El
día se despertó brillante, tanto como la cúpula dorada de la
mezquita de Omar también conocida como mezquita de la Roca.
Salimos del hotel y callejeamos siguiendo al guía por parte de la
Vía Dolorosa. Los tenderetes se estaban montando, en alguno de ellos
también brillaba el pan sobre el que habían “sacudido”
semillas de lino, de ajonjolí o de sésamo. Los puestos de frutas
parecían improvisados en medio de la avenida, ofrecían en
melocotones dorados, pimientos rojos, moradas verengenas y verdes,
muy verdes, hojas de parra. Al frete de estos tenderetes, sentadas
sobre sus piernas en el suelo, estaban mujeres también llenas de
color. Una de ella me miró y sonrió cuando pasé, quise pensar que
había adivinado mi inclinación sexual y eso le hizo sonreír.
El
grupo de peregrinos, como siempre, divididos en corrillos, bajó
calle abajo. Unos miraban escaparates, otros charlaban animadamente
como queriendo contagiar al dia recién estrenado el optimismo, la
curiosidad y el entusiasmo con el que estábamos viviendo la estancia
en Tierra Santa. Nuestro ojos, un día más, miraban asombrados y
curiosos y sentimos como en nuestra “cabecita” se van ordenando
las imagines igual que en el teléfono móvil…. Sin ton ni son.
Al
fonde de la calle una pequeña plaza y detrás La Puerta de las
Ovejas, es como un ojal grande y sin botón abierto en la muralla
norte de Jerusalén. Por allí entraban en el Templo los corderos que
iban a ser sacrificados. Cerca de esta puerta, también conocida
como puerta de San Esteban y también puerta de los Leones, se
encontraba un estanque de agua, de e´l quedan las ruinas y poca
agua estancada en su fondo que parece “no tener fondo”. A este
lugar se le conoce con dos nombres: Betesda (Casa de Misericordia) o
Bezata (El Foso). En tiempos de Jesús, Jerusalén era una ciudad que
padecía una prolongada sequía y por lo tanto de escasez grande de
de agua, esta era un artículo que se vendía y se compraba. En la
mayoría de las casas existían cisternas para recoger el agua de
lluvia y así almacenarla y aprovecharla.
Jerusalén
contaba con dos grandes piscinas o estanques: Siloé, situada fuera
de las murallas, y Betesda, llamada también en griego Piscina
Probática, tenía cinco pórticos de entrada y estaba dividida en
dos por una hilera de columnas. En su entorno se reunían gran número
de enfermos para pedir a Dios su curación. Muchos de ellos tenían
prohibida la entrada al Templo precisamente por sus enfermedades,
para que no contagiaran a otros. Los que esperaban al borde de la
piscina deseaban encontrar la misericordia de Dios en las aguas,
misericordia y respeto que las leyes religiosas les negaban al
apartarlos del lugar sagrado. En la actualidad apenas hay agua en
este lugar. Hemos de tener en cuenta que el suelo de Jerusalén, ha
subido entre 30 y 40 metros desde la época de Jesús, debido a las
guerras, devastaciones, destrucciones y edificaciones que desde
entonces ha sufrido la ciudad. Las ruinas de lo que fue el estanque
se han encontrado cerca de una iglesia dedicada a Santa Ana, la madre
de María, es una iglesia católica situada en el Barrio Musulmán
de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Según la tradición bizantina, en
la cripta se encuentra el lugar donde estuvo la casa de Ana y
Joaquín, los padres de la Virgen María. La iglesia actual es de
estilo románico y fue reconstruida por los Caballeros de la Cruz.
Tras la conquista de Jerusalén por Saladino, la iglesia se convirtió
en una escuela de ley de islámica. Actualmente está a cargo de la
congregación francesa de los Padres Blancos.
Me
llamó poderosamente la atención que en su interior hasta el
silencio se oye. La acustica es excepcionalmente buena, con un eco
mantenido que mas quisieran para sí muchas cajas de resonancia.
Pensé: ¡Ojala pudiera oír ,con tanta claridad, las voces de mi
interior cuando me dicen lo que está mal o lo que esta bien! Es un
lugar limpio, amplio sin apenas imágenes, que de tan simple
es hermoso, sereno como el silencio, bello como la rosa blanca
cuando es capullo, apacible como el roce de la mano de la persona a
quien amas, espléndido como el sol cuando juega a brillar en las cúpulas
doradas y en las campanas de bronce de las iglesias de Jerusalén. Es
un lugar en el que el milagro se presiente cercano y creíble que te hace pensar en el anciano paralítico al que Jesús curó y que fue pregonando por toda la ciudad su sanación.
En
la piscina Probática se reúnen enfermos y enfermas venidos de todos
los barrios de la ciudad y de las aldeas y pueblos cercanos. Se
fusionan en un mismo deseo: ser curados por el Angel del Señor que
, de vez en cuando, baja del cielo para agitar las aguas del estanque,
momento que deben aprovechar los enfermos para zambullirse en el
agua y ser curados por aquella gracia divina que el ángel trae sin
avisar el momento en el que desciende del cielo.
Vamos
a imaginar. Vamos a fantasear y evocar ese momento, el del milagro
de la curación de anciano paralitico. Nos trasladamos hasta uno de
esos días en el que los enfermos esperan ser curados por el agua que
el Angel bendito de Señor mueve en el estanque y se hace milagrosa.
Imaginemos:
-
Pedro –
Oigan… ¿qué
alboroto es ese? ¡Ésos jóvenes corderos berrean más que las
ovejas viejas!
-
Felipe –
Es allí,
junto a la piscina donde se esta dando voces y hay sobresaltos.
-
Pedro –
Vamos a ver qué
pasa… ¿Nos
acercamos?
-
Rezadora –
¡Ay,
Altísimo, haz el milagro! ¡Haz el milagro! ¡Señor de los cielos,
manda tu ángel! ¡Mándalo pronto, Señor!
-
Pedro –
Oye, Santiago, ¿y
qué le pasa a esa anciana? ¿Está loca? Mira, mira ... Pone
los ojos en blanco
cuando habla.
-
Santiago –
No seas burro, Pedro ¿no
te das cuenta de
que es ciega?
-
Felipe – ¡Cuánta
gente... y todos enfermos! ¡Es
como si se
juntaran
las diez plagas de Egipto!
-
Enferma –
¡Oye,
tú, asqueroso… Escupe
para
otro lado, que me pegas tus porquerías!
-
Enfermo –
¡Yo
escupo donde se me antoja, tullida del demonio!
-
Enferma
–
¡Piedad
de mí, Dios santo, piedad de mí, Dios santo, piedad de mí!
Al
entrar por uno de los portales pudimos ver entre el gentío el agua
del estanque. En su polletes y escalones decenas de enfermos esperan,
gesticulan, se maldicen unos a otros y muestran las enfermedades de
las que quieren curarse con el agua milagrosa. Tullidos, ciegos y
cojos se arremolinan junto al brocal de la piscina, se empujan unos a
otros y miran con ansiedad el agua. El aire huele intensamente a
orines, a pus y a sudor, y las moscas, borrachas de toda aquella
suciedad, formaban una nube negra, que va y viene sobre las cabezas
de los enfermos, movida por el escaso aire que es capaz de abrirse
paso entre la miseria y la podredumbre.
-
Santiago –
Pero… ¿Qué
rayos pasa aquí? Todos enfermos, todos, mirando la piscina…
-
Jesús –
¡Oye
tú,
muchacho, ven acá, dinos, ¿por qué hay tanta gente? Nada, ni
caso.
-
Felipe –
No te
oye Jesús.
En este guirigay no hay quien se entere de nada.
-
Pedro –
Ni quien aguante la peste. ¡Ea,
vamos a separarnos un poco, que en uno de estos empujones es nos
tiran de cabeza al agua!
Entonces,
a duras penas y con más de un pisotón, regresamos al portal. La
anciana seguía allí, con los ojos vueltos al cielo, llamando a un
ángel misterioso.
-
Rezadora –
¡Ay,
Altísimo, haz el milagro! ¡Pronto, pronto el milagro!
-
Felipe –
Vamos, vamos , ¿por
qué no le preguntamos a ésta?
-
Santiago –
Ya te dije que era ciega, Felipe. Ésa
no sabe lo que tiene delante.
-
Felipe –
No verá,
pero oye. Y huele. Por el hocico se debe enterar de todo.
-
Rezadora –
¡Milagro,
milagro, milagro! ¡Santo Dios, Santo Dios, haz el milagro! ¡Que
se mueva, que se mueva, que se mueva¡
-
Felipe –
¡Oiga,
oiga...
A ver, dígame, ¿quién tiene que moverse?
-
Rezadora –
¿Y
quién
interrumpe
mi oración?
-
Felipe –
Dígame,
abuela,
¿qué milagro es ése por el que está gritando usted?
-
Rezadora –
Échate
para acá, mijo, déjame que te atiente
la cara. Tú no debes ser de aquí, ¿verdad?
-
Felipe
–
No. Ni
éstos
tampoco. Ninguno somos de aquí.
-
Rezadora –
Claro, por eso preguntan. Por eso no saben. ¡Es
el gran milagro del ángel de Dios!… Dicen que ahora va a
bajar…
-
Felipe –
¿Quién
va a bajar?
-
Rezadora –
El ángel
del Señor.
-
Pedro –
¿Y
para qué baja el ángel?
-
Rezadora –
¡Para
qué va a ser! ¡Para mover el agua de la piscina! Y entonces, el
primer enfermo que se tira en esa agua bendita, se cura, se sana,
se limpia de toda enfermedad por los siglos de los siglos, amén.
-
Jesús –
Y usted, ¿por
qué se queda aquí, junto a la puerta? ¿No quiere meterse en el
agua para curar los ojos?
-
Rezadora –
¡Ay,
muchacho, es que tú no sabes los “arrempujones” que hay ahí
dentro para tirarse a la piscina! Se muerden, se arrancan los
pelos, les da como un frenesí
a todos para poder ser los primeros. Yo, pobre de mí, me estoy
aquí quieta, llamando al ángel, a ver si me oye y me alza sobre
todos y me tira al agua.
-
Felipe – Pero
entonces, así
no va a curarse nunca…
-
Rezadora –
Sí,
es verdad. Pero al menos tengo mi negocio. Mira, cuando alguno de
estos desgraciados se
cura, como yo he sido la que he estado aquí reza que reza, ya
tengo apalabrado con el
afortunado del milagro para
que me suelte una propinita, ¿tú entiendes?
-
Jesús –
¿Y
cumplen
su palabra y le dan la propina?
-
Rezadora –
Algo siempre cae, mijo, pero… Dios y el ángel
me perdonen, pero para mí que en ese agua sucia no se cura nadie.
Al revés, lo que hacen es pegarse todos
las enfermedades de todos. Así, están...
Revueltos,
lo que uno escupe, el otro se lo traga. Pero yo, a lo mío, que
más vale creerlo que averiguarlo.
¡Milagro,
milagro, milagro! ¡Ay, Altísimo, haz el milagro! ¡Señor de
los cielos, envía tu ángel pronto, pronto!
Disculpa
hijo, pero
yo tengo que seguir mi rezo a ver si a Dios se le destupen sus
santas orejas y me hace caso.
¡Que
se mueva, que se mueva el agua, Señor!
Dimos
una vuelta completa al estanque. Los enfermos peleaban entre ellos,
mirándose unos a otros con ojos envidiosos. A veces, alguno se
tiraba a la piscina, imaginando que las aguas se habían movido, pero
volvía a salir igual que antes, empapado y triste, y volvía a
colocarse otra vez en el borde.
-
Felipe –
¿Será
verdad eso del ángel que envía Dios a mover
agua?
-
Santiago –
Haz la prueba, Felipe. Métete
ahí en esa barahúnda y date chapuzón.
-
Pedro –
Pobre gentes. ¡Mira
que creerse este cuento del angelito…!
-
Santiago –
Y si te inventas otro cuento con un arcángel
o con todo el batallón de los serafines del cielo, también se lo
creen. ¡tontos de remate!
-Jesús
–
Esta pobre gente sufre mucho.Y
cuando uno sufre, se agarra hasta de un clavo ardiendo… o de la
pluma de un ángel.
-
Enferma –
¡Oye
tú, so puerco, yo estaba aquí primero! ¡Vete a
la fila de
atrás!
-
Enfermo – ¡Maldita
sea, desgraciada, que lo único que haces es chillar! ¡Ojalá te
quedaras coja de las dos piernas!
-
Enferma –
¡Mira
quién echa la maldición! ¡Tú que andas arrastrándote por ahí
como una mala
culebra
venenosa!
-
Enfermo –
¡Vete
al cuerno, mala bruja!
Algo
alejado de aquel avispero de enfermos, estaba Sifo. Era un viejo
tendido en su camilla, tenía la piel pegada a los huesos, el poco
pelo y más blanco que la harina, con ojos pequeños de ratón que
miraba a todos lados sin descanso. Cuando pasamos junto a él, agarró
a Pedro por la túnica para que se detuviese.
-
Pedro –
Eh… ¿qué
pasa, abuelo?
-
Sifo –
Que
les veo dando vueltas y
me pregunto qué diablos andan
buscando, porque no
se aprecia que esten
enfermos.
-
Santiago –
Si, si…
Pero si
nos quedamos más
tiempo, seguro que vamos estarlo.
-
Sifo –
No les gusta esto, ¿verdad?
¡Pues a mí tampoco! ¡Aquí cada uno sólo piensa en su pellejo!
-
Felipe –
Y si no le gusta, ¿por
qué viene?
-
Sifo –
¡Porque
yo también pienso en mi pellejo! ¡Qué remedio me queda!
-
Pedro –
¡Oye,
mira a aquel …! La
patada que le dio al jorobado…
-
Sifo –
¡Ay,
cuando anuncian que viene el ángel esto es el acabóse!
Mordidas, patadas, apeñuscones… Pero, ¿qué vamos a hacer? Si
hay un sólo hueso para tantos perros, tenemos que pelear a ver
quién se lo come. Ese dichoso angelito
es nuestra única esperanza. Porque miren, yo no creo ya en los
médicos, ni
en los curanderos...
-
Jesús –
¿Cuanto
tiempo hace que está enfermo, Sifo?
-
Sifo –
!Adivina… Di tu... que te vas a quedar corto¡
-
Jesús –
No sé…
¿diez años?
-
Sifo – A
esos diez le sumas diez y todavía
otros diez, y aún te faltan años. ¡Hace treinta y ocho que
estoy así como ves, aplastado¡
Me he hecho viejo esperando que llegara el día de estar sano. Se
me han caído todos los dientes. Pero la esperanza no, ésa sí
que no se me cae.
caí
-
Jesús –
Entonces tiene usted una esperanza casi tan grande como la de
nuestro padre Abraham.
-
Sifo –
¡Qué
va a hacer uno, hijo, más que esperar! Aunque termines
desengañándote de todo, hasta del angelito ése, que lo que
hace es echarnos a pelear, porque,
aquí nadie ayuda a nadie. Aquí no hay caridad. Si uno se
descuida, te rompen la cabeza para que haya uno menos en la cola.
-
Enferma –
¡Mal
nacido! ¡Vete de aquí o te parto la cara
en pedacitos!
-
Enfermo –
¡A
ti si
que
te voy a partir cuatro costillas por entrometida!
-
Sifo –
Esa es una mujer muy peleona. Bueno, y él
no se queda atrás. ¡Ja! Nos pasamos el día gritando. Uno se
desengaña, ¿sabes? Aquí no hay piedad
y menos aún misericordia, yo
que soy viejo, ya he visto muchas cosas con estos ojos.
-
Jesús –
Pero, cuando estaba más
joven, también daría sus empujones, ¿verdad?
-
Sifo –
¿Yo?
Sí, claro. ¿Y qué iba a hacer? Pero ahora que estoy así, ¿tú
crees que alguien
me
ayuda a acercarme al agua? Nadie.
Aquí no hay compasión.
Y yo que sólo sé andar brincando como los sapos, no llego nunca
el primero. Como ese ángel no venga donde estoy yo,
y me arrastre tirando de los cuatro pelos que tengo
no sé lo que voy a hacer.
-
Jesús –
¿Quiere
que le ayude a acercarse al agua?
-
Sifo –
No, si me quieres
ayudar, sáquenme
de aquí. Yo creo que a ese angelito hoy no le vemos las alas.
Dicen que los ángeles madrugan mucho y ves por dónde anda ya el
sol… Mejor me voy a la Puerta de l as Ovejas a pedir y
comer
algo.
Entonces,
Jesús se acercó más al viejo y lo agarró por los brazos…
-
Jesús –
No va a hacer falta, viejo. Salga usted mismo. ¡Vamos,
levántese!
-
Sifo –
¿Cómo
dices, hijo?
-
Jesús –
Que se levante. No, no, se
agarre a mi brazo
usted solo… ¡Vamos!
El
anciano miró a Jesús extrañado pero confiado. Después, se
enderezó sobre las piernas y comprobó que se sostenía de pie.
Mientras tanto, los enfermos seguían peleando y gritando junto al
estanque. El anciano volvió a mirar a Jesús, su mirada era de
agradecimiento infinito y sus lágrimas espontáneas como el abrazo
de Dios. Agarró su camilla y, sin decir palabra, salió corriendo
mirando hacia atrás como despidiéndose de Jesus.
-
Sifo –
¡Vieja,
vieja, me he curado! ¡Estoy curado!
-
Rezadora –
¿Qué
dices tú? A ver… Deja que te toque las piernas… ¿Tú no eres
Sifo, el tullido del barrio de los fruteros?
-
Sifo –
¡Ése
mismo… Soy yo, yo!
-
Rezadora –
¡El
ángel ha bajado! ¡El ángel del Señor ha bajado y se ha posado en
tí!… !Dios
santo! ¡Milagro, milagro, milagro!
-
Sifo –
¡Te
prometo que mañana te pagaré la propina!
-
Rezadora –
Espérate,
Sifo, no te vayas. Dime, ¿cómo era el ángel? ¿Lo viste?
-
Sifo –
Claro que lo vi. Era un ángel
muy raro. Tenía barbas y era muy moreno, y
cuando lo miras a los ojos ves en ellos el amor de Dios.
¡Pero
mañana te cuento! ¡Mañana regreso, vieja, y te traigo dos
denarios! ¡O cuatro! ¡Estoy curado! ¡Estoy curado!
Después
de aquello, salimos de la piscina de Betesda y nos perdimos entre la
multitud que abarrotaba las estrechas calles de Jerusalén. Sifo, el
viejo pobre y enfermo, que llevaba treinta y ocho años esperando al
lado del estanque, corrió por la ciudad explicando a su manera que
el ángel lo había curado. En Jerusalén se supo que algo extraño
había ocurrido aquella mañana junto a la Puerta de las Ovejas.
(Juan
5,1-18)
Tras
esta visita a la piscina Probática y la Iglesia de Santa Ana, donde
dejamos a unos turistas Japones cantando y comprobando que la
acústica del lugar era particular, tanto que que te invita a pensar
que en las puertas del cielo, el nuestro, el cristiano, nuestras
voces sonaran igual de altas y claras cuando lleguemos a dar gracias
a Dios, al nuestro, tras la visita, el grupo de Peregrinos “Ntra
Sra de Gracia” nos dirigimos a otro destino, que ya os contaré en
otra entrega de este relato.
Deseo
que os haya gustado esta SEGUNDA ENTREGA, y que con la historieta alguna sonrisa os haya
brotado en la cara, como brota la flor fresca y lozana con el agua de
la mañana… o como las verdes palmeras cuajadas de dátiles que vimos camino del Mar Muerto... La naturaleza también hace milagros, solo hay que
pararse, observar sin prisas , cerrar los ojos y tener pensamientos
alegres y positivos.
!!Sed
felices… tanto que os duela un poquito!!
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