Hay
momentos en los que el tiempo juega a resbalar por el abismo de cristal
de los ojos, es cuando, sin saberlo, se transforma o se disfraza de lágrima, de
lágrima furtiva salada o dulce, de lágrima de agua de mar, de ola, de espuma, de sed, de dulce arroyo, de orilla de rio, de agua de lluvia… y te oigo decir bajito,
como murmurando para no molestar al silencio: ¡Madre quiero ser de agua!
Hay momentos en los que el tiempo se
deshace, convierte lo invisible de su alma en agua, en agua de
azahar que roba olores y fragancias a las cáscaras amargas de las naranja, en agua de tormenta que es gota de azul
tornasol en la pluma del pavo real, en agua de sudor que se precipita por la frente, por la rama de canela dulce, dulce, dulce como
el agua miel… y te oigo susurrar al oído de tu dulce hija una canción de Lorca que dice: !Madre quiero ser de agua!
Hay momentos en los que el tiempo es
carmín, pintalabios, golosina dulce del
recuerdo de regaliz negro, agua que lava la cara, que pone frescura en las manos
y te hace suspirar en silencio cuando tu sed se sacia, cuando puedes apagar la
luz de la tarde y esperar el amanecer de agua con el que la mañana cubre de
rocio los sueños, esos que se quedaron en el olvido del agua profunda
y oscura de la madrugada… y te imagino suspirando bajito y diciéndole a tu
amiga Yolanda: ¡Madre quiero ser de
agua!
Hay momentos en los que el tiempo se
echa a andar por los caminos de la
Ribera, cruza senaras de trigo y avena, los rastrojos donde la noche anterior las estrellas plantaron sus semillas, y deja que el agua corra entre pizarrales
haciendo que cañas y zarzas tapen los molinos del tiempo. Agua de la mora
verde, agua de la guinda roja, agua de la dura nuez y de la tierna ciruela… y
te imagino jugando al escondite entre las higueras y los almendros haciendo que
cien recuerdos te griten a coro: ¡Madre quiero ser de agua!
Hay momentos en los que el tiempo se disfraza de dama, de caballero, de
Cantamora y de soldadito de cuento, de manantial, de presa honda, de cau y de
fuente en Tagareta. Es entonces cuando yo, sin saberlo, me transformo en un
segundo de ese tiempo que juega, que se deshace, que se echa a andar por los
caminos y que se disfraza de agua, es cuando yo, aprendiz de poeta, cumplo una
promesa y te dedica estas estrofas porque yo, amiga,
también quiero gritar los silencios del tiempo en tu oído y decirte sin
decirlo: ¡Madre quiero ser de agua!
Un saludo desde el agua fresca de la amistad.