(Inspirado en la canción de Manolo García)
Miraba no se sabe a dónde,
quieta, formaba parte de la línea del horizonte.
Ni triste ni alegre, ni alta ni
baja. No sé decir si era hombre o mujer, adolescente o anciana.
Nunca supe si su cuerpo era de
carne, como el tuyo y el mío, o si tenía un alma de viento como las gaviotas.
Su sombra era larga y clara, como de ciprés en el
atardecer, parecida a la del alma cuando sueña con campos amarillos y tostados
de tanto trigo, la del alma cuando es miga de pan. Una sombra con limites
difuminados, parecía dibujada por una tiza nerviosa, de contornos trazados con
humo: inquietos, cambiantes, casi trasparentes… Sus orillas se prolongan
hasta un infinito habitado por libélulas de cristal que se alimentan de
aire y pompas de agua y jabón que, como una granada, encierran espejitos
brillantes.
Aquella persona tenía una sombra
que dependía de la luz, como todas las
sombras. Mirándome fijamente, con la voz muda del silencio, que es con las que
hablan las miradas del corazón, me fue diciendo:
-¡Mira allí!... Sobre aquella pared
blanca. ¿La ves?...
Si. Es una sombra.
-
Sí, una sombra…Es tu sombra.
¿La mía?. Pregunté desconcertado.
-
Si, tu sombra. ¿Cómo la ves?
No la veo, sólo la presiento.
-
Mira de nuevo, pero ahora mira con los ojos cerrados.
Fue entonces cuando en la
oscuridad de la pared, preñada de negrura infinita, comenzaron a brotar retazos de colores. Era un
cuadro de Chagal pausadamente se iba creando. Los colores se retorcían sobre sí mismos hasta matizarse, los
oscuros abajo, los más claros arriba. Sus contornos se afilaban, se confundían
los adjetivos , era como si no importarse llamar al agua abismo y al abismo
aire. Todo parecía como envuelto en un papel celofán que jugaba a cambiar las
tonalidades, era un caleidoscopio mágico. Por un momento no supe si lo que
estaba no-viendo eran colores o música.
-
¿Te gusta tu sombra?
No lo sé… No la veo. Solo la
siento.
Fue entonces cuando aprendí que los sentimientos, las emociones, las
sensaciones, lo no-visto, tienen sombra, y que mi sombra, esa que casi puedo
tocar y cuando lo consigo se hace pared o suelo, tiene encarcelado -como si se
tratase de esclavos orientales- cientos de colores, miles de tonos, millones
de contornos.
Seguro que a tu sombra es igual,
prueba a mirarla con los ojos bien cerrados.
Si te encuentras a esa persona
que mira no se sabe a dónde, que forma parte de la línea casi invisible del
horizonte, dale la mano y déjate llevar porque te enseñará que hasta tu sombra
tiene su sombra.