lunes, 13 de junio de 2022

ESPERANZA, PAJARERA Y HORTELANA. (pagando una deuda)

   


     Me contaste que una noche te visitaron los argeles, que te rodearon con su olor a rosa blanca y colgaron en la pared, la del cabecero de tu cama, un cuadro de una niña que dormía abrazaba a una muñeca, un ángel, con las alas plegadas, vestido del color de la niebla, su rostro de infinita paz sugiere que está protegiendo de todo mal a la niña y a su muñeca. Me contabas tantas historias en aquellas siestas interminables de verano, todo para que no me fuese a pasar calor jugando en la orilla de la Rivera.

      !Qué recuerdos tía Esperanza!

    !Luis sujeta bien la burra que me voy a montar... que me voy ya... que son las tres y media de la madrugá y Bienvenida no está tan cerca como parece.   

     La burra cargada con un serón de esparto cosido con cuerdas de guitas,  en él las cestas grandes de mimbre rebosando de tomates rojos como la boca del diablo, de pepinos verdes, cebollas frescas que huelen a tierra y agua, lechugas tiernas, manojillos de perejil y ramos de laurel. En otras cestas hechas con cañas y ramones de olivo, algunas brevas, peritas de San Juan, alberchigas, albarillos y melocotones. 

    La madrugada era como una manta en la que Esperanza se acurrucaba. En verano los caminos estaban contentos y la arboleda y las estrellas parecían jugar al escondite. En Invierno era el susurro del lobo el que se escondía entre los olivares. El camino era largo, casi quince quilómetros hasta llegar a la puerta del mercado, elegir puesto entre los que quedaban libres y descargar las cestas para enseñar y vender lo que la tierra de la huerta, el agua de la rivera y el esfuerzo de Luis parían cada día, cada noche... cada hora. Algunas madrugadas no hacia el camino sola, se unía a algún vecino hortelano que llevaba el mismo camino y el mismo encargo: hacer una buena venta. Era entonces cuando el viaje se convertía en procesión y el miedo se disipaba, como el de Jesús en la cruz. Ademas de la charla propia de: Tú qué llevas hoy para vender... o, el llevo unos patatas blancas buenísimas, se intimaba, se contaban preocupaciones y hasta se rezaba por alguien que sabían que lo estaba pasando mal. Las estrella ponían la hora en el cielo y la luna cernía la luz para que la mula no tropezara con alguna mala piedra.

    A la vuelta, sobre las dos de la tarde, la silueta de esperanza se recortaba bajando la cuesta del Molino Viento. Impaciente esperaba que cruzara las cancillas de la huerta, esperaba que Luis descargara de los serones las cestas con las cuatro cosas que no se habían vendido. Luego Nina sacaba de taleguilla blanca del pan un chupa-chup, algún caramelo, una perrunilla... No necesitaba preguntar si me traía algo, sabía la respuesta pero no el qué y eso me causaba una sensación agradable que al menos dos o tres días a la semana me gustaba sentir.

    Luis no sabía hacer otra cosa más que cultivar la tierra, hacer cestos con mimbre fresca y esperar a Esperanza cada día que iba a vender a Bienvenida. Fue un hombre bueno, siempre al lado de esperanza como si se tratase de su sombra. Tuvieron un hijo que los mismos ángeles, los que le trajeron el cuadro de la niña dormida, se llevaron antes de que empezara a respirar.  

  No, los ángeles no son malos... solo obedecen. 

   

    Recuerdo que, de vez en cuando con la llama de aceite del candil, prendías una ramita de "palo santo".  El humo gateaba por las esquinas y los rincones de la cal de la pared, subía y bajaba, se extendía por el techo, se colgaba de las puntas clavadas en los maderos y que sirven para colgar la chacina de la matanza. Aquel humo era sanador y mágico, me contabas que aquel olor era el mismo que traían pegado en su ropa los ángeles, y que en el cielo hasta la madera de los chopos huele a Dios. 

En tu casa era el olor de los melocotones frescos y el de la maceta de albahaca era el que volaba entre la el aire fresco que entraba por el postigo del corral y, jugando jugando, hacían mecerse las cortinas de siempre, sí, esas que ni son azules ni grises y llevan don rayas blancas por abajo. Seguro que las compró en Bienvenida después de una buena venta.

    !Ven que me vas a ayudar!... Y bajabas del doblado una vieja cruz de palo. Le sacudías las telas de araña, ponía bien la tela blanca con la que estaban envuelta su madera y hacías hueco en la alacena para colocarla en el centro. Era tu cruz de mayo. A los lados dos vasos altos de cristal hacían la veces de floreros y en ellos el agua, con unas gotitas de limón cuando lo había, servía de alimento a ramilletes de lilas, paraisos blancos y  flores de celinda. Procurabas que la vela encendida se mantuviera así durante todo el mes de mayo. Alguna tarde de ese mes me cogías de la mano y vereda adelante llegábamos a la huerta de Maria Dolores "la llerisca". Ella dedicaba, en vez de una alacena, una habitación entera para poner la cruz. en aquella casa no olía a palo santo pero sí a hinojos fresco y mastranto recién cortado en la orilla de la rivera. Se le rezaba a cruz y después, ya entrada la tarde, los hombres bebían una botella de vino que, a quien le tocara,  compraba en casa de mi abuelo Fulgencio. Se hablaba de las cosas del campo, de la huerta y de sus gentes... entre ellos se paseaban, sin que lo notasen, los ángeles con su olor a palo santo.

    Gotitas de agua, gotitas de rocío, lágrima de ángel triste revoloteando alrededor de Esperanza.

  Sentada debajo del nogal, el de su huerta, el que tiene ramas que estorban el paso de tractores y cosechadoras y que terminaran arrancado, arrancado como Esperanza de la tierra de su huerta, de la orilla de la rivera, de un Tagareta cada vez con menos árboles y mas berros. 

    !Madre déjame pensar! !Hermano Fulgencio llévame en tu carro por las viñas del Raposo! 

    !Nina, Nina!... !He oido cantar a un grillo real al dado de aquella junquera!

 
    -Ya sabes lo que tienes que hacer: Te acerca muy despacio, los pasos muy corto y vas descansando en cada uno. Vas intentando con la mirada localizar el lugar de donde sale el canto. Te vas acercando y cuando deje de cantar comienzas a buscar la casa del grillo-. Algunas veces tardaba un buen rato en localizar el agujerito redondo redondo en la tierra, al lado de una piedra o debajo de alguna planta de zandaula. Iba metiendo muy despacio el tallo liso y fino de alguna hiera, o hecha un chorrito de agua, cuando no había agua a mano estaba permitido un poco de pis. El grillo salía de su escondite y nervioso corría entre las hierbas o el pasto, había que ser muy rápido para pillarlo antes de perderlo de vista. -Lo coges y lo encierras en la palma de tus manos, lo mantienes un rato para que el grillo te conozca y después ya puedes, con tranquilidad y sin nervios, ver si es macho o hembra, si es un grillo real o no... después lo pones en la grillera y le das una hoja fresca de lechuga, al rato lo tendrás cantando de alegría-.

    Ya no hablas sola, ni a solas. Ahora hablas para ti. Te ríes de lo que te da la gana y haces bien.  Te vuelves a sentar donde estuvo el nogal, o donde está el moral de Fulgencio, y sueñas despierta, imaginas las oropendolas negras y amarillas yendo y viniendo con yerba buena en sus picos, a ruiseñores mudos, a jilgueritos en sus nidos, a tus cuatro gallinas convertidas en pavos reales.  


    El susurro de los ángeles revolotea entre el negro de tu pañuelo de cabeza y el blanco de tus sábanas. No llores. Luis está a tu lado y tu hijo es el ángel que cuida el sueño de la niña y la muñeca dibujada en tu cuadro de cabecera.

    !!Te lo debía tia Esperanza!!

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