miércoles, 13 de noviembre de 2019

"LA CUARTA VIRGENCITA" Cuarto y último capitulo.


       Por indicaciones de María, la camioneta con la nueva imagen llegó de noche. Así evitó que los ojos curiosos e invisibles que hay en todos los pueblos pudieran ser testigos de la llegada de la nueva imagen. Había que hacer lo posible y lo imposible para que nadie descubriera el engaño.  Lo dispuso todo con orden y lógica. Por si acaso no permitió que su hermano pusiera las manos encima de la imagen. Fue ella con la ayuda de Felisa y del conductor de la furgoneta, quienes la pusieron  en su lugar, en su hornacina blanca, en el vacío  que Felisa dejaba. La imagen que, casualidad o no, milagro o casualidad, tenía unos rasgos y facciones muy parecidos a los de Felisa; pómulos suaves y redondeados, entrecejo pronunciado y comisura de los labios bien marcadas. Por precaución la santera cubrió con unas cortinas los huecos de puertas y ventanas por donde se colaba la luz, de esta manera, oscureciendo el entorno del altar y de la hornacina, habría menos posibilidades de que algún vecino se diera cuenta del cambio, y que notara que era otra cara o distintas manos las que tenía la imagen de la Virgencita.

                  La santera descansó y Felisa aún más.


     A la mañana siguiente Felisa se arrodilló frente a la Virgencita, hizo un acto de contrición, rezó tres avemarías y un gloria y decidió marcharse unos días a Sevilla. Siempre había querido visitar esa ciudad. Su abuela y su padre siempre le habían dicho eso de “quien fue a Sevilla perdió su silla…”  Preparó la maleta y le dijo a María que se ausentaba unos días, que tenía que hacer unas gestiones para ver si conseguía una plaza de profesora en algún Instituto.cercano.
            La situación política y social en la región catalana no mejoraba. Andaba enfadados unos con otros, hasta los independentistas estaban divididos en varios  bandos,  así no había quien gobernara con cordura, atendiendo con coherencia las necesidades del pueblo. Felisa seguía hora a hora, minuto a minuto los acontecimientos en Cataluña, cada vez estaba más convencida de que su destierro voluntario sería más largo que el del presidente catalán, al que hacía responsable de aquel cisma social que los soberanistas, y los que no lo son, estaban sufriendo casi por por igual. Felisa, como las grandes empresas y entidades bancarias catalanas, decidió cambiar su sede social, trasladó su domicilio a tierras del sur, eligió como destino de sus muebles y la cuenta del banco el pueblo donde lo había sido casi todo... Todo y nada, según se mirara. En aquel lugar, donde nació su abuela y su padre, se iba a sentir menos huérfana, estaría acompañada por María, que tenía con ella una deuda de por vida. Además ya conocía todas las caras y todas las intenciones de los vecinos. Ahora solo faltaba conseguir empleo en algún instituto cercano, porque la vivienda ya la tenía apalabrada -en secreto- con un vecino de la ermita.

              En Sevilla estuvo lo justo, un par de semanas,  visitó  monumentos, paseó por el Parque de María Luisa, subió a la Giralda y degustó las deliciosas coquinas y almejas que preparan en el "Kiosko de las Flores" al lado del Guadalquivir. En uno de sus traslado por la ciudad, en el autobús que la llevaba a la La Macarena, observó que un hombre la miraba y la volvía a mirar, no le quitaba ojo de encima, actitud que a a ella le molestó porque no era un hombre agraciado. Su incomoda mirada la llevó a pensar que aquel hombre debía conocerla, tuvo la impresión que su figura y cara no le  eran del todo anónimas. Al llegar al Arco de la Macarena se apeó del bus y dejó de pensar en ello ante la emoción que siempre provoca el visitar la la Iglesia de San Gil.

            Al regreso a Usagre observó  por la carretera de entrada, por Los Candiles, según se viene de Bienvenida, a una larga hilera de gente paradas en el arcén. El calor creaba una bruma pegajosa que hacía sudar, algunos buscaban la sombra de los pocos árboles, otros se escondían debajo de paraguas y sombrillas de playa. Esperaban un leve adelanto en sus posiciones. Algunos hacían grupos con otros, parecían sembrar semillas de amistad para hacer frente a la desesperación que causa la espera, hablaban entre ellos y referían pequeños milagros y mejorías en sus enfermedades y padecimientos. Felisa, atónita, no podía pensar, ni tan siquiera suponer que tanta gente esperara turno  para rezar a la Virgencita.

            Escuchó de la boca de una mujer  -la recordaba porque no tenía cejas encima de sus ojos, sino dos gruesas líneas negras tatuadas- que la Virgencita había sido nuevamente robada, y que todos los que estaban guardando turno lo hacían para rezar, mirando al vacío sin color de la hornacina blanca,  para que la imagen  se apareciera viva y salva, porque ya algunas vecinas y un vecino del pueblo la habían visto en una aparición,:  de pié en el tronco de un olivo de un cercado próximo a su ermita.  
Metros más adelante de la interminable fila se detuvo con otra  vecina, conocida porque también tomaba cafeses en el mismo bar que ella. Esta, le contó que la gente del pueblo iban diciendo que fue la santera quien vendió la imagen  de la tercera Virgencita a un cura amigo suyo, que venía de Portugal -de cuando en cuando- a decir misa en la ermita porque tenía esa promesa.Que lo del robo del anillo era un cuento que ella inventó para justificarlo, y que ella y su hermano tenían parte. Aseguran que, al poco tiempo de traer a la cuarta virgencita, también estaba de tratos con  mismo cura para volver a vender la imagen. Al parecer entre ella y el cura había algo más que amistad,.
La vecina dudó si continuar hablando o callar. Decidió seguir contando los chismes que por el pueblo se oían. La Virgencita  dijo- ha obrado un gran milagro: ha hecho:  que la santera descubra "a ciencia cierta" que realmente a quien amaba el señor cura portugués era a su pálido, escuálido y triste hermano, La pobre María salió loca al sorprenderlos enredados en carantoñas entre las cortinas que tamizaban la luz para que no le diera  en la cara a la Virgencita.  La  imagen  repentina y milagrosamente desapareció ese mismo día de la blanca hornacina, dejándola nuevamente vacía. Esa misma vecina terminó su relato asegurando a Felisa que ahora esa misma imagen de la Virgen es la que se aparece en el cercado de los olivos.

   Fué en ese preciso momento cuando Felisa, como si se tratase de otro milagro de la Virgenciata, cayó en la cuenta que... Y estaba segura de ello... Que la cara del hombre que la miraba fija e insistentemente en el autobús cuando fue a visitar a la Virgen Macarena, era el cura portugués. Hecha un manojo de nervios se despidió de la vecina y apresuró el paso a la ermita, ella  podría entrar -pensó- al fin y al cabo aún vivía allí. Al llegar las caras del hermano de la santera y la del  cura portugués se torcieron, se pusieron rojas y amenazantes, Ella reconoció interormente que el mirón del autobus y aquel cura eran la misma persona. Les dijo que iba a recoger en su maleta cuatro vestidos que tenia en el armario porque se marchaba a vivir a Sevilla. El cura portugués, que sí la había reconocido en el Autobús de la Macarena, supuso que era verdad y no se opuso a ello. Felisa, maleta en mano, se encaminó hacia la iglesia parroquial para contar sus sospechas al anciano párroco. Lo que no sabía es que en el transcurso de su viaje a Sevilla, había sido jubilado y que ahora un sacerdote más joven  ejercía de párroco. Felisa, que era lista, muy lista, para evitarse posibles  problema, pidió al nuevo párroco que la escuchara en confesión. A Felisa ya le dolían las rodillas, la tabla del confesionario, además de fría, parecía hecha para apresurarse en decir los pecados al confesor y salir corriendo. El cura no podía creerse lo que oía en confesión, pero a la vez pensaba que aquella mujer, a la que no conocía de nada, no tenía motivos para mentir y menos en confesión. Felisa de esta manera, supo descargar de pecados su conciencia y poner en la autoridad del párroco la responsabilidad de hacer las averiguaciones oportunas.
El párroco, que aún no conocía bien a su feligresía,  optó por pedir la colaboración a Felisa para que ella respaldara, con sus vivencias y opinión, la versión que él debía dar ante la autoridad eclesiástica y civil. Felisa, convencida que aquella colaboración le beneficiaría en el futuro, aceptó la propuesta.

En dos días la Guardia Civil tenía orden  judicial para la detención del cura portugués, que no era tal cura, sino un marchante de objetos antiguos religiosos de Sevilla, y del hermano de María la santera  por sospechar que había tenido que ver con la muerte repentina del marido de su hermana.
A la santera la internaron en el manicomio de Mérida, ya que tras el descubrimiento de complot y amoríos prohibidos entre el falso cura y su hermano, entro en una profunda depresión.
Felisa continua viviendo en la ermita, y es ella la que se ocupa de su limpieza, orden y del culto de la Cuarta Virgencita, que tras aquellos acontecimientos apareció envuelta en una manta en el armario de la santera. Fueron el nuevo párroco y ella quienes la devolvieron a su lugar... A su hornacina más blanca que un jazmín.




Dedicado este Relato a todos esos vecinos/as de Usagre a los que "incomoda" que personas como yo -y como mi marido- participemos activamente en la liturgia, en el culto y en todo aquello que nos soliciten desde la parroquia, hermandades, cofradías...etc. La actitud de "servicio, colaboración, participación, solidaridad...etc, no son exclusivas de "heterosexuales". Allá  cada cual con sus vibraciones... sobre todo con las que no se tienen bien canalizadas y producen confusión en la vida y nerviosismo espiritual... Por no decir -el pecado local mas reconocido- LA ENVIDIA.


  En este capítulo las fotografías son imágenes de la Virgen con trajes de pastora. (Divina Pastora) Una advocación mariana muy extendida en Andalucía, que viene, en mi opinión, a contrarrestar el peso de vírgenes dolorosas y que sufren en silencio. Estoy seguro que María rió, cantó,  disfrutó, se emocionó... como cualquier madre con las ocurrencias de Jesús Niño.