martes, 3 de octubre de 2023

CUENTO BREVÍSIMO. "El caballo blanco de Santiago"


        Me decía, en voz baja -cuchicheando al oído-  mi abuelo Fulgencio: "Si te estás quieto y no dejas de mirar el "camino de Santiago", cuando menos lo esperes, veras a su caballo blanco venir corriendo y atravesar el cielo de punta a punta". Y yo me estaba quieto,  mirando hacia lo más profundo del cielo, acostado en aquella cama con colchón de paja y espigas, al lado de la parva de trigo, en la era. Estaba quieto como una piedra en la pared del camino, sin apartar la mirada de las estrellas que de tan juntas y brillantes dibujaban un camino de luz a lo largo y ancho del cielo.  A la mañana siguiente, cuando el sol pinta de verde  los chopos de Tagareta, mi abuelo me decía: "A la na que te dormiste paso el caballo blanco"... Y a mi me daba coraje de haberme dormido tan pronto,  me proponía que a la noche siguiente no cerraría los ojos para verlo. Y así todas las cuatro o cinco noches, que mientras la trilla del trigo y la cebada me quedaba con él en la era.
  
 
Mi abuelo, sonriendo y abrazándome, me decía que yo no servía para ser guardián de las estrellas, me miraba a los ojos y volvía a sonreír como quien está contento por dentro y no le importara que yo no sirviera para vigilar las estrellas. Se echaba el escardillo al hombro y se iba a regar la huerta.  A mi me daba coraje.

    Mi abuela Matilde, que sabía de mi desilusión diaria, me enseñó, en silencio, a llorar por dentro. Llorar sin que nadie notara ni supiera que estaba llorando. Me decía que había que sentir en el pecho la frescura de las nubes, que son las madres del agua, y dejarse inundar como cuando la rivera entra en la huerta y hace crecer verde muy verde al perejil. Ser vigilante de las estrellas no sirve para nada, además no te deja soñar porque tiene que estar despierto, ese oficio no te interesa, hay que buscar otro mas interesante, como el de escritor de esperanzas. Mi abuela era bajita, tierna como una rosa de pitiminí. Me decía al oído: No te apures, si no ves el caballo blanco es porque él no quiere que lo veas... No llores por dentro de coraje ni pierdas la ilusión, mejor espera a que alguien que lo haya visto te cuente como es y así tu también lo verás, porque para eso sirve la imaginación, para ver las cosas que no se ven con los ojos, y para sentir el fresquito de  las nubes cuando lloramos por dentro.
    
    Sin duda mi abuelo Fulgencio y mi abuela Matilde eran tan sabios como las higueras,  que engañan a la naturaleza porque en un mismo año dan dos cosechas la primera de brevas y la segunda de higos. 

    Ahora, hoy, después de 60 años, veo el caballo blanco de Santiago cuando de noche salgo al patio y miro al cielo, las estrellas parece que reconocen mi mirada de niño y brillan en mi imaginación haciendo un camino largo y de luz, por donde el dichoso caballo blanco llega relinchando  y queriendo jugar con mis ilusiones. Yo, me hundo en la hamaca, y me dejo llevar. La parva de paja, los montones de trigo y hasta el ronquido de mi abuelo siento como vienen y ocupan el espacio grande grande que hay entre la ilusión y los sueño. Y así disfruto y el caballo sigue su trotando entre la luz y los brillos de las estrellas y yo en cada salto que da él me siento mas niño y vuelvo a la huerta y a la era y a la caricia de mi abuelo y a los consejos de mi abuela