin avisar el momento en el que desciende  del cielo.

Vamos a imaginar. Vamos a fantasear y evocar ese momento, el del milagro de la curación de anciano paralitico. Nos trasladamos hasta uno de esos días en el que los enfermos esperan ser curados por el agua que el Angel bendito de Señor mueve en el estanque y se hace milagrosa.

Imaginemos:

- Pedro – Oigan… ¿qué alboroto es ese? ¡Ésos jóvenes corderos berrean más que las ovejas viejas!
- Felipe – Es allí, junto a la piscina donde  se esta dando voces y hay sobresaltos.
- Pedro – Vamos a ver qué pasa… ¿Nos acercamos?
- Rezadora ¡Ay, Altísimo, haz el milagro! ¡Haz el milagro! ¡Señor de los cielos, manda tu ángel! ¡Mándalo pronto, Señor!
- Pedro – Oye, Santiago, ¿y qué le pasa a esa anciana? ¿Está loca? Mira, mira ... Pone los ojos en blanco cuando habla.
- Santiago – No seas burro, Pedro ¿no te das cuenta de que es ciega?
- Felipe –  ¡Cuánta gente... y todos enfermos! ¡Es como si se juntaran las diez plagas de Egipto!
- Enferma ¡Oye, tú, asqueroso… Escupe para otro lado, que me pegas tus porquerías!
- Enfermo ¡Yo escupo donde se me antoja, tullida del demonio!
- Enferma ¡Piedad de mí, Dios santo, piedad de mí, Dios santo, piedad de mí!
- Pedro ¡Vamos Jesús, vamos a entrar, Santiago… avisa al despistado de Felipe!


Al entrar por uno de los portales pudimos ver entre el gentío el agua del estanque. En su polletes y escalones decenas de enfermos esperan, gesticulan, se maldicen unos a otros y muestran las enfermedades de las que quieren curarse con el agua milagrosa. Tullidos, ciegos y cojos se arremolinan junto al brocal de la piscina, se empujan unos a otros y miran con ansiedad el agua. El aire huele intensamente a orines, a pus y a sudor, y las moscas, borrachas de toda aquella suciedad, formaban una nube negra, que va y viene sobre las cabezas de los enfermos, movida por el escaso aire que es capaz de abrirse paso entre la miseria y la podredumbre.

- Santiago – Pero… ¿Qué rayos pasa aquí? Todos enfermos, todos, mirando la piscina…
- Jesús ¡Oye tú, muchacho, ven acá, dinos, ¿por qué hay tanta gente? Nada, ni caso.
- Felipe – No te oye Jesús. En este guirigay no hay quien se entere de nada.
- Pedro – Ni quien aguante la peste. ¡Ea, vamos a separarnos un poco, que en uno de estos empujones es nos tiran de cabeza al agua!

Entonces, a duras penas y con más de un pisotón, regresamos al portal. La anciana seguía allí, con los ojos vueltos al cielo, llamando a un ángel misterioso.

- Rezadora ¡Ay, Altísimo, haz el milagro! ¡Pronto, pronto el milagro!
- Felipe – Vamos, vamos , ¿por qué no le preguntamos a ésta?
- Santiago – Ya te dije que era ciega, Felipe. Ésa no sabe lo que tiene delante.
- Felipe – No verá, pero oye. Y huele. Por el hocico se debe enterar de todo.
- Rezadora ¡Milagro, milagro, milagro! ¡Santo Dios, Santo Dios, haz el milagro! ¡Que se mueva, que se mueva, que se mueva¡
- Felipe ¡Oiga, oiga... A ver, dígame, ¿quién tiene que moverse?
- Rezadora ¿Y quién interrumpe mi oración?
- Felipe – Dígame, abuela, ¿qué milagro es ése por el que está gritando usted?
- Rezadora Échate para acá, mijo, déjame que te atiente la cara. Tú no debes ser de aquí, ¿verdad?
- Felipe – No. Ni éstos tampoco. Ninguno somos de aquí.
- Rezadora – Claro, por eso preguntan. Por eso no saben. ¡Es el gran milagro del ángel de Dios!… Dicen que ahora va a bajar…
- Felipe ¿Quién va a bajar?
- Rezadora – El ángel del Señor.
- Pedro ¿Y para qué baja el ángel?
- Rezadora ¡Para qué va a ser! ¡Para mover el agua de la piscina! Y entonces, el primer enfermo que se tira en esa agua bendita, se cura, se sana, se limpia de toda enfermedad por los siglos de los siglos, amén.
- Jesús – Y usted, ¿por qué se queda aquí, junto a la puerta? ¿No quiere meterse en el agua para curar los ojos?
- Rezadora ¡Ay, muchacho, es que tú no sabes los “arrempujones” que hay ahí dentro para tirarse a la piscina! Se muerden, se arrancan los pelos, les da como un frenesí a todos para poder ser los primeros. Yo, pobre de mí, me estoy aquí quieta, llamando al ángel, a ver si me oye y me alza sobre todos y me tira al agua.
- Felipe – Pero entonces, así no va a curarse nunca…
- Rezadora – Sí, es verdad. Pero al menos tengo mi negocio. Mira, cuando alguno de estos desgraciados se cura, como yo he sido la que he estado aquí reza que reza, ya tengo apalabrado con el afortunado del milagro para que me suelte una propinita, ¿tú entiendes?
- Jesús ¿Y cumplen su palabra y le dan la propina?
- Rezadora – Algo siempre cae, mijo, pero… Dios y el ángel me perdonen, pero para mí que en ese agua sucia no se cura nadie. Al revés, lo que hacen es pegarse todos las enfermedades de todos. Así, están... Revueltos, lo que uno escupe, el otro se lo traga. Pero yo, a lo mío, que más vale creerlo que averiguarlo.
¡Milagro, milagro, milagro! ¡Ay, Altísimo, haz el milagro! ¡Señor de los cielos, envía tu ángel pronto, pronto!
Disculpa hijo, pero yo tengo que seguir mi rezo a ver si a Dios se le destupen sus santas orejas y me hace caso.
¡Que se mueva, que se mueva el agua, Señor!

Dimos una vuelta completa al estanque. Los enfermos peleaban entre ellos, mirándose unos a otros con ojos envidiosos. A veces, alguno se tiraba a la piscina, imaginando que las aguas se habían movido, pero volvía a salir igual que antes, empapado y triste, y volvía a colocarse otra vez en el borde.

- Felipe ¿Será verdad eso del ángel que envía Dios a mover agua?
- Santiago – Haz la prueba, Felipe. Métete ahí en esa barahúnda y date chapuzón.
- Pedro – Pobre gentes. ¡Mira que creerse este cuento del angelito…!
- Santiago – Y si te inventas otro cuento con un arcángel o con todo el batallón de los serafines del cielo, también se lo creen. ¡tontos de remate!
-Jesús – Esta pobre gente sufre mucho.Y cuando uno sufre, se agarra hasta de un clavo ardiendo… o de la pluma de un ángel.
- Enferma ¡Oye tú, so puerco, yo estaba aquí primero! ¡Vete a la fila de atrás!
- Enfermo ¡Maldita sea, desgraciada, que lo único que haces es chillar! ¡Ojalá te quedaras coja de las dos piernas!
- Enferma ¡Mira quién echa la maldición! ¡Tú que andas arrastrándote por ahí como una mala culebra venenosa!
- Enfermo ¡Vete al cuerno, mala bruja!

Algo alejado de aquel avispero de enfermos, estaba Sifo. Era un viejo tendido en su camilla, tenía la piel pegada a los huesos, el poco pelo y más blanco que la harina, con ojos pequeños de ratón que miraba a todos lados sin descanso. Cuando pasamos junto a él, agarró a Pedro por la túnica para que se detuviese.

- Pedro – Eh… ¿qué pasa, abuelo?
- Sifo Que les veo dando vueltas y me pregunto qué diablos andan buscando, porque no se aprecia que esten enfermos.
- Santiago – Si, si… Pero si nos quedamos más tiempo, seguro que vamos estarlo.
- Sifo – No les gusta esto, ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco! ¡Aquí cada uno sólo piensa en su pellejo!
- Felipe – Y si no le gusta, ¿por qué viene?
- Sifo ¡Porque yo también pienso en mi pellejo! ¡Qué remedio me queda!
- Pedro ¡Oye, mira a aquel …! La patada que le dio al jorobado…
- Sifo ¡Ay, cuando anuncian que viene el ángel esto es el acabóse! Mordidas, patadas, apeñuscones… Pero, ¿qué vamos a hacer? Si hay un sólo hueso para tantos perros, tenemos que pelear a ver quién se lo come. Ese dichoso angelito es nuestra única esperanza. Porque miren, yo no creo ya en los médicos, ni en los curanderos...
- Jesús ¿Cuanto tiempo hace que está enfermo, Sifo?
- Sifo – !Adivina… Di tu... que te vas a quedar corto¡
- Jesús – No sé… ¿diez años?
- Sifo – A esos diez le sumas diez y todavía otros diez, y aún te faltan años. ¡Hace treinta y ocho que estoy así como ves, aplastado¡ Me he hecho viejo esperando que llegara el día de estar sano. Se me han caído todos los dientes. Pero la esperanza no, ésa sí que no se me cae. caí
- Jesús – Entonces tiene usted una esperanza casi tan grande como la de nuestro padre Abraham.
- Sifo ¡Qué va a hacer uno, hijo, más que esperar! Aunque termines desengañándote de todo, hasta del angelito ése, que lo que hace es echarnos a pelear, porque, aquí nadie ayuda a nadie. Aquí no hay caridad. Si uno se descuida, te rompen la cabeza para que haya uno menos en la cola.
- Enferma ¡Mal nacido! ¡Vete de aquí o te parto la cara en pedacitos!
- Enfermo ¡A ti si que te voy a partir cuatro costillas por entrometida!
- Sifo – Esa es una mujer muy peleona. Bueno, y él no se queda atrás. ¡Ja! Nos pasamos el día gritando. Uno se desengaña, ¿sabes? Aquí no hay piedad y menos aún misericordia, yo que soy viejo, ya he visto muchas cosas con estos ojos.
- Jesús – Pero, cuando estaba más joven, también daría sus empujones, ¿verdad?
- Sifo ¿Yo? Sí, claro. ¿Y qué iba a hacer? Pero ahora que estoy así, ¿tú crees que alguien me ayuda a acercarme al agua? Nadie. Aquí no hay compasión. Y yo que sólo sé andar brincando como los sapos, no llego nunca el primero. Como ese ángel no venga donde estoy yo, y me arrastre tirando de los cuatro pelos que tengo no sé lo que voy a hacer.
- Jesús ¿Quiere que le ayude a acercarse al agua?
- Sifo – No, si me quieres ayudar, sáquenme de aquí. Yo creo que a ese angelito hoy no le vemos las alas. Dicen que los ángeles madrugan mucho y ves por dónde anda ya el sol… Mejor me voy a la Puerta de l as Ovejas a pedir y comer algo.

Entonces, Jesús se acercó más al viejo y lo agarró por los brazos…

- Sifo – Con cuidado, muchacho, ¡que a mí cada hueso se me va por su lado!
- Jesús – No va a hacer falta, viejo. Salga usted mismo. ¡Vamos, levántese!
- Sifo ¿Cómo dices, hijo?
- Jesús – Que se levante. No, no, se agarre a mi brazo usted solo… ¡Vamos!

El anciano miró a Jesús extrañado pero confiado. Después, se enderezó sobre las piernas y comprobó que se sostenía de pie. Mientras tanto, los enfermos seguían peleando y gritando junto al estanque. El anciano volvió a mirar a Jesús, su mirada era de agradecimiento infinito y sus lágrimas espontáneas como el abrazo de Dios. Agarró su camilla y, sin decir palabra, salió corriendo mirando hacia atrás como despidiéndose de Jesus.

- Sifo ¡Vieja, vieja, me he curado! ¡Estoy curado!
- Rezadora ¿Qué dices tú? A ver… Deja que te toque las piernas… ¿Tú no eres Sifo, el tullido del barrio de los fruteros?
- Sifo ¡Ése mismo… Soy yo, yo!
- Rezadora ¡El ángel ha bajado! ¡El ángel del Señor ha bajado y se ha posado en tí!… !Dios santo! ¡Milagro, milagro, milagro!
- Sifo ¡Te prometo que mañana te pagaré la propina!
- Rezadora – Espérate, Sifo, no te vayas. Dime, ¿cómo era el ángel? ¿Lo viste?
- Sifo – Claro que lo vi. Era un ángel muy raro. Tenía barbas y era muy moreno, y cuando lo miras a los ojos ves en ellos el amor de Dios.
¡Pero mañana te cuento! ¡Mañana regreso, vieja, y te traigo dos denarios! ¡O cuatro! ¡Estoy curado! ¡Estoy curado!

Después de aquello, salimos de la piscina de Betesda y nos perdimos entre la multitud que abarrotaba las estrechas calles de Jerusalén. Sifo, el viejo pobre y enfermo, que llevaba treinta y ocho años esperando al lado del estanque, corrió por la ciudad explicando a su manera que el ángel lo había curado. En Jerusalén se supo que algo extraño había ocurrido aquella mañana junto a la Puerta de las Ovejas.
(Juan 5,1-18)

Tras esta visita a la piscina Probática y la Iglesia de Santa Ana, donde dejamos a unos turistas Japones cantando y comprobando que la acústica del lugar era particular, tanto que que te invita a pensar que en las puertas del cielo, el nuestro, el cristiano, nuestras voces sonaran igual de altas y claras cuando lleguemos a dar gracias a Dios, al nuestro, tras la visita, el grupo de Peregrinos “Ntra Sra de Gracia” nos dirigimos a otro destino, que ya os contaré en otra entrega de este relato.



Deseo que os haya gustado esta SEGUNDA ENTREGA, y que con la historieta alguna sonrisa os haya brotado en la cara, como brota la flor fresca y lozana con el agua de la mañana… o como las verdes palmeras cuajadas de dátiles que vimos camino del Mar Muerto... La naturaleza también hace milagros, solo hay que pararse, observar sin prisas , cerrar los ojos y tener pensamientos alegres y positivos.

!!Sed felices… tanto que os duela un poquito!!
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