martes, 9 de mayo de 2023

AL OTRO LADO DEL ALMA

     Al otro lado está el alma, al otro lado de la vida que llaman cuerpo. Está como el paraguas olvidado detrás de la puerta de otras almas, de otros cuerpos de otras vida. Aún conserva, entre sus varillas metálicas y la fría tela impermeable, los restos de alguna gota de agua. Seguramente de alguna de esas gotas que cansada de ser tanta agua sueñan con ser vida o tener alma. 

    No es fácil hablar o escribir del alma. Requiere de la precisión del antiguo relojero, que se ponían un monóculo de aumento para poner, con las pinzas de los planetas, las manecillas del tiempo en su justo lugar, en el sitio exacto del universo. O de la destreza del jugador de ajedrez que gana una partida tras otra porque siempre juega con los ojos tapados por un pañuelo negro de vida o blanco de muerte. Escribir del alma es aún más complicado, no porque requiera reconocer muchas letras o distintos dialectos, sino porque el orden en que las ponga, y la lengua con la que hables, va alterar su significado. Del alma solo escriben bien los poetas o los místicos que visten túnicas anaranjadas y violetas.

    También los pintores, los de golondrinas blancas y paisajes azules, saben mucho del alma. Igual que los músicos, que convinando notas negras con silencios blancos hacen sonar las trompetas, las arpas y los oboes. Los pintores cuando se tiznan de colores y los músicos cuando no guardan silencio saben mucho del alma y de los limites que la une a la muerte, y eso que el alma siempre la sobrevive. 

    Recuerdo que cuando fui niño, mas niño aún de lo que ahora soy, al estudiar el catecismo pregunté por el alma, me interesaba saber si el alma, al igual que el cuerpo, pecaba, sufría dolor o crecía. Comprendí que los silencios mudos que escuché era la mejor de las respuestas de los que entendidos en normas, moral y preceptos podían darme. Se me quedó el alma vacía o llena de ausencias que nunca entendí ni fui capaz de llenar. Cuando se es niño el alma casi no interesa, puede generar confusión si al niño le hablan del alma y del espíritu con dialectos distintos. El alma de los niños es, casi siempre, blanca. Es cuando se van quemando los años el alma se impregna del color del tu fuego. Hay tantos colores como almas y tantas almas como colores.

    En ocasiones tocan vivir situaciones que nos llevan a sentir la certeza de que sí tenemos alma.  "Me alegro en el alma..." Decimos algunas veces para señalar que nos hace feliz una situación o vivencia ajena. En el otro, en el ajeno, en el extraño, sabemos reconocer que tenemos alma y que incluso -la nuestra-  puede tener emociones tales como la felicidad o la alegría. Nos equiparamos, sin pensarlo, a la Virgen María... cada uno tenemos o rezamos nuestro particular "Magnifica"... Se alegra nuestra alma y proclamamos la grandeza ajena. En la vida pocos da puntada sin hilo, eso sería una pérdida de tiempo que nos llevaría a perder "el animo".  Alma y animo, tan iguales y tan distintos,  continente y contenido de las canicas de cristal que son las vivencias y la vida, la rutina y la novedad, lo perfecto y lo imperfecto.

    Cuando nos percatamos de que tenemos alma dejamos de sentirnos solo. La orfandad que sufrimos con nosotros mismos se disipa y se comienza a sentir un alivio que te da mas vida y mas ánimo. Dejar de estar solo es una de las sensaciones más placenteras que se pueden tener, viene a significar que eres capaz de abrirte a ti y a los demás y que das cabida en tu alma a  la grandeza de ser persona y de sentir a los demás como persona.   

    Al otro lado del alma está el silencio, ese ruido que no escuchamos y al que alguna vez disfrazamos de sueños, de ilusión, de anhelos o simplemente de estar y sentirse bien. El alma está acostumbrada al silencio porque nunca nos habla, cuando alguna vez lo intenta lo hace a través de las emociones, o de eso que algunos dicen tener y que llaman conciencia. El alma nos habla con silencios. Es como cuando rezamos, interiormente vamos recitando la oración y a la vez en nuestro pensamiento hacemos que gire y de vueltas y mas vueltas nuestras peticiones. Casi siempre rezamos para pedir, casi nunca para dar gracias.

    Ya no sé más del alma. Creo que debo retomar aquellos días de catecismo y de catequesis y escuchar con atención porque el alma no es una realidad sensible y, por tanto, no puede ser estudiada por la ciencia, por lo que supongo que existirán apócrifos evangelios que traten de este tema, y desmientan o no que los tres componentes del alma son la voluntad, mente, y las emociones. O que nos expliquen que todos tenemos tres partes:  el cuerpo que es lo físico, alma que es lo emocional y espíritu que es lo que nos hace seres espirituales y trascendentes. 

    Todos tenemos 21 gramos -es lo que dicen que pesa el alma- que no conocemos,  sabemos, porque así nos lo han dicho o hemos leído en el catecismo, que existe, que está en nosotros, que no hemos visto nunca  ni en nosotros ni en los demás y que rara vez se deja sentir.  21 gramos de fuerza, de fe, de aliento, de trascendencia. 21 gramos de vida que vence a la muerte, a la ausencia. 21 gramos que nos hacen ser seres de luz. 


    De verdad, ya no sé más del alma. Tendré cerrar los ojos, guardar silencio y esperar a que ese otro yo, que todos tenemos, hable y se explique. Prometo ir anotando lo mas interesante o importante que me diga y, alguna vez -seguramente-, escribir sobre ello.

    ¡Shalom!