lunes, 19 de febrero de 2024

El sueño de María


María está cansada, suelta el bolso y el abrigo y va a su habitación. Entreabre la ventana. Se le cierran los párpados,  sus piernas  no soportan su poco peso, su fatiga hace que sin pensarlo se deje caer en la cama. Por un momento se siente como piedra lanzada al agua, ella piedra y colchon agua. Tras unos instantes recobra algo de fortaleza y comienza a desvestirse. alarga el brazo y de debajo de la almohada saca el camisón que por la mañana dejó allí doblado. Un esfuerzo más, se lo pone  sin mirar pero acierta que ojal corresponde a cada botón,  y casi nunca se pone lo de atrás hacia adelante. Se mira de pasada en el espejo del tocador mientras va hacia la ventana que está cerrada.


Lentamente, una pasada y otra, con suavidad se cepilla el cabello. Vuelve a sentirse agotada y hasta ahogada.  Entreabre la ventana. Respira aliviada mientras se dirige a la cama y separa la colcha, la dobla hacia los pies. Abre las sábanas, como de costumbre inspira como queriendo aprisionar en su nariz el frescor que destilan. Se sienta, se quita las zapatillas e introduce las piernas  entre las sábanas. Se abroga hasta el pecho y apaga la luz pulsando el interruptor de pera que cuelga a un lado del cabecero niquelado de la cama. Se acomoda y cierra los ojos a la vez que abre todo su cuerpo y su alma para ser poseída por el sueño.

Es de noche.  El cielo está oscuro, y a pesar de ello, no se ven demasiadas estrellas. La luz de las farolas de la calle se come los reflejos del cielo, se alimentan de brillos ajenos como los peces de las profundidades oscuras de los océanos.

Es una luz moribunda, sin latido, con demasiado sosiego la que se cierne entre las rendijas de las persianas que juegan a ser cine, proyectan en la pared tramos de sombras y tramos de claridad, como cuando va a comenzar una película.

María presiente a las sombras al acecho a través de la ventana, entrando de modo traicionero, reagrupando tinieblas en los pliegues de las cortinas que tiemblan por la brisa, o quizás de miedo.  Su desaliento le hace dirigirse hacia los velos que caen de la altura, son un dosel del trono celestial o quizás una simple tela con flores estampada  que cuelga para separar sus sueños de su persona realidad, su deseo de descanso de la fatiga, sus anhelos de la caricias.

El señor del sueño crece, aparece entre la luz y la sombra, se hace presente y sus jadeos se dejan sentir  en la nuca de María,  rozando sus cabellos como el vuelo de un ángel que se deja descubrir sentado en el relente de la brisa que entra por la ventana.


María, barajando pestañeos en la oscuridad, por unas horas, se embarca para navegar por en ese mar de luces y negrura del sueño reparador al que, en silencio, besa al sentirlo a su lado, recostado en la almohada o tapado con sus sábanas..


"No entiendo nada de lo que escribes. Tampoco entiendo nada de lo que dices. Parece todo muy bonito pero no tengo ni idea de lo que quieres decir" (Me dice la madrugada)


María se quita la bata, se viste el camisón, peina su cabello, abre las sábanas, se recuesta en la cama y apaga la luz. 

Cierra los ojos  y se vacía de ella y de todo para dormir, hasta del olor intenso a los membrillos del frutero de la cocina.