viernes, 10 de junio de 2022

REENCUENTRO con los pies metidos en el agua.

        Me reencuentro. Estoy en el lado convexo de una de las esquinas que tiene la calle de la vida. Mis brazos no logran tocarse aunque crezcan y se estiren para evitar el arista afilado de las dos paredes que forman la esquina. Cierro los ojos para no verme, solo sentirme, o mejor, para sentirme solo. Nadie vuela a mi alrededor, solo un par de abrazos borrachos andan buscando besos donde terminar con un rato de amor fingido.

        Me reencuentro con la mañana y con la tarde, con el moribundo tiempo de cenizas en el que se convierten los deseos no cumplidos. La mañana despierta en sus horizontes de hojas verdes,  de fuego apagado en la linea malva que une la tierra con el cielo. La tarde se despereza y despierta tras comprobar que asesinó a la mañana, que su cuchillo de susurros de ruiseñores está manchado del rojo, que la musica de la noche se acerca sonando a arpa ronca, a clarinete desafinado, a grito de soprano, al junco en flor parada obligada de la libélula triste.

    !Déjame dormir!... En este reencuentro mi presencia no es obligatoria. Despierto. Es el agua clara quien lava mi frente y forma un mar profundo entre los ojos. Agua de limón o agua miel que alimenta a los pequeños peces en los que he convertido a mis sueños. Mis sensaciones son medusas de tentáculos largos y viscosos como la cola de la serpiente sin domesticar. Son como amarga gelatina que engaña al paladar, que se resbala entre los dedos y con su color pardo, casi azul, me quiere engañar y hacerme creer que la tarde deja de serlo antes de ser noche y después madrugada.

    !Despiértame!... Hazme resucitar de esta muerte voluntaria que es el sueño. Dale a mis ojos la vida del color y a mis manos las sensaciones de las caricias. Mi reencuentro conmigo en el lado convexo de la vida huele al azul del cielo y al rojo del fuego. Mis brazos continuan creciendo para que mis manos, algún día, o en cualquier instante, puedan tocarse. Los pies se ahogan en el agua invisible donde los sueños dejan de serlo porque los devoran pececillos de celofán de colores.

    A este paso continuaré siendo un extraño hasta para conmigo mismo.

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